Dolores Lancaster

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Paso una hora.

Dos horas.

Tres, ya estaba más que irritado. Entonces vi la misma paloma, esta me dirigió a la parada de autobús sobre la 3 autopista. Compré un boleto al punto sureste de la 39 y abordé; la paloma se posó en mi hombro todo el trayecto.

Cuando por fin el vehículo de tres pisos se detuvo, la paloma emprendió el vuelo de nuevo, guiándome a las colindancias con la Zona Obrera 38, hasta una enorme casa de 2 plantas, con una barda de reja cubierta de buganvilias, hermosa, pero des combinaba por completo con las casas y edificios minimalistas del lugar, muy tradicional para los cristales y tonos neutro de lo demás.

En el enormísimo zaguán, tenía grabado con letras góticas: Lancaster. Tragué saliva antes de tocar el intercomunicador holográfico.

"Residencia Lancaster, bienvenido", dijo una voz, sin siquiera preguntarme quién era, cuando el zaguán se abrió de par en par.

Lo visto a través de los elegantes barrotes no era nada en comparación a lo que vi dentro: un hermoso camino de obsidiana, a los lados, hermosos abedules de tronco blanco, no supe bien cuál era el límite de la casa, había arboles hasta perderse en la oscuridad. Recorrí el camino negro brillante tras la paloma hasta la puerta principal, de perfecta y barnizada caoba negra, con dos manos talladas, hechas puño y sosteniendo un aro de plata, para tocar. Mi guía desapareció, disipándose en ese aro, supe entonces que era obra de Lancaster-sama.

Di leves golpes a la puerta en arco, poniéndome en puntitas para apenas alcanzar.

—Usted debe ser el joven Moon —dijo cuando abrió, otro androide, con torso humano, pero en lugar de piernas una rueda, como un monociclo, uno muy sofisticado, las pequeñas piezas del engranaje podían verse trabajando a través de las tapas de cristal.

—Buenas tardes, Jonathan Moon, a su servicio —saludé con una reverencia.

—Al de mi señora, querrá decir. Adelante, ella ya lo espera —me invitó halando la puerta hacia atrás para poder pasar—. Deme su equipaje, lo pondré en su habitación.

— ¿Ha-habitación? —tartamudeé, aun en shock por la elegancia del lugar.

El piso era de mármol pulido, blanco y negro, justo en la entrada, había un cuadro enorme con marco de oro de la familia, la escalera amplia y sostenida a los lados por columnas tan blancas como el marfil era adornada por una alfombra de terciopelo azul marino.

—Por supuesto, vendrá cada semana, sería un absurdo que no tuviera una habitación —mencionó el androide—. Suba, es la segunda puerta a la izquierda —agregó quitándome el abrigo.

No era una casa, sino una mansión, muy grande para solo cuatro personas, ahora tres. Tampoco tenía conciencias de servicio, sino un androide nada más y hecho por la dueña, yo no entendía nada, pero seguí las instrucciones.

—Adelante —respondieron desde detrás de la puerta.

Entré al estudio de Dolores Lancaster-sama. Su escritorio estaba de espaldas con una ventana rectangular enorme que iluminaba la barnizada y roja madera de los estantes llenos de libros de pasta gruesa con letras doradas en los lomos.

Ella se quitó los lentes y cerró su pantalla. Llevaba un tocado con plumas doradas y un vestido suelto azul marino lleno de brillos, acompañado de una estola igualmente dorada. Era excéntrica y divina, mi corazón brincaba cual liebre dentro de mi pecho, más aún cuando personificó su abanico.

—B-bue-bue-bue-buenos días —logré articular, a penas.

—Buenos días Moon, relájese —saludo, un tanto en tono de reprensión.

Conciencias: ¿Más cerca de la utopía?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora