Desperté en una habitación desconocida, sin embargo, supe de inmediato que se trataba de una de las del orfanato 2, era una alcoba dorada con ositos azules pintados a mano en el techo, como ángeles, verlos, me hizo pensar en la horrible pesadilla que acababa se sufrir. Tenía la frente húmeda, al posar la mano encima, toqué un paño húmedo, al lado, en la cómoda, había un recipiente rojo, lleno de agua fría, los hielos flotaban en la superficie, derritiéndose lento. Al intentar incorporarme, sentí calor sobre las piernas, era Amatista, quien dormía hecha bolita a los pies de la pequeña cama, bajo sus ojos, había una capa azulada, señal de ojeras tras la noche sin dormir, noté entonces, que no había sido un sueño y, que la valiente Amatista, única sobreviviente además de mí en esa carnicería, me había subido hasta la última alcoba y cuidado aun con el temor de que la pesadilla volviera. Le acaricié la cabeza, ella brincó de la cama en total sobresalto, personificando en el acto, lista para defenderse.
—¡No me asuste de esa manera, Kira-sama! —gritó, guardando a Zaphire.
Poniendo más atención, vi que las puertas y ventanas estaban recubiertas de ojos con diamantes por iris, como los que Zaphire tenía en casi todo el cuerpo. Ella tenía una conciencia protectora, Sor Himelda-sama la menospreciaba por no ser dorada o celeste y, en esa presión, la apariencia de su conciencia, era una muestra de su obligado perfeccionismo y pureza.
—Puede relajarse, Sor Himelda-sama —intenté tranquilizarla, ahora que no había nadie, ella sería nombrada Sor. Sin retirar el recubrimiento de las protecciones, se sentó de rodillas en la cama y comenzó a llorar.
—Los niños —sollozó. Me apresuré a mostrar la pluma de Kira, salió sin aparente dolor por lo que no continué preocupándome.
—Aquí están, todos, ni uno se ha perdido, no llore Sor Himelda-sama, tiene que ser fuerte por ellos —sus ojos se iluminaron cuando desprendí tinta negra, cada gotita con la carita de un pequeño—, voy a guardar la tinta en cada uno de sus diamantes, ¿está bien? —asintió e hice lo dicho: injerté en la carne rocosa de Zaphire, la absorción de los niños.
—Gracias, ¿cómo voy a pagarle haber cuidado a los niños? —dijo, limpiándose las lágrimas.
—Acompáñeme a la 1 para reportar el homicidio —solté, no tenía tiempo de actuar como un caballero y decirle que "no era nada"—. Ahí dejaremos a los niños en el orfanato 1. Por favor, deme el respaldo como testigo de lo ocurrido.
La alta conciencia, se levantó, caminó hacia el closet de la habitación, sacó una tela larga y rectangular, tejida, con barbitas las orillas más cortas, era un rebozo como el que usaba Ramona, lo usaban todas las Sor de los orfanatos, porque las cuidadoras usaban un chal de terciopelo. Vestir algo de tan fina y tardada elaboración como una prenda tejida a mano, significaba un alto estatus; Amatista se reconoció a sí misma, como la única salvación de los desamparados huérfanos del orfanato 2, con eso en mente y sin ninguna otra obra, un pulso haciendo crecer los diamantes a nuestro alrededor, denotaron que, el miedo la empujó al nivel 5, el valor al 6.
—¿Partimos ya? —preguntó, alzando la barbilla y enredándose el torso en el rebozo, decidida a –y esto lo supe después–, mantener a sus niños, aunque tuviera que fregar los pisos de toda Armélis con un cepillo de dientes por el resto de su vida.
—Sí —y ella no me siguió a mí, yo la seguí a ella.
Una mujer con hijos, deja de ser humana. Una mujer con hijos, abandona cualquier deseo carnal y su mundana importancia. Al ver a Amatista, tan joven y tan decidida, recordé a Ramona, llevándome de la mano a pesar de los maltratos de la gente, todos los días, con la frente en alto por ser mi madre y agradecí al cielo, tenerla en mi vida.
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Conciencias: ¿Más cerca de la utopía?
قصص عامةJonathan Moon creció en la próspera Armélis, fue un niño amado por quienes lo rodeaban, considerado un dotado en todo lo que se proponía, afortunado a manos llenas, con una conciencia privilegiada y alabada, un grande. Pero todo aquello terminará cu...