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El azul gastado de las paredes hacia que me perdiera en mis pensamientos en todo momento. Desconocía el tiempo que llevaba en esa habitación compartida con otras chicas. Una simple estancia con dos literas donde descansábamos.

"Tenéis suerte." nos dijo uno de los chicos que nos trajo aquí, "Las de exposición sois las más cuidadas."

No lo entendí muy bien a lo que se refirió de primeras, pero con el tiempo todo fue ocupando su respectivo lugar. Los días pasaron y solo nos retiraban de la habitación para ir a comer a una zona común, parecido a un comedor, para asearnos y hacer nuestras necesidades de forma diaria. Intentaba mantener el anillo lo más escondido que podía a pesar del dolor.

A los pocos días, nos dijeron que teníamos que amoldar nuestro cuerpo de nuevo a algo más "sexy" y no lo huesuda que estábamos.

Por eso en el comedor comenzaron a darnos comida de mejor calidad que las demás chicas.

Tres mesas largas ocupaban la gran sala donde comíamos, de las cuales nos separaban a notras las de exposición de todas las víctimas. Y allí entendí mi suerte. Una de las dos mesas estaba compuesta por chicas sirvientas para los internos y el cuidado de ese lugar, limpieza, comida, etc; y la otra estaba llena de chicas para el uso.

"Son chicas vendidas para el abuso y así obtener beneficio. Prostitutas de los Skulls." Nos dijo una de las chicas sirvientas.

Nosotras éramos de exposición. Se mira pero no se toca.

Nos comenzaron a visitar "profesores " de baile y desfiles, formándonos en contra de nuestra voluntad.

-¡Más recta!- gritó el hombre que nos enseñaba a una de las chicas.

-Lo intento.- dijo con cierto tono de rabia.

El hombre se acercó a la chica y le golpeó la cara haciéndola caer.

-A mi no te atrevas a contestarme, zorra.-

Desvié la mirada rápido de la escena. A pesar del tiempo que llevaba conviviendo con la violencia, siempre me hacia estremecer. No era capaz de sobrellevarla.

-Tú.- me señaló la mujer mayor, igual de agresiva que su hijo el profesor. - A la barra.-

Éramos un total de doce chicas, el grupo más pequeño de las victimas, y tenían tiempo para fastidiarnos a todas. Me erguí forzando mi espalda y me dirigí a la barra de baile como me habían ordenando. La agarré con fuerza y comencé treparla con elegancias como nos habían enseñado los días anteriores.

Las piernas habían recuperado y aumentado fuerza suficiente, pero los brazos me fallaban alguna que otra vez. Y por supuesto esta no iba ser una excepción, resbalé y caí al suelo.

-Inútil. ¡Otra vez!- me ordenó el profesor. -Si no lo consigues estarás un día sin comer.-

Temblé ligeramente. Me costaba mucho controlar mis emociones, la impotencia era la más difícil de dominar en esos momentos.

Esta vez no caí de bruces, pero sentí el desgarro de mis brazos bajo la piel, quedándome sin fuerzas. Bajé de la barra y me retiré pegada a la pared para que otra de la chicas a la cual habían llamado la usara.

Cuando ya todas habíamos ensayado nuestro rato de pole dance un chico armado con la misma mascara de siempre, que cubría solo la mitad superior del rostro nos ordenó para volver a las habitaciones. Y así eran nuestros días eternos. Lloraba en las horas de sueño, arañando la pared de la rabia. Kimi estaba conmigo siempre, dormía en la cama de abajo mía. No era una chica de muchas palabras pero me daba siempre su apoyo.

Las demás chicas lo llevaban como podían, muchas de ellas estaban convencidas de que si uníamos fuerzas saldríamos de allí. Pero en el fondo sabíamos que eso, que esa pequeña ilusión disfrazada de esperanza era de mentira. Y vil. La esperanza era como una especia de droga que mantenía al rebaño asentado sin ningún tipo de reacción, esperando a ser salvado del matadero. Había días que lo veías con claridad, tu muerte. Otras se mezclaba con la nostalgia haciéndote salir de estas barreras y volvía a ti la ilusión, golpeándote con fuerza cuando esta te abandonaba.

Ragno d'oro (gold spider)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora