Cap II Editado

13 1 0
                                    

Jueves en la mañana, el despertador sonó, las chicas estaban muy dormidas pero de igual manera lo escucharon

-Carajo, ¿ya es la mañana? Chicas, ¿alguna puede apagarla, por el amor de los Dioses?- articuló con voz ronca Inés, volviendo a acomodarse en la cama, planeando seguir durmiendo. 

Con un quejido Amelia se levantó, adormilada, y fue hasta donde estaba la alarma para pararla

-¿Me hacen el favor y la despiertan? Yo tengo que ir al baño- dijo, señalando a la muchacha, que ya estaba dormida de nuevo. Sabía que si no la despertaban era capaz de dormir por siempre 

-Yo paso, la última vez fui yo- dijo su prima dirigiéndose hasta la cocina, rápidamente todas las muchachas del clan Fénix la siguieron tratando de escapar de esa tarea

Daiana, la prima de Inés se quedó en la habitación, y se debatía entre despertarla o esperar hasta que las demás volvieran. Finalmente, se decidió

-Boluda, dale, despertate- Inés es despojada de su manta, y sintió el frío del cuarto. trató de volver a taparse, pero su prima se lo impidió y la obligó a despertarse. 

-Te odio, ojala te hagan esto algún día y sientas mi sufrimiento- replica la castaña sentandose en la cama y frotando sus ojos. 

Tomo el vaso de agua que estaba en su mesa de luz, y ambas se dirigieron a la cocina. El resto de muchachas ya se encontraban ahí preparando el desayuno, cada una con una taza de café con leche en la mano, había otra tres apoyadas en la mesa, que esperaban a ser tomadas por las jóvenes restantes. 

Ni bien llegó Amelia todas se sentaron para tomar el desayuno velozmente, al terminar se dividieron las tareas; unas se quedarían limpiando mientras que las otras irían alistar lo demás. Inés se lavó los dientes, vistió y en menos tiempo del esperado ya estaba sentada en su cama ya hecha. 

-¿Ya están listas?- preguntó impacientemente

-No, ya lo sabes. Te toca esperar- le respondió Sofía mientras peinaba su rubio cabello característico de los Radolf

-Tardan miles de años. Cuando podamos salir ya va a ser fin de semana- se quejo la de piel pálida

-¿Por qué no en vez de estar aquí chingando, vas a ver si hay algo para hacer?- le contesta Amelia aplicando labial rojo en sus labios y mejillas. Inés la miro mal, pero solo se levantó y se fue de la sala

Actualmente, las chicas habían crecido y se habían convertido en preciosas muchachas. Amelia era una petisa joven, de cabello largo y lacio. A la cuál le encantaba salir, socializar y dibujar, era lanzada y segura de sí misma, y siempre desprendía ese aura tan atrayente y cálido que la caracterizaba. 

Inés por otro lado, era una chica muy alta y curvilínea, por lo cuál era objetivo de las críticas de su familia, tenía el cabello corto y ondulado. Le gustaba mucho leer, bailar y escuchar música, y odiaba salir. Desde pequeña fue una niña calmada, y un poco agresiva, se mostraba sarcástica e indiferente aunque cargaba con muchos traumas y problemas debido a su familias y situaciones que tuvo que pasar, por lo cual también sobrepensaba mucho las cosas. Por otro lado, ella desprendía ese aura sombría, fría y melancólica que había tenido desde que nació.

Inés se sentó en el sofá de la sala y sacó el libro que estaba leyendo. Esperó lo que a ella le pareció una eternidad, aunque en realidad solo fueron unos minutos, hasta que salieron sus primas y amigas ya listas para ir al colegio

Salieron del apartamento y en la entrada se encontraron con sus hermanos y primos. Tomaron sus bicicletas y empezaron el camino hasta la escuela. Al llegar se sentaron cada uno en sus respectivos asientos. Aún era temprano y tenían tiempo hasta que el profesor llegara.

Cada vez que entraba un chico el ruido se hacía mayor, por lo que la ojiturquesa, irritada, se limitó a sacar sus audífonos y escuchar música, mientras leía el mismo libro que hacía un rato. Amelia, Sofía y Daiana estaban hablando de que ese fin de semana les tocaba la cena familiar mensual, y de lo que harían. 

Usualmente, Inés participaría en la conversación, pero ese día no se sentía tan bien, y por fortuna sus amigas sabían interpretar eso, y por sobre todo lo respetaban. Continuaba leyendo, de vez en cuando levantaba su mirada del libro y miraba por la ventana que tenía al lado, ya que su asiento era el de la esquina de atrás, el que estaba al lado de la ventana.

Estaba muy entretenida, escuchando la música que fluía a través de sus oídos y llenaba todo su cuerpo con esa tranquilidad que tanto le gustaba. Rompió su armonía el sentir como su amiga le codeaba las costillas, hizo un además con la cabeza indicando que la estaba escuchando, pero el codeo no se detenía.

Cuando al fin levantó la mirada, no le costó distinguir el porqué habían querido que prestara atención; por la puerta entraban su primo Simón junto con su grupo de amigos, ella soltó un suspiro pesado al ver como se acercaban a ellas con una mirada altanera.

Ah, sí. Además de que eran recluidos en su familia, en la escuela sus primos y familiares también se dedicaban a hacerles perder la cordura, era su manera de divertirse.

En la escuela eran en total cincuenta alumnos parte de los clanes, de esos; veinte eran chicos populares, diecisiete eran novias de esos chicos populares, osea que también eran populares. Eso dejaba a trece chicos, los trece recluidos. 

Cuando los chicos llegaron, las chicas solamente los ignoraron, pero Simón fue el primero en hablar

-Taradas, haciendo sus pendejadas como siempre- les dijo, las chicas lo miraron despectivamente, ni siquiera tenía sentido lo que decían, solo hablaban por hablar

-Simón, son las ocho de la mañana, y vos lo primero que haces es; venir a molestarnos, ¿en serio no tienen nada mejor que hacer? ¿tan interesantes les parecemos?- les contestó Inés, sarcásticamente. Ellos, chasquearon la lengua y, fastidiados, se fueron.

El profesor entró, y todos automáticamente se callaron, guardaron todo y sacaron los libros de la materia, el único consuelo era que ya faltaba poco para el tan ansiado viernes. La clase era de historia política estadounidense, las chicas resoplaron. 

Otra clase más escuchando hablar a un hombre blanco cis-hetero privilegiado, sobre otros hombres blancos cis-heteron privilegiados y sus "grandes aportes" a esta nación, además de capitalismo, comunismo y economía, en donde, claramente, nadie podía opinar, solo escuchar al aburrido profesor 



Los 13 RecluidosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora