—Johnny, ¿por qué no vas a dormir todavía hijo? —me llamó Sor Belia-sama, yo tenía 10 años en ese entonces.
— ¡Sor Belia-sama! Estoy redactando mi propuesta, quedará lista pronto —sonreí tímido al ser pillado en la biblioteca ya tan entrada la noche, la anciana Belia-sama, se acercó con dificultad, caminando con su bastón de acero, hueco pero firme y se colocó los anteojos para leer.
—Muy bien Johnny, todas estamos muy orgullosas de ti, el cielo celeste debe tenerte reservados grandes honores por tu diligencia —me elogió, entusiasmada, guardo mi documento y cerró abruptamente mi pantalla— ¡Pero los grandes niveles no se hacen desobedeciendo la hora de dormir! —dijo instándome a salir de allí con su bastón, entre regañándome y riéndose— ¡Anda, anda, vete a dormir! ¡Y más te vale no mantener despierto a Laurence!
Salí de la biblioteca corriendo, Laurence era mi compañero de cuarto y mejor amigo, yo tenía la costumbre de mantenerlo despierto hablando de mi propuesta. Las parejas solían adoptar bebés y niños de hasta 5 o 6 años, pero casi nunca de más de esa edad, sabíamos que nos quedaríamos ahí hasta la universidad, por lo que Laurence y yo, seríamos compañeros los años que nos quedaran ahí.
— ¿Laurence, estás despierto? —susurré desde la cama de debajo de la litera.
—Johnny, van a regañarte si no te duermes —respondió somnoliento.
—Perdón, perdón, es que estoy muy emocionado —me escondí debajo de mi cobertor, soñando con como la vida mejoraría para mucha gente con mi propuesta de reforma, si bien fue algo planteado desde que tenía 5 años, pero establecido con mayor seriedad de entre mis 8 y 11 años, trabajé mucho en ello, leí la Suprema Dorado-celeste muchas veces para tener donde amparar mi reforma, investigué, entrevisté y redacté algo que cuidó a la gente.
Sor Belia-sama me ayudó a buscar cómo aprobar mi propuesta, la mejor opción, fue el concurso, "Joven legislador", en el que niños de entre 8 y 12 años oriundos de las primeras 50 urbanizadas, presentaban sus propuestas de reforma, la ganadora, sería analizada para hacerla oficial. En la mayoría de las ocasiones, ganaba alguna cosa con términos rimbombantes, pero de petición absurda, como volver el primer día del sexto mes de año día continental del helado gratis, cosa que no se adjuntaba a la Ley, sino que solo se aprobaba para contentillo del populo infantil.
Al llegar al pabellón de discursos de la 1 junto con Sor Belia-sama y Ramona, sentí como si el oxígeno abandonara la Tierra cuando vi entre el público a la directora Magnolia, debía presentar mi propuesta a manera de discurso frente a todos, la lengua se me había pegado al paladar, era buen momento para el dichoso helado gratis. Ramona notó mi nerviosismo, cuando la misma mujer le dirigió una mirada con desdén. En ese momento, Sor Belia-sama, había ido a buscarnos programas y nuestros asientos.
—Johnny, no importa que pase hoy, quiero que sepas que estoy muy agradecida por ser la motivación a tu trabajo y que eres, el chico más bondadoso que jamás he conocido, aunque no ganes —dijo, la abracé.
—Me esforzaré.
Entre el público, figuraban personas de altos puestos, como toda La junta oficio mediadora, los mediadores centrales de cada Zona verde, periodistas, grandes empresarios como la familia de Julian Mark, compuesta por su esposa e hija pequeña de cabello rosa, además de un sequito de hombres de traje negro que parecían guardaespaldas; y la familia Lancaster, compuesta por Adam Lancaster con su esposa Dolores y sus dos hijos, una niña pelirroja como de mi edad y un niño pequeño, quien no dejaba de brincar en el asiento y quitarse los zapatos, también iba con ellos un hombre bajo y delgado, asistente de Lancaster-sama.
—Moon, es un placer saber que estás aprovechado bien esa beca —se dirigió a mí, Juliette Bond-sama cuando tomé asiento, unas filas detrás de ella.
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Conciencias: ¿Más cerca de la utopía?
Ficción GeneralJonathan Moon creció en la próspera Armélis, fue un niño amado por quienes lo rodeaban, considerado un dotado en todo lo que se proponía, afortunado a manos llenas, con una conciencia privilegiada y alabada, un grande. Pero todo aquello terminará cu...