El sueño me empujó unos años adelante, me sentía algo cansado, ese sueño omitía los eventos malos, por ejemplo, Ramona había muerto hacía poco, pero no sentía ningún tipo de dolor, no me lo cuestioné, solo me creí muy resiliente. Dalila se había casado con una chica llamada Helen, cosa que yo sabía, pero no tenía ni idea de cómo lucía ella, todo asunto comenzaba a volverse borroso. Y mi estado de ánimo siempre era felicidad.
Hatsumi y yo tuvimos una buena historia de amor, una de novela, en la que nos casamos por situaciones poco favorables, pero las aprovechamos, formando una sólida unión en la que confiábamos, respetábamos y amábamos profusamente a nuestra pareja. Teníamos una hermosa hija que era la luz de nuestros caminos, el motivo para ser mejores cada día, para reír y aprender.
Recuerdo una ocasión, en que Dalila se cayó del columpio en un parque, raspándose las rodillas por completo. Kasumi la cargó y la llevó a toda velocidad hasta la casa, donde puso algo de luz en sus sienes, haciéndola relajar para poder lavar sus heridas sin causarle ardor, les puso alcohol y encima, gasas. Luego, la dejó bien dormidita en su cama, cuando se levantó, estaba mucho más tranquila, comió y pasamos una hermosa tarde jugando dominó. Dalila amaba los juegos de mesa, era muy buena en ellos, era buena en casi todo, excepto en cualquier materia que incluyera factorizar de manera avanzada. Le apenaba pedir ayuda, lo hacía hasta que no veía salida. Era la hija ideal, la que me hubiera gustado tener, no sabía que no era real, no sabía que un sueño podía sentirse de esa forma, no sabía que perder a un hijo se te hacía dejar de sentir todo lo demás.
Dalila nunca existió, Dalila... era buena niña, fue una buena hija, yo... le enseñé a alguien que no existía, todo lo que sabía sobre la vida, fue la reina de mi vida, fui el monstruo en sus juegos de princesas, también hice voces divertidas para hacerla reír, aprecié sus dulces y grises pestañas bajar mientras dormitaba en mis brazos cuando iba a su alcoba a contarle un cuento. Ella tenía un pijama morado, lleno de elefantes bebé y un peluche de tortuga, una tortuga caricaturesca y azul brillante, con unos ojos enormes que abarcaban casi toda su cara, Dalila decía que se llamaba Johnny. Su voz era dulce, cuando creció, fue persuasiva, inteligentísima, con una alta conciencia celeste, se volvió la profesora más joven de Colorimetría en la Universidad 10.
Me llamaba por las noches para saludarme y preguntaba: "¿Papá, ya tomaste tus medicinas?". "Papá"... Dalila, recuerdo la primera vez que te vi: somnolienta, con el cabello alborotado. Te amé nada más mirarte, era mi hija, la muestra del amor que pude tenerle a Hatsumi, la prueba de mi legado de sangre en el mundo, la prueba de que yo, en efecto anhelaba una familia, anhelaba poder compartir mi existencia con alguien y crear más vida con alguien. Extraño mucho a Dalila, extraño sus llamadas, extraño su voz, extraño su ropa, nuestra casa, las competencias con Kloe para ser el primero en saludarme.
La primera vez que solicitó un permiso para salir, fue cuando quiso quedarse a dormir con su abuela Ramona, en realidad quería salir con sus amigos, pero creía que no se lo autorizaríamos y, en efecto, no le habríamos autorizado salir a beber a tan descontrolada fiesta. Quiero a mi hija de vuelta, quiero una llamada suya. Fui padre alguna vez, en un sueño.
También tuve una esposa, una buena, risueña, trabajadora, una alta conciencia dorada, Hirohiko Hatsumi, fue mi compañera de vida, la compañera de una buena vida. Extraño a Hatsumi, aún peor que a Dalila, porque a ella puedo verla, sin embargo, está con alguien más, alguien a quien ama, tanto como soñé que me amaba a mí.
En mi vejez durante el sueño, tuve mi última pesadilla antes de que Ghirga me convirtiera en una conciencia sin usuario y fue la peor de todas.
—No estás soñando —dijo Ghirga, la voz de Leone en cuanto halé de las cadenas que aprisionaban mis muñecas intentando soltarme—, todo lo que has visto es real —en esa ocasión no parecía burlarse como las otras veces, sino que se mantenía serio.
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Conciencias: ¿Más cerca de la utopía?
General FictionJonathan Moon creció en la próspera Armélis, fue un niño amado por quienes lo rodeaban, considerado un dotado en todo lo que se proponía, afortunado a manos llenas, con una conciencia privilegiada y alabada, un grande. Pero todo aquello terminará cu...