XIII

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Abril, 1996

   Dos meses luego de su retorno a Hawkins, la vida de Eleven ha vuelto, por la mayor parte, a la normalidad. O al menos eso piensa ahora que ve a sus seres queridos divertirse, reír y bailar en el cumpleaños de su esposo.

   —¿Estás bien?

   Bien, la excepción a esta normalidad recuperada son este tipo de situaciones: la pregunta de Max —quien está sentada a su lado— no la sorprende. Al contrario: la ha oído con tanta frecuencia que empieza a sentirse irritada.

   —Sí —le responde con una sonrisa cortés—. ¿Tú?

   Max hace una mueca. Eleven sabe que, pese a que siguen siendo mejores amigas, ha empezado a desconfiar de ella.

   No sabe, a decir verdad, qué es lo que espera; qué es lo que cualquiera espera. Por alguna razón, a pesar de que Eleven está decidida a retomar su vida normal y pensar lo menos posible en Henry y en el Upside Down, son sus propios seres queridos quienes no la dejan en paz.

   «¿En serio no te hizo nada?».

   «¿No te lastimó?».

   «No confíes en ese monstruo, El...».

   —Tú no lo notas —murmura Max tan cerca de ella que Eleven no tiene problemas para captar cada palabra—, pero estos días parecieras estar dividida entre dos lugares.

   A estas alturas, Eleven ya ha desarrollado un libreto para este tipo de situaciones.

   —Estoy donde debo estar. —Si su tono de voz delata su cansancio, bien, no le importa demasiado—. Permiso, voy a buscar algo de beber...

   Finge no ver la expresión de descontento de su amiga ante su obvio escape a la cocina de su hogar.

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Julio, 1996

   Apenas aparca frente a su hogar, Eleven apaga el motor del auto y gira el cuello una y otra vez, intentando descontracturar sus agarrotados músculos. Ha tenido un día particularmente largo: desde la mañana ha estado detrás de un montón de trámites de Mike y ha realizado varias compras para la casa. Usualmente, lo haría sin ningún reparo —han resuelto, después de todo, que lo mejor es que sea él quien trabaje y que ella se ocupe de la casa—, mas incluso la normalmente paciente Eleven se molesta cuando debe hacer tanto en un solo día.

   Sin mencionar que el sol veraniego es implacable.

   Por todas estas razones, es más que feliz cuando al fin retorna a su hogar; tan solo quiere sacarse el overol, darse un baño y ponerse ropa cómoda mientras espera que Mike vuelva del trabajo...

   Sus planes se ven truncados cuando lo encuentra sentado en el sofá de la sala.

   A él, y a todos sus familiares y amigos.

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Hopper y Joyce. Jonathan y Nancy. Max y Lucas. Dustin y Suzie. Incluso Steve y Robin, a quienes no ha visto en años.

   —Hola... —saluda, insegura, mientras pasea la vista sobre cada uno de los presentes—. Esto es... una sorpresa.

   Y no de las buenas, si las sonrisas claramente forzadas que algunos les ofrecen son indicadores fiables de la situación. Su padre, por su parte, no se esfuerza con semejante teatro; Jim Hopper no hace más que soltar un gruñido, y con eso está más que claro que la presente reunión no es un evento meramente social.

Cuatro semillasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora