II

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Mayo, 1995

   La expresión de Mike es similar a la de alguien que acaba de recibir la peor noticia de su vida.

   Tal vez porque, de hecho, eso es justamente lo que acaba de pasar.

   —Tú... ¿Tú aceptaste? Pero, Eleven....

   —Está hecho —declara ella, cabizbaja. No se arrepiente, pero tampoco es algo de lo que esté orgullosa—. No hay vuelta atrás.

   —¡¿Cómo puedes decir eso con tanta calma...?! —protesta Mike a la par que se levanta del sofá y se lleva las manos a la cabeza—. Como si no hubiera nada más que hacer, como si no lo hubiéramos vencido antes y...

   Eleven se muerde la lengua para no decir lo que en verdad piensa.

   Fui yo quien lo venció. Solo yo.

   Y es que sí, por supuesto que sus amigos estuvieron allí, apoyándola con su presencia, con sus palabras, con una que otra táctica de distracción o alguna innovadora estrategia... Pero ¿qué habría sido de ellos sin sus habilidades? Y ahora que Henry es mucho más fuerte, no desea apostar su vida y la de los demás en una batalla.

   Porque sabe que, incluso si ganan y vuelven a derrotarlo, los números están en su contra: duda que salgan todos con vida de esta.

   Y está cansada de perder gente.

   —Mike —lo llama entonces, mas él parece no oírla, ocupado como está en caminar de un lado al otro de su sala—, si quieres... terminar conmigo —Le rompe el corazón decirlo, pero se lo debe—, está bien.

   »Pero no puedo echarme atrás.

   Su prometido la mira, entonces. Su prometido. Eleven guarda silencio, pues no hay nada más que pueda decirle. Nada, al menos, que pueda arreglar este desastre.

   Los ojos de Mike se llenan de lágrimas.

   Y antes de que ella pueda siquiera pensar en algo para intentar consolarlo, o alguna promesa que pueda paliar tamaña traición, él sale corriendo por la puerta del frente y se pierde en la oscuridad de la noche.

   Recién entonces, sola en una casa que se le hace demasiado grande cuando él no está, Eleven se permite llorar.

#

Transcurre una semana desde la partida de Mike. Eleven da lo mejor de sí: intenta actuar con normalidad alrededor de su padre, Joyce y el resto de sus amigos.

   —Entonces..., dime una cosa, El.

   La pregunta se la hace Hopper con un tono casual mientras enjabona un bol tras la cena compartida con Joyce, Jonathan y Will. Un tono demasiado casual, tratándose de su padre. A su lado, Eleven reprime un suspiro y evita despegar la vista de los cubiertos que está secando.

   —¿Sí?

   —¿Querrías que le pegue un balazo en la cabeza a este tipo Vecna o lo que sea?

   Eleven se detiene y le lanza una mirada incrédula. El hombre enarca las cejas. Si es sincera consigo misma, no le sorprende que ya lo sepa, mas lamenta no haber podido protegerlo, no haber podido escudarlo de la verdad.

   A él y al resto que, sin duda, también ya estará al tanto.

   —No es necesario, papá —replica finalmente, volviendo a prestarle atención a los cubiertos aún mojados. No menciona lo que Hopper ignora: que un balazo a la cabeza le haría aún menos daño ahora que antes—. Creo que... Henry y yo hemos llegado a un acuerdo.

Cuatro semillasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora