Mis tareas comenzaron apenas crucé la puerta del elevador al último piso otra vez, el trabajo comenzó. Sarepta fue muy amable conmigo, insistiendo en que, siempre y cuando fuera dentro de "nuestra oficina", usara su nombre de pila. Adam Lancaster-sama era muy estricto en cuanto a lo que se refería a modales entre niveles y colores, pero Sarepta siempre se aseguraba de hacerle a los empleados, la carga más ligera –siendo quien supervisaba casi todos los departamentos, era fácil hacerlo, porque Lancaster-sama confiaba de forma casi ciega en él–.
El trabajo era bueno, edificante y aprendía muchísimo; el verdadero dolor de cabeza era Diego Lancaster, era un desequilibrado, pretencioso, altanero, burlón, lascivo e impertinente jovencito, mi primer encuentro con él, ese mismo día, fue de los más incómodo en mi vida. Él tenía su propia oficina, de mismo tamaño que la de su padre, pero dividida a la mitad para ser compartida con Marina, esa división estaba hecha de una especie de Tablaroca, pero ella casi nunca estaba ahí porque aprendía a hacer extracciones en el subterráneo, ir y venir, le resultaba tedioso.
—Lancaster-sama —saludé, buscándolo, luego de que, tras tocar me dijera que podía pasar.
—Por acá —le escuché decir con voz forzada al fondo, detrás de un biombo con gravados de árboles de cerezo. Su oficina era todo un desastre, con telas y papeles tirados en –no exagero– todo el piso.
Caminé, yendo a, de donde escuché, provenía el sonido. Vi una escena que he deseado borrar de mi mente cada momento de mi vida: a quien llamaban, él joven Diego, del todo desnudo, con otro hombre y una mujer, lo tenían tumbado en la mesa de una máquina de coser. La mujer estaba debajo de él, Diego parecía querer meterle la lengua hasta el estómago y el hombre lo penetraba por detrás.
—¡Discúlpeme Lancaster-sama, volveré más tarde! —me apresuré, cubriéndome los ojos.
—No, espera, casi terminamos. Ve a la oficina de mi hermana y sella el sonido si quieres o quédate a ver —respondió personificando, lanzando hipnóticos destellos rosas a toda la habitación.
No contesté, partí de inmediato a la oficina de Marina y sellé el sonido con triples capas de tinta. Hasta el momento, los Lancaster representaban para mí la imagen de la elegancia, la frivolidad y el orgullo de ser una alta y divina conciencia, es que no conocía al menor de ellos. Unos minutos después, él abrió la puerta de donde yo estaba, se acomodaba el pantalón blanco de tiro alto, que acompañaba de una camisa con mangas abombadas y holanes en el cuello, no llevaba zapatos.
—Debes ser Jonathan Moon, mi nuevo tutor, pasa —dijo, confianzudo, yendo el primero y peinándose con un cepillo rojo en forma de labios.
—Gracias, Lancaster-sama —quería ser objetivo, apartarme de su vida personal y verlo solo como un alumno.
—Déjame ver: tienes una conciencia celeste, de absorción, media absorción, porque solo puedes con habilidades. Te graduaste con honores en historia colorimétrica y ciencia políticas, eres nivel 4. El protegido de mis padres, eso te lo he de agradecer, porque gracias a ti puedo experimentar muchísimo, pero —me analizó, leyendo mi currículo— no requiero de tus servicios, puedes irte.
—¿Disculpe? —pregunté, incrédulo.
—Que quiero que te vayas, Sarepta aún debe tener algo para ti o si quieres vete a tu casa a descansar porque yo, estoy muerto —ordenó.
—Lancaster-sama, me iría, pero tengo ordenes de su padre, lo siento.
—Ocurre que no me gusta la gente aburrida y tú eres, por mucho, la persona más aburrida que ha cruzado esa puerta, no sé ni por qué mi hermana se acuesta contigo —agregó, rodando los ojos.
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Conciencias: ¿Más cerca de la utopía?
Aktuelle LiteraturJonathan Moon creció en la próspera Armélis, fue un niño amado por quienes lo rodeaban, considerado un dotado en todo lo que se proponía, afortunado a manos llenas, con una conciencia privilegiada y alabada, un grande. Pero todo aquello terminará cu...