IV

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Ya hace unas semanas, Eleven hubo tomado la decisión de no llevarse nada más que un bolso de mano consigo. Dentro de este hay tan solo un par de mudas de ropa y las cajas de anticonceptivos —estas últimas, escondidas de Mike.

   En fin, nada que pueda arrepentirse de perder.

   ...

   Es por eso, también, que no ha traído consigo su anillo de bodas, el cual permanece a salvo en el cajón de la mesita de luz al lado de su cama.

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La entrada, como es de esperarse, se encuentra en el ático: una rajadura en una de las paredes que parece medir tan solo un poco más que ella baña toda la habitación en una luz espectral.

   Eleven inspira hondo y la atraviesa.

   Lo primero que ve al ingresar al ático de la dimensión paralela son tres demodogs, lo que causa que se ponga en guardia al instante.

   Sin embargo, una voz monótona se hace oír al lado suyo:

   —No te harán daño.

   Tal y como la voz predice, los tres monstruos tan solo la estudian con curiosidad, mas no dan indicio de hostilidad alguna. Eleven no desea confiarse, así que busca a quien ha hablado con su mirada: se trata de una muchacha extremadamente pálida. Su cabello es oscuro y lacio y cae limpiamente hasta su cintura, mientras que sus ojos de un negro noche la observan con algo similar a la indiferencia.

   —¿Quién eres ? —inquiere Eleven, porque no se ha esperado encontrarse con otra persona aquí abajo.

   La joven responde con el mismo aburrido tono de voz:

   —Estoy a cargo de llevarte con nuestro señor. Sígueme.

   Es toda la explicación que le ofrece. Decidida a no provocar la ira de Henry tan temprano, Eleven opta por seguir a la extraña en silencio fuera de la casa... y hacia donde sea que desee guiarla. De paso, se toma el tiempo para escudriñar sus alrededores.

   El Upside Down es y a la vez no es como lo recuerda: aunque la atmósfera sigue atiborrada de partículas oscuras y las copias de las casas de Hawkins permanecen en sus respectivos lugares, las nubes y relámpagos han desaparecido para dar paso a un resplandor dorado que sume al lugar entero en una penumbra similar a la de un atardecer.

   Decide que se lo preguntará a Henry luego: la idea de ellos dos manteniendo una conversación casual sería risible si no fuese porque se ha comprometido a pasar un tercio del año aquí, con él. El pensamiento la obliga a volver a tierra, de manera bastante literal: baja su mirada para ver por dónde camina, y nota que tampoco hay rastro alguno de las lianas que recuerda.

   Tampoco las vi trepando por las casas...

   Se pregunta si Henry es tan omnisciente como alguna vez lo fue a través de la mente colmena del Mind Flayer.

   No espero que me lo responda, se dice y aferra con mayor fuerza su bolso, el único vestigio que lleva consigo de la dimensión a la que pertenece.

   Pronto, se acercan a las afueras de la ciudad. Un chillido espeluznante le pone los vellos de punta, y Eleven se apresura a buscar su fuente...

   —Es solo un informante. —Supone que la muchacha intenta serenarla, mas su tono lacónico no le ofrece una particular sensación de seguridad—. Nuestro señor desea saber dónde nos encontramos.

   Efectivamente, distingue que se trata de un cuervo que planea sobre ambas y se les adelanta. Otra pregunta más para hacerle a Henry: ¿desde cuándo hay cuervos aquí?

Cuatro semillasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora