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"Hay tres maneras de hacer las cosas: bien, mal y como yo las hago".

Robert De Niro ("Casino")





- ¿Quiere una bolsa?- le pregunté al cliente. Con un gesto de mano señaló que no y le cobré en silencio, puesto que ya me lanzaba sobre el mostrador el billete de 50 euros. Este estaba arrugado y roto por una esquina.

Resoplé indignada. Me molestaban las personas que maltrataban el dinero. A veces llegan a un punto de desgaste increíble, perdiendo la textura original y haciéndome pensar que son falsos. Le di el cambio que le pertenecía y se fue sin decir nada.

-Chs, desagradecido. - susurré cuando desaparece de mi vista.

-Melissa- me llamó una de mis jefas- ciérrate la caja. - me ordenó.

"Por fin"   pensé.

Cerré rápido la caja, contado todo del dinero que había en esta y entregándoselo a mi jefa para que una nueva compañera retomase el relevo del siguiente turno.

-Hey.- me dijo unos de mis compañeros cuando me vio salir de la oficina de la jefa -¿Quedamos al final esta tarde, o prefieres dejarlo para otro día?-

-Mhh, depende de como salga de la clase de tatuaje te diré. Si te parece bien.-

- Sin problemas. Si no contesto es que me he quedado dormido o algo hahah.- respondió sonriente. Dario siempre era un chico muy risueño. Quedaba mucho con él en las tardes, puesto que era el único amigo que me había conseguido hacer.

Le sonreí algo avergonzada por mi indecisión.

-No te preocupes, bonita.- me dijo viendo que mi gesto daba a ver más una negativa que una afirmativa.- Nos veremos mañana igualmente.- haciendo seña al lugar donde estábamos, el trabajo.

-Por desgracia.- le bromeé mientras le golpeaba con suavidad el hombro, el cual estaba a la misma altura que mi cabeza. Le cogí del brazo y lo alcé para poder ver la hora en su reloj de muñeca. Siempre lo hacía durante la jornada.  - ¡Ostras! Me tengo que ir o se me hará tarde.- exclamé mientras entraba en la salita de descanso de los trabajadores donde se encontraban mis pertenecías y las recogía con velocidad.

-Vuela, vuela.- me dijo Dario sonriente como siempre, con su mirada verde puesta en mi y cediéndome el paso para salir.

En el fondo me alegraba que fuera mi amigo, ya que desde que me mudé a Bardonecchia, un pueblo de Turín, me había sentido muy sola. Nos mudamos por la crisis económica por la que estaba pasando mi familia, concretamente mi padre y mi hermano mayor, por dos años. No podíamos mantenernos allí en España.

La otra razón fue que mi madre decidió irse a vivir a su país materno, Reino Unido, con su nuevo marido después de dejar a mi padre, hundiéndolo. Por suerte, mi abuela paterna, dejó al morir todas sus pertenencias a su hijo menor, mi padre. Y, bueno, riquezas no había muchas, pero recibimos una casita de campo con cierto terreno, cosa de agradecer.

Llevamos apenas un año y con suerte, dedicación y mucho esfuerzo encontré trabajo y estudios. El principal problema para mi sin duda alguna fue el idioma. Pero me sorprendió lo fácil que puede llegar a aprender e interiorizar un lenguaje nuevo con un poco de perseverancia.

Me dirigí a mi casa de campo, en mi coche negro y cuando aparqué en la cochera me fui directamente donde estaban Arti y Quimi. Ellos eran los dos viejos caballos de mis abuelos, mi padre no quería deshacerse de ellos ya que les recordaba a sus padres y cuando estos murieron los estuvo cuidando mi tío Nico. Llegué junto a ellos, en el extenso prado junto a la casa y allí me tumbaba mientras ellos pastaban a mis alrededores. A veces, Quimi se tumbaba a mi lado y me hacía compañía.

Ragno d'oro (gold spider)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora