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Me removí entre unas sábanas que traían un olor diferente a las mías, abrí levemente mis ojos porque sentía que si dejaba entrar la luz inmediata, podía darme jaqueca.
¿Qué pasó ayer que todos estaban calientes?
Pero no pasó un segundo en gestionarme esa pregunta cuando todo apareció como un repentino flashback, mi cerbero recordó todo lo que había ocurrido en tan solo una noche, fue como un choque.
Happy brownies, ponche con alcohol, Paolo ebrio, momento vergonzoso con Piero y Sergio, encuentro con Austin y Elif... Mierda, Austin... ¡estoy en su casa!
Me senté con algo de pánico y Leah se removió a mi lado, de inmediato se levantó y se estrujó los ojos.
—Sabes, cuando te dije que te debía una safada, no creí que sería tan rápido—. Una pequeña y corta carcajada salió de su boca.
—Mis padres...
—Hablé con ellos— intervino Leah y observó su teléfono el cual guardaba debajo de su almohada— ¿Cómo haces para dormir tan poco?
Seguramente era más temprano de lo normal.
—Me acostumbré a trotar a las 5...
—Ew, otra persona que trota antes de que salga el sol—, decía aún somnolienta—, ¿te importa? —señaló su cama y negué—. Dormiré un poco más, como la gente normal.
La puerta sonó, y no le había dado importancia hasta que la voz de Austin se hizo presente del otro lado, mi corazón comenzó a latir muy fuerte. ¿Efecto Austin, o efectos de la resaca?
—Leah, le traigo un jugo levanta muertos a tu invitada, ¿puedo pasar?
—¡Estamos durmiendo sopenco! —le gritó y yo junté las sábanas más a mí como instinto protector.
—¿Y por qué oí voces? —Leah se levantó de mala gana y abrió la puerta de par en par. Leah estiró su brazo para tomar el vaso pero Austin negó. —¿Mamá preparó pancakes? —dijo y todo rastro de sueño desapareció al oler la comida, corrió cuesta abajo y me dejó sola con su hermano.
Gracias Leah.
Austin traía un semblante sereno, quizá quiso sonreír o saludar, pero no lo hizo, en serio, ahora sí me dolía la cabeza. Dió unos pasos hasta llegar a la cama y sentarse sobre ella muy cerca de mí, me ofreció el vaso y esperó paciente a que yo lo bebiera.
Nunca un silencio había sido más incómodo.
Después de un par de tragos noté que el jugo verde le quedaba mejor a él que a mí.
—Austin...
—¿Quién bebe en el colegio al mediodía? —me dijo con una risita irónica porque todos lo habían hecho y supe que quiso evitar el tema, así que también comencé a reír.