—Todo paso después de haber perdido a Matt...
Todo es un borrón y cuenta nueva para mi mente. Revivir ese tiempo me causa un bloqueo en todo el cuerpo. Se revive la agonía que sufrí y que no puedo dejar ir. Es un dolor que ira clavado en mi pecho aunque sonría y continué respirando.
—Perdón me es difícil aun hablarlo— el lado de mi sillón se hunde, soy reconfortada por los cálidos brazos de Dante.
Su consuelo y apoyo a sido mi base primordial a lo largo de los años, a pesar de todos los cambios.
—Puedo hacerlo yo... — su voz sale ronca a lo que niego con la cabeza.
Necesito hablarlo, quiero ser yo esta vez. A pesar de que se me entrecorta la respiración continuo tomando el aire necesario para que la voz fluya.
—Tenia 26 semanas de embarazo, era un niño— sonrío, levanto el rostro hacia mi esposo—. Lo llamamos Matthew —reprimo un sollozo—. Los doctores no sabían darme una explicación, todo fue tan rápido. Todas las citas habían transcurrido con normalidad y los últimos estudios que me habían realizado dieron buenos resultados. Inclusive teníamos en nuestras manos una ecograia en cuarta dimensión, remarcando su pequeñito rostro. Festejamos el haber pasado el primer trimestre con miedo, pero, no creíamos que el segundo fuese el peor...
Me quedo en silencio repasando lo siguiente, Dante limpia varias lágrimas con sus dedos.
>>Estabamos en casa— me tiemblan los labios—, un domingo por la tarde descansando en el patio trasero. Yo..., fui a la cocina. Ya conocía sus pequeños movimientos, pero comencé a sentir algo diferente. Era un dolor suave que pasó a ser agudo, era un dolor horrible, lleno de terror. Dante escucho y entro corriendo— aprieto los ojos— cuando el entro, yo ya estaba en el suelo con sangre en mis manos y mis piernas.
Dante me sostiene.
>>No recuerdo el trayecto al hospital ni cuando entre a quirófano. Fue demasiado el shock que me dormí en el proceso. Cuando desperté en esa cama fría de habitación de paredes grisáceas, con Dante tomándome la mano, lo supe. Habíamos perdido a nuestro bebe.
Dejo caer la cabeza y me sostengo con las manos y los codos en las rodillas.
—Lo siento mucho— las palabras de la doctor salen con tanta sinceridad y comprensión que las tomo, siguen siendo tan dolorosas.
Mis manos pasan a los brazos de Dante, aprieto su camisa con fuerza como si e estuviera liberando del dolor, pero aun así no se va.
—No sé...
—Nunca fue tu culpa cariño.
Culpa.
La maldita culpa que me carcomía viva, horas y horas repasando que había hecho mal, que alimento había ingerido, que mal paso había dado. No hubo una respuesta clara, pero los doctores me lo aseguraban no era mi culpa, pero se sentía como si lo fuese.
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Exilio
Storie d'amoreLos finales siempre sorprenden, aunque estén escritos desde un principio.