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Eleven lo ayuda a enderezarse y pasa el brazo de Henry por encima de sus hombros, asiéndolo por la cintura con su otra mano.

   Deben conformar una imagen curiosa: una muchacha menuda cargando el peso de un hombre de gran estatura que apenas puede caminar y necesita apoyarse contra ella. Esto es, si alguien de hecho los hubiese visto —pues supone que alguien los habría interrogado o les habría ofrecido ayuda de haber sido ese el caso—.

   Sin embargo, es mejor para ella que hayan pasado completamente desapercibidos en su camino de vuelta al portal: no necesita ayuda y ciertamente que prefiere evadir molestas preguntas acerca del hilillo de sangre que chorrea de su nariz.

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—Estará bien. Prefiere que no lo veas ahora mismo.

   Eleven frunce el ceño ante las lacónicas palabras de una de las sirvientas: como si no fuese suficiente con llevárselo sin siquiera ofrecerle una mínima explicación apenas hubieron atravesado el portal, ¿viene a su cuarto un día después para comunicarle esto? Ha desayunado y almorzado sola —el día de Navidad, ¡para colmo!—, sin ninguna noticia acerca de su estado de salud, y ¿esto es lo que obtiene al preguntar?

   —Pero ¿qué le pasa? —insiste—. ¿Por qué...?

   —Prefiere no responder.

   No puede disimular: su rostro se crispa a causa de la frustración. Sin el más mínimo interés de seguir con este circo, Eleven pasa de largo de la otra muchacha y se dirige con paso rápido hacia la habitación de Henry. Llama a la puerta con golpeteos rápidos que delatan su impaciencia.

   —¿Henry? Ábreme. Quiero verte.

   La puerta, efectivamente, se abre tras unos segundos, mas, como es de esperarse, es otra de las sirvientas —la misma que hubo hecho el papel de guía a su llegada, lo que parece haber sido una eternidad atrás— la que la recibe.

   —Te hemos dicho que nuestro señor no desea...

   Eleven agita su mano y la muchacha se tambalea unos metros hacia el costado, dándole paso involuntariamente. Sin ella bloqueando la vista, Eleven al fin lo ve: sentado en su cama, pero con la espalda erguida, apoyada contra mullidas almohadas y vistiendo una blanca camisola mientras que el resto de su cuerpo permanece oculto bajo gruesas frazadas, Henry bebe un vaso de agua con parsimonia, sin siquiera mirarla.

   —Henry —demanda Eleven, yendo a pararse al costado de su lecho, haciendo su mejor esfuerzo por no clavar la vista en los músculos de su garganta mientras este inclina la cabeza hacia atrás.

   Empero, él no le da el gusto de concederle su atención al instante: recién la mira una vez que ha bebido todo el líquido, a la par que le acerca el vaso con una petición silente. Eleven lo toma y lo coloca en una de las mesas de luz contiguas sin sacarle los ojos de encima.

   —Henry.

   —Te oigo —replica él, girando los hombros con un gruñido, un claro intento de aflojar sus músculos—. ¿En qué puedo ayudarte? —La manera en la que lo dice es increíblemente casual, como si estuviesen sentados en el comedor compartiendo una taza de té y no se tratase de ella irrumpiendo en su habitación mientras él se encuentra convaleciente.

   —Quiero respuestas —exige, impaciente—. ¿Qué sucedió... allá arriba?

   —Tuvimos una bonita Navidad, ¿o no? —le responde él con una sonrisa, lo cual no hace más que exasperarla sobremanera—. En un lugar inolvidable, repleto de todas esas cosas que me imagino que te gust...

   —¡Sabes a lo que me refiero! —lo interrumpe ella—. Quiero decir, al final de la noche... ¿Qué pasó?

   La sonrisa de Henry se borra de su rostro. Eleven es apenas consciente de la criada de antaño dejando la esquina a la que la hubo relegado y retirándose de la habitación en silencio, cerrando la puerta tras sí.

   —Quieres respuestas —afirma Henry—. Específicamente, quieres que yo te las dé, ¿no es así?

   Ella asiente, decidida. Él vuelve a sonreír al pronunciar de manera clara y rotunda:

   —No.

   Le toma un momento comprender lo que ha dicho. Parpadea, confundida, una, dos veces. Y luego...

   —¿Perdón...?

   Henry inspira hondo y manda su espalda hacia atrás, acomodándose mejor contra sus almohadas.

   —No —repite con un tono casi juguetón—. No, creo que no te las daré.

   Eleven se queda boquiabierta ante esto.

   —¿Estás...? ¿Estás jugando conmigo? ¡Después de lo mucho que me preocupé...!

   —Ah, ¿después de que estabas intentando a arrastrarme a no sé qué discusión por no sé qué motivo?

   —¡Amenazaste a Mike! —le espeta ella, indignada—. ¡Amenazaste a mi esposo y...!

   —Y tú —sisea Henry con el ceño fruncido y una mueca de rabia desfigurando su rostro— no has hecho otra cosa que faltarme al respeto desde que llegaste.

   Eleven da un paso atrás. La mirada de Henry es fulminante.

   —¿Cómo...? ¿Cómo se supone que te he faltado al respeto?

   Él resopla, clara señal de su incredulidad. La señala con la palma de la mano hacia arriba:

   —¡Tan solo mira dónde estás! ¡En mi cuarto, luego de que mis sirvientes te repitieran una y otra vez que no deseo ser molestado!

   —¡Estaba p-preocupada...! —balbucea Eleven.

   —¡Y yo estoy herido! —le recuerda él—. ¡Herido y convaleciente, y perdóname, Eleven, pero te he dado todo lo que me has pedido, y no puedes concederme siquiera un momento de privacidad para...!

   Eleven se lleva una mano al pecho, en parte para intentar calmar los latidos desaforados de su corazón, en parte para mayor efecto dramático:

   —¡Estoy presa aquí! ¡Presa! ¡No puedes pedirme nada!

   Los ojos de Henry están inyectados en sangre. Desde que se hubieron reencontrado hasta ahora, Eleven no había vuelto a ser testigo de esta mirada.

   La misma mirada que recuerda haber visto en su rostro tras la masacre en el laboratorio.

   Cuando Henry habla, no obstante, su voz suena calma, peligrosamente calma:

   —No eres la única presa en este lugar.

   Esa afirmación despierta tantos interrogantes en ella que hasta casi olvida su enojo.

   —¿Qué quieres...?

   Pero Henry está lejos de olvidar su enojo:

   —Fuera.

   Eleven calla, como si su silencio fuese a instarlo a retractarse de sus palabras. Pese a ello, él tan solo ladea la cabeza en un gesto desapegado, frío, y repite:

   —¿Acaso no me has oído? He dicho que fuera.

   La puerta se abre de golpe. Eleven no espera a que se lo repita una tercera vez.

Cuatro semillasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora