Por la mañana, el sol a través de las persianas le golpeaba justo en la cara, así que me levanté, empujándola hacía el fondo del sofá, donde solía estar yo. Me vestí y caminé el baño, lugar que me fue difícil hallar, ya que la puerta parecía más bien una extensión de la pared que haber una real división para la entrada; una vez dentro, me duché y vestí. No pude pegarme peor susto que el de ver a Diego parado afuera, comiéndose un rollito de canela, al parecer esperándome.
—Veo que te fue bien Romeo —guiñó, ofreciéndome del bizcocho, que, desde luego, rechacé.
—Sigues siendo un impertinente —señalé, quitándole la taza de café que llevaba en la otra mano.
—Busqué primero a Hatsumi en su oficina, pero no estaba, supuse que la encontraría contigo.
—¿Meras suposiciones? —arqueó la ceja, rodó los ojos ante mi sugerencia de haber entrado a nuestras conciencias.
—Piensa lo que quieras, pero junta a dos personas llenas de tensión sexual —dijo, haciendo ademanes con una sola mano—... es obvio lo que ocurrirá, yo lo haría.
—Tú.
—Además, te gusta. Y para ella, no le eres tan indiferente —se encogió de hombros, luego, una maliciosa sonrisa se le dibujo en el rostro al notar que me había ruborizado—. Mi hermana hizo el desayuno, suban —rio por conclusión.
Asentí y, tras entrar a avisarle a Hatsumi acerca del desayuno, subí. Me encontré con el escritorio de Diego, ampliado y lleno de comida, nada rápido, sino muchos postres y platillos elaborados, me pregunté si Marina no había dormido nada. Ella apareció casi cuando ese pensamiento rondó a Kira, poniendo un plato más en la mesa.
—Buenos días —dijo, limitando nuestro saludo a uno formal y común.
Entonces, entró Hatsumi, con un traje negro de broches dorados en la punta de las solapas y una blusa también dorada y de lentejuelas por debajo. El pantalón llegaba a su cintura, era holgado, por lo que le hacía aparentar las piernas más anchas y largas. Saludó, también solo diciendo "buenos días" y buscó una silla, la cual me apresure a acomodar.
—Ayer tuve una crisis nerviosa, así que hoy, le he pedido a mi hermana nos haga el desayuno para animarnos, me alegra tenerlos conmigo —dijo Diego, nervioso, tamborileando los dedos sobre la mesa, cosa que Marina calmó, poniendo sus manos sobre los hombros de su hermano—. Todos sabemos que después del anuncio de hoy, habrá pánico y, aunque la ley lo dicta, tras un golpe de estado no puedo obligarlos a quedarse, así pues, pueden irse, si así lo desean: vayan con su familia.
Casi todos, con excepción obvia de Marina, Sarepta, Hatsumi y yo, se levantaron, con la cabeza gacha, supongo por no tener la convicción para quedarse con Diego, uno de sus gerentes le agradeció para luego, irse también.
—Es lógico que se fueran, si yo tuviera una familia que cuidar, también me iría con ellos —retomó Diego, sorbiendo las lágrimas por la nariz. Volteó la vista hacía Sarepta, pero él lo interrumpió.
—Me quedaré aquí contigo, Diego.
Cerca del mediodía, el teléfono holográfico sobre la desordenada mesa, sonó.
—Colorido Lancaster's, ¿en qué puedo servirle? —contestó Marina.
—Lancaster-san, ¿podría encender la imagen holográfica para hablar con su hermano? —era Furuta-sama.
—Furuta, que alegre llamada, como puede ver aquí está todo mi equipo, ah y el rector que vino a enseñarnos modales, ¿en qué puedo servirle? —respondió Diego, nada serio, igual que siempre, girando con Lavanda, su asiento.
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Conciencias: ¿Más cerca de la utopía?
General FictionJonathan Moon creció en la próspera Armélis, fue un niño amado por quienes lo rodeaban, considerado un dotado en todo lo que se proponía, afortunado a manos llenas, con una conciencia privilegiada y alabada, un grande. Pero todo aquello terminará cu...