XI

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Bajando las escaleras a toda velocidad, Eleven se cruza con una sirvienta que se dirige al cuarto de Henry.

   Le toma apenas un momento notar que lo que lleva en una bandeja de plata es una de las granadas que crecen en el Upside Down.

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Ya sola, Eleven no se devana los sesos intentando comprender la naturaleza del desvanecimiento de Henry. No, son sus palabras las que reclaman su atención total ahora mismo.

   Aunque haya sonado innecesariamente agresiva luego de que se pasase cerca de un día entero rumiando sus frustraciones, la verdad es que cuando le preguntó cómo le hubo faltado al respeto lo hizo con la intención de obtener una respuesta sincera.

   Obviamente, tras salirse con la suya —esto es, tenerla aquí, tal y como acordaron—, no hay razón para que Henry se moleste con ella...

   A menos, claro está, que hubiese estado diciendo la verdad y Eleven, de hecho, haya sido insolente con él.

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Al día siguiente, Henry amanece mucho mejor: se siente renovado tras descansar y nutrirse de forma adecuada. Si bien sabe que deberá arreglar las cosas con Eleven de una u otra manera, prefiere tomarse el día con calma, dado que recientemente ha empujado su cuerpo a peligrosos límites.

   Es así que se dirige a su estudio y solicita a una de sus sirvientas que le acerque una taza de café y un libro que ha dejado a la mitad —aburrida como de seguro estará, no duda que Eleven se habrá refugiado en la biblioteca o en su cuarto, en caso de no haber salido a dar un paseo—.

   Y en eso está, sentado en uno de los sillones, leyendo los desesperados intentos del joven Raskólnikov por escapar del inminente castigo de su crimen, cuando alguien llama a la puerta. Considerando que las criadas que no son más que extensiones de sí mismo no tendrían razón alguna para solicitar su permiso para entrar, Henry no tiene duda alguna acerca de quién es ese alguien.

   Y en serio que no quiere lidiar con sus berrinches ahora mismo.

   —Henry —su voz es suave, tranquila y hasta dubitativa—, ¿puedo... pasar?

   Y ahí fue su convicción: pese a todo, no hay manera de que pueda decirle que no.

   —Adelante —responde, frustrado consigo mismo, y se aclara la garganta al instante, advirtiendo lo rasposa que suena su voz.

   Si bien abre la puerta, Eleven no da un solo paso en su dirección. Al menos, no al instante; con su cabeza algo gacha y sus hombros tensos, inquiere:

   —¿Puedes... hablar ahora mismo?

   Henry debe contenerse para que su sorpresa no se evidencie en su rostro. Sin embargo, no alcanza a tomar el mismo recaudo para con sus palabras:

   —¿Ahora te preocupa eso? Estoy impresionado.  

   Eleven hace una mueca y desvía la mirada. A Henry se le hace exquisito el sonrojo que atisba en sus mejillas.

   Empero, decide no seguir torturándola: cierra el libro y lo deposita sobre la mesa ratona a su lado, dándole una clara señal de su consentimiento. Eleven da un leve asentimiento y se acerca a él, si bien mantiene unos buenos metros de distancia entre ambos.

   —Yo... quería disculparme.

   Henry guarda silencio. Esta vez, sabe que no puede esconder su asombro: Eleven debe leerlo claramente en su faz.

   —Actué... mal —masculla—. Lo he estado pensando y... Y tienes razón. Fui... irrespetuosa contigo. —Inspira hondo y levanta la vista al techo, como si pudiera encontrar un libreto de qué decir escrito allí, antes de volver a fijarla en él—: No fue mi intención, pero... Pero esta situación es... extraña —confiesa en un hilo de voz—. Pasar tanto tiempo contigo... Te vi hacer cosas terribles, Henry, y... Y me cuesta aceptar que no seas esa persona que pensé que eras.

   Henry está a punto de señalarle que la última parte no suena para nada como una disculpa, cuando ella agrega:

   —Pero... eso no significa... que no me dé cuenta... Me doy cuenta de cómo eres conmigo... Amable —clarifica, por si no fuese obvio—. Y... Y tengo la esperanza de que podamos dejarlo... todo atrás.

   Su falta de elocuencia dibuja una sonrisa en su rostro. Henry se toma un momento, y finalmente replica:

   —Tú eres la única que no lo ha dejado atrás, Eleven. Pero tampoco me atrevería a pedirte que lo hagas.

   Ella aprieta los labios y asiente. Henry sabe que no es posible: no es posible que deje pasar todo lo que ha hecho. Sin embargo, él no está interesado en reivindicar el pasado o dilucidar el asunto tras tantos años.

   Decide decirle esto.

   —Lo único que me interesa es, como te he dicho, que me conozcas —concluye con serenidad—. Y me gustaría bastante... Me gustaría conocerte, también.

   Eleven traga saliva —Henry lo nota incluso desde su lugar en el sillón— y cierra la distancia entre ambos. No tiene tiempo de preguntarse sobre la intención de sus acciones cuando ella le extiende la mano.

   —¿Tregua? —Su voz es insegura, como si contemplase la posibilidad de que Henry se echase a reír o apartase su mano de sí. O ambas.

   Como si pudiera.

   Sin dejar de sonreír, Henry extiende, no su diestra, sino su mano izquierda, e invade cada resquicio entre los finos dedos de Eleven. Antes de que ella alcance a reaccionar, él eleva esta unión de ambos hasta casi la altura de su rostro, sus palmas encontradas la una contra la otra verticalmente.

   —Tregua.

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Despierta, ¿pero a qué costo? 

Les advierto ya mismo: acaba de salirme un trabajo muy grande para un ministerio que tiene que estar para el 9 de enero, así que no creo que actualice el domingo que viene (no teman, lectores de Para enderezar una vida, pues ese fic no va a sufrir por este trabajo mío). Incluso hoy estoy trabajando *llora mientras come vitel toné*

Cuatro semillasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora