VI

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Cuando retorna a su cuarto, Eleven se dedica a explorar su guardarropa: no le sorprende para nada encontrarse con vestidos confeccionados con finas telas, los cuales le recuerdan más a ilustraciones de libros fantásticos que a prendas pensadas para el día a día.

   Esta actividad, no obstante, no la mantiene entretenida durante demasiado tiempo. Como ha vuelto a sentir frío, decide que ahora es un buen momento para inaugurar la bañera que ha visto a la mañana.

   El agua caliente, tal y como hiciese horas atrás, no falla en relajarla. Por otro lado, el aroma de los distintos aceites de baño y el vapor que inunda el lugar hacen que sus párpados se sientan pesados y que el tiempo, ya de por sí un concepto esquivo en el Upside Down, se le haga más y más ajeno.

   Empero, decidida a no desmayarse en el baño, se fuerza a sí misma a salir del agua y secarse. Al depositar sus prendas usadas en un tacho de tela destinado para el efecto, nota que sus anteriores ropajes han desaparecido: supone que deben estar siendo lavados, y no se detiene demasiado en este hecho.

   Esta vez, se viste con pantalones de algodón y una sudadera con capucha.

   ...

   Si la llaman a cenar, Eleven no se entera; no tarda en quedarse profundamente dormida.

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No tiene idea de qué hora es cuando se despierta. Como nadie viene a requerir su presencia, vuelve a darse un baño —¿qué otra cosa podría hacer, realmente?—, se coloca la sudadera de la noche anterior y se dispone a explorar los alrededores.

   Recuerda —más o menos— cómo llegar al comedor, así que se dirige allí en primer lugar. Cuando llega, se encuentra con numerosos platillos dispuestos en la mesa: huevos revueltos, wafles, jamones, quesos, mermeladas, panes, jugos, leche, café, chocolate caliente...

   —Nuestro señor acaba de marcharse a su estudio. —La voz de una de las sirvientas la sobresalta; Eleven ve que se trata de una muchacha morena, de cabello largo y enrulado—. ¿Es este desayuno de tu agrado? Tenemos órdenes de prepararte lo que desees.

   Eleven traga saliva y asiente. Bien, al menos no se ha levantado tan tarde hoy, pues ha alcanzado a llegar al desayuno. Toma asiento y se dispone a servirse un wafle cuando...

   —El día de hoy, nuestro señor te ha eximido de tu responsabilidad. —Las palabras son solemnes, y le causarían gracia si no fuese por el significado que transmiten—. Si deseas, te avisaré cuando sea la hora de cada comida de todas maneras.

   Bueno, eso soluciona el problema del reloj. Eleven vuelve a asentir.

   ...

   La comida sabe mejor con el alivio que siente.

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El problema es que el alivio no dura: cuando transcurre una semana entera sin que tenga noticia alguna de Henry, Eleven empieza a sentirse... inquieta. Y, si le pregunta a las sirvientas sobre él, estas tan solo responden lo mismo: «Nuestro señor ha dejado el castillo: debería retornar pronto».

   En la semana que lleva sola, ya ha recorrido el castillo de pies a cabeza y hasta los jardines —que aparentemente se extienden también por detrás de la fortaleza—. En otras palabras, está muerta de aburrimiento.

   Y no hay televisión en el Upside Down...

   Esa tarde, supone que lo único que le queda es ir a la biblioteca y buscar algún libro para pasar el tiempo.

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Obviamente, todo esto hace que su sorpresa sea mayúscula al ingresar a la biblioteca y encontrarse con Henry sentado en un imponente sillón, ensimismado en un libro de lomo rojo. Por si fuera poco, en la mesa ratona a su lado hay una copa de vino a medio tomar.

Cuatro semillasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora