Diez segundos

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—Debo ocupar mi puesto en la vigilancia —avisé a Amatista.

—Vaya con cuidado Kira-sama —ella sonrió sonrojándose, ¿Cómo era posible que después de hacer el amor como lo hicimos, podía apenarse nada más mirarme?

—Por supuesto, Zaphire-sama —hice presente a Kira, quien tomó entre sus manos su rostro y besó en los labios a mi ángel.

Salí a ocupar mi puesto con mis compañeros en la vigilancia del perímetro, ni bien había pasado mucho tiempo, comenzó a llover, sabía que Ghirga llegaría tarde o temprano a nuestro recinto, sin embargo, no quería pensarlo tanto, lo único que quería era mantenerme al margen, y, si aparecía, no tener que luchar de frente con ellos. Es que no tenía ni tengo tanta o, más bien, nada de suerte.

El patio del almacén estaba demasiado sucio, lleno de polvo, así que en cuanto comenzó a llover, también comenzó a crearse un lodazal en el que era difícil caminar, el dobladillo de nuestros pantalones además de los zapatos, se encontraban salpicados de fango. Intentaba echarme el cabello hacia atrás, pero siempre volvía al frente, goteándome sobre los ojos, los cuales debía mantener entrecerrados para mirar con claridad.

—¡Johnny! ¡Johnny! —escuché el grito de Laurence a lo lejos, entre el repiqueteo estruendoso de la lluvia; lo busqué con la mirada, poniendo una de mis manos como visera sobre mis cejas, entonces pude divisarlo corriendo en línea recta a mí— ¡Cúbrenos!

—¿¡Qué?! —pregunté, es que no podía escucharlo.

—¡Lluvia arcoíris! ¡Cúbrenos!

—¡No te escucho, Laurie! —lo vi mirar atrás, en cuanto lo hizo aceleró el trote, a toda velocidad, como si lo persiguiera un animal salvaje, noté que detrás suyo, venía una oleada de gotas de colores, pero no eran gotas, era granizo, piedras de granizo cargadas de habilidades destructivas. Había llegado.

Entendí que Laurence, quien vigilaba los límites del refugio, junto con otras conciencias, quería que recubriera el refugio absorbiendo las habilidades de las personificaciones que causaban el fenómeno. Los vigilantes a mi lado, gritaban a mi amigo y a sus compañeros, corrieran más rápido, algunos eran alcanzados por el granizo y, sin oportunidad siquiera de activar sus habilidades, eran perforados en cuerpo y conciencia, caían de a pocos en mares de sangre sobre el fango que luego se secaban cual estatuas de sal por una habilidad violeta que pasaba en forma de laser.

—¿Qué hacemos señor? —me preguntó un joven de conciencia amarilla en forma de minotauro.

—Barreras de sonido —pronuncié primero en voz baja—, ¡barreras de sonido, mis conciencias! ¡Barreras de sonido: 5 pulgadas de grosor, 15 metros de altura! —escuché sus murmullos sobre que 15 metros era demasiado, que no podrían lograrlo antes de que el granizo nos alcanzara también a nosotros— ¡Di ordenes, mis conciencias! ¡Quien no quiera seguirlas, puede correr hacia el granizo! —comenzaron a elaborar las barreras, en efecto, muchos no podían llegar tan alto de un solo tirón de energía, debían concentrarse más.

—¡Johnny! —gritó Laurence, a metros de mí, extendiendo la mano.

—¡Casi llegas! ¡Corre un poco más! ¡Más rápido Laurie! ¡Más rápido! —lo animaba, extendiendo mis manos, listo para recibirlo y ponerlo detrás para poder ejecutar mi plan: las barreras de sonido se crean con una materialización que se asemeja al látex o al vidrio caliente, moldeable, el granizo no iba a perforarlo, quizá si lastimar un poco al usuario, pero era la única forma de que no nos perforara. Yo recubriría de tinta las cajas de sonido, ya que esa tampoco podría perforarse, sino que escurriría, absorbiendo las habilidades de las conciencias sin usuario que tiraran sobre nosotros. El problema es que mientras más se acercaba la amenaza, más grande parecían la nube gris de donde caía todo, y no conocía la resistencia de mis colegas.

Conciencias: ¿Más cerca de la utopía?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora