XVII

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Los labios de Henry están fríos. Una parte de ella —la minúscula parte que no está enfocada en besarlo— recoge esta información y la racionaliza como una consecuencia del ataque del Upside Down hacia él.

   La otra parte de sí, la mayor parte de sí, no se molesta en detenerse en esta paradoja: que labios tan fríos puedan encenderla de esta manera.

   Henry no duda; responde el beso con vehemencia, como si quisiera devorarla entera, un movimiento instintivo que replican las manos que van a rodear su cintura y empieza a tirar de ella para atraerla hacia sí. Eleven no opone resistencia alguna: iguala el ritmo desesperado de su boca contra la suya, gemidos ahogados en la unión de dos dimensiones enfrentadas y, apoyando ambas manos sobre sus hombros, trepa sin miramientos hasta terminar montada a horcajadas sobre él...

   Suelta un siseo involuntario al sentir el bulto entre las piernas de Henry, el cual presiona ahora contra su centro y que la inunda de un calor tan desesperante como insuficiente... o al menos así le parece con todas las capas de ropa que aún los separan. En consecuencia, lleva las manos al dobladillo de su camisola, decidida a eliminar la distancia entre ellos...

   Y es entonces que ocurre algo inesperado: Henry deja escapar un resoplo y coloca ambas manos sobre sus hombros, frenándola a la par que la obliga a retroceder hasta una distancia en la que puede escrutar su rostro con esos insondables ojos azules suyos.

   ...

   Solo que ahora, lejos de misterios y secretos infranqueables, su mirada encierra un ardor inusitado. Ante esto, Eleven se ve obligada a apretar los labios para no soltar un infantil quejido de protesta, sus manos laxas a sus costados.

   Henry, empero, parece leer su frustración en su mirada, pues le ofrece una sonrisa arrogante a la par que lleva el pulgar de su mano izquierda a recorrer sus labios, su diestra retomando su lugar en su cintura.

—¿Y esto? Luces decepcionada, Eleven...

   Su voz aterciopelada —o, mejor dicho, la forma en la que dicha voz pronuncia su nombre— parece enviar una señal directa a algún lugar en su bajo vientre que la hace estremecer. No osa mentirse a sí misma: es obvio que él lo ha notado, así que no le queda otra que encogerse de hombros como un último intento de conservar algo de dignidad. Insatisfecho con esta respuesta no verbal, Henry desliza sus dedos hacia abajo hasta terminar por posarlos contra su cuello en un movimiento gentil que, sin embargo, parece quemarla.

   —Yo... Yo pensé... —deja la oración a medias, sintiéndose humillada a la vez que extremadamente consciente de todos los lugares en los que su cuerpo y el de él se tocan, directa o indirectamente—. ¿Lo... malinterpreté...?

   Henry termina por apiadarse de ella y responde con suavidad:

   —No malinterpretaste nada. Pero me temo que en mi estado actual me es imposible continuar.

   Eleven traga saliva ante el eufemismo, una promesa contenida en una palabra, su corazón latiendo desaforadamente.

   Pero no puedo ser egoísta ahora. Bueno, más bien como que no quiere serlo en este caso, con la salud de Henry en juego.

   No después de lo que lo vio enfrentar.

   —Ah, sí, estás... Estás convaleciente —tartamudea, sintiendo tanto la urgencia de apartarse de él para dejarlo descansar como la de mover sus caderas contra las suyas en busca de una fricción en la que no puede dejar de pensar—. No, entiendo, sería mejor que no...

   —Estoy convaleciente, sí, pero... —Su diestra finalmente abandona su cintura para tomar la mano izquierda de Eleven y acercarla a su boca con delicadeza—. Hay más que solo eso.

   Remarca lo último depositando un delicado beso sobre sus nudillos, no, sobre uno de ellos en particular, centímetros encima de su alianza.

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No sabe de dónde saca fuerzas para poner distancia entre ambos y dejar su cama. No sabe, tampoco, cómo es que logra caminar hacia la puerta de la habitación y abandonarla sin que sus piernas flaqueen y la tiren al suelo.

   Curioso, a decir verdad: pareciera que es ella quien acaba de enfrentarse a un ser de otra dimensión en una batalla de vida o muerte.

   Aunque... si considero a Henry como uno...

   Finalmente, arriba a su habitación y se deja caer de espaldas sobre la mullida cama. Se lleva el antebrazo a la sien y deja escapar un suspiro.

   ...

   Puede intentar apartarlo de su mente todo lo que desee, mas la verdad es que Henry ha sido inequívocamente claro con ella, si no con sus palabras, definitivamente con sus acciones.

   Aparta el brazo de su rostro y lo extiende: su alianza resplandece bajo la tenue luz de la araña que no alcanza a penetrar del todo a causa del dosel.

   Mike.

   Es, oficialmente, una mujer adúltera. Y no solo eso: ha besado al hombre que casi asesina a su mejor amiga. Y no es que no sienta culpa al pensarlo, no: es solo que acepta que esta es una nueva realidad, una nueva vida...

   Una que tendrá que vivir así, con la culpa a cuestas.

   ...

   De pronto, recuerda las palabras de Henry cuando lo hubo dejado, antes de que alcanzase a cerrar la puerta tras sí.

   —Mañana de noche ya estaré completamente recuperado, Eleven. Por si quieras venir a visitarme.

   Si hubiese querido seguir fingiendo que es tonta e ingenua —y, claro está, si hubiese sido capaz de articular una oración coherente en el estado en que se hallaba—, le habría preguntado el motivo de que decidiese no acompañarla durante la hora de cenar.

   El asunto es que ya no quiere seguir fingiendo.

   Y es por eso que suma a su larga lista de pecados el retirarse la alianza que no se ha sacado en todo este tiempo.

   Eleven hace una mueca. Sí, tendrá que cargar con esta culpa también.

   ...

   Tal vez esta idea se le haría más tolerable si de hecho se arrepintiese de algo.

Cuatro semillasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora