VIII

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Al día siguiente, Henry actúa como si nada hubiese ocurrido: comen en un agradable silencio y hasta se hacen uno que otro comentario. Ella, después de todo, está presta a seguirle el juego en esta ocasión.

   A decir verdad, tampoco necesita que él le dé alguna respuesta: le es suficiente saber que ha recibido el mensaje.

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Diciembre, 1995

   El último mes del año finalmente llega y, con él, el frío invernal.

   O, bueno, eso supone que pasa allá arriba. ¿Aquí abajo? Todo sigue igual que siempre.

   Invadida por una nostalgia sobrecogedora, Eleven decide dar un paseo para despejar su mente tras el almuerzo. Pero, esta vez, no se queda en los rincones que ya casi conoce de memoria, aquellos que Henry le ha mostrado durante los casi tres meses que lleva aquí.

   No: esta vez, va más allá. Lejos del castillo, lejos del Hawkins fantasma...

   No sabe cuánto tiempo lleva caminando —¿una hora, tal vez? — cuando, en el páramo desolado del Upside Down, aquel que ha permanecido a salvo de los caprichos de Henry, se encuentra con algo impensado.

   ¿Qué...?

   Desde que hubo pisado este lugar por primera vez, años atrás, Eleven ha visto una gran cantidad de árboles, todos desprovistos de hojas o frutos, sujetos a la eterna sequía de esta macabra dimensión.

   Es por eso que los arbolitos frente a ella despiertan su interés: aunque sus ramas carecen de hojas al igual que los demás especímenes a los que está acostumbrada, frutos carmesíes con llamativas coronitas penden de sus ramas.

   El mismo fruto que Henry me hizo comer...

   Curiosa, Eleven se acerca y toma uno de ellos para examinarlo con mayor detenimiento, si bien no lo arranca.

   —Son granadas.

   Sobresaltada, libera el fruto en cuestión y se gira a tiempo para ver a Henry, quien la observa con una expresión insondable.

   —Henry... —suspira, llevándose una mano al pecho a causa de la sorpresa—. Me... asustaste.

   Esto le roba una sonrisa, tal vez a causa de la ingenuidad del gesto —¿de quién más se habría tratado, si no de él o de alguien enviado por él?—. Eleven no comenta al respecto, sino que vuelve a clavar la vista en los frutos.

   —¿Cómo pueden... crecer aquí?

   —Eso es un misterio tanto para mí como para ti. —Para cuando se fija de vuelta en él, Henry ya está a su lado, su atención fija en las granadas—. Es lo único que crece en esta dimensión, y los frutos en cuestión poseen propiedades... particulares.

   —El que comí... es lo que me permite sobrevivir aquí, ¿no es así? O algo así dijiste, cuando llegué...

   —Correcto. —Siente los ojos de él posarse sobre su mejilla, si bien ella no lo mira—. Es una de las propiedades que mencioné.

   Eleven asiente, pues no tiene nada más que decir. Espera a que Henry vuelva a hablar o se marche o algo, mas él tan solo permanece a su lado, escrutándola en silencio.

   Tras unos minutos, no le queda más opción que voltear y mirarlo.

   —¿Sí...?

   —¿Por qué viniste hasta aquí? —La curiosidad tiñe su voz, mas no parece preocupado ni molesto—. Cuando me di cuenta, ya habías dejado Hawkins atrás. No es propio de ti.

Cuatro semillasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora