Epílogo: Juliette Moon

1 0 0
                                    


—¡Juliette, se te hace tarde! ¡Tu abuela ya debe estarte esperando en la estación! ¿Crees que tiene tu tiempo? ¡Baja ya! —gritó su madre en el final de la escalera, una de color verde jade, en la cual, en el descanso, había un gran ventanal para llenar de luz el vestíbulo, al lado de esta, en la contra esquina, un cuadro con la fotografía de Jonathan. Amatista subió los primeros 10 escalones hasta llegar a ese descanso y se detuvo a mirar la fotografía— Tu hijo puede ser un gran desastre a veces —dijo sonriendo tras un suspiro.

—¡Ya voy! ¡Es que no encuentro mi cadena plateada! —gritó de vuelta el chico desde su habitación.

—¡No voy a subir por ti! ¡Si lo hago, es porque te traeré de la oreja, estaba en el cajón de la derecha, al que le pones llave! —Amatista comenzaba a desesperarse, Juliette solía pasar los fines de semana con su abuela Ramona, pero siempre era la misma cantaleta, el joven olvidaba algo e iba y venía de su habitación a la puerta.

—¡Pero tampoco encuentro la llave, ayúdame a abrirla!

—No sé ni por qué le pones llave —comenzó a quejarse la mujer mientras subía lo que restaba de escalones, recogiéndose el vestido con ambas manos y su conciencia detrás, la habitación que Juliette compartía con su compañero Orlando, era la primera de un largo pasillo lleno de puertas, está se encontraba abierta y dentro, podía verse el desastre que era el cuarto.

El otro chico, Orlando, un muchacho moreno y de cejas muy pobladas, estaba sentado en la cama de arriba de la litera, aun en pijama y nada más presenciando el desorden, hasta que entró la mujer.

—¡Sor Moon! —se sorprendió al verla en el marco de la puerta— Yo le dije que mientras más regara, menos hallaría su llave —justificó.

—Buenos días, Orlando. Sí, ya lo creo —sonrió condescendiente—. Eres un real dolor de cabeza cuando te pido apurarte, Juliette Moon. ¿Por qué no te vas sin la cadena?

—Sabes que la abuela va a matarme si llego sin ella, me hará pulir pisos y ayudar a Grace en el cunero.

—Te lo merecerías por descuidado. ¿Qué harás de castigo si encuentro la llave sin forzar el cajón?

—No mamá, eso no, ¿por qué le pones condiciones a tu ayuda siempre? —el chico de cabello blanco se encontraba sentado en el suelo, ya se había rendido con lo de encontrar la llave, lo único que quería era que su madre forzara el cerrojo del cajón con su conciencia, no una lección de responsabilidad. Amatista puso cara de que ceder a la condición, sería la única manera en que lo ayudaría—. Está bien, yo... haré tu trenza por un mes.

—Dos.

—Uno y medio.

—Dos.

—Bien —hacer la trenza de Amatista era todo un lío, su cabello era demasiado largo y pesado, había que hacer varías trenzas pequeñas para luego unirlas en una sola, un dolor de dedos, además como ella era la primera en levantarse en el orfanato, quien la hiciera, debía levantarse a la par. Pero cualquier cosa era mejor a los castigos de Ramona.

Entonces su madre tiró cristales por todo el suelo, encerrando en ellos cada objeto por separado, la llave quedó guardado en uno justo frente a los ojos de Juliette, él posó sus ojos azules en ella, la tomó y, con prisa, sacó la cadena plateada con el camafeo de su padre colgando de ella.

—Gracias ma.

—De nada, ahora baja rápido, sabes lo mucho que le molesta a tu abuela la impuntualidad.

—Ya sé, ya sé, me voy —el muchacho tomó una mochila y bajó como rayo las escaleras, no sin detenerse unos segundos frente al cuadro de su padre—. Buenos días papá, me voy con la abuela —dijo despidiéndose.

Conciencias: ¿Más cerca de la utopía?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora