XV

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Un día. Dos días. Encerrada en su habitación, Eleven hace su duelo, duelo que se ve apenas interrumpido por los platos de comida que le acercan las sirvientas tres veces al día.

   Al tercer día, cuando siente que ya no tiene más lágrimas para llorar, finalmente decide dejar su cuarto e ir en busca de Henry.

   En busca de las respuestas que necesita.

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Está cansada. Está harta, a decir verdad. Y es por eso que debe contenerse para no abalanzarse sobre la desdichada sirvienta que le informa de la ausencia de la persona a quien busca.

   —Pero ¿adónde se ha ido? Él me pidió que acudiese junto a sí, y ahora resulta que... —Se muerde el labio para obligarse a callar; tampoco va a ir haciendo gala de su ingenuidad de manera tan evidente—. Okay —exhala, forzándose a permanecer tranquila y a enfocarse en algo más productivo—: Okay, no está aquí; entonces, ¿dónde puedo encontrarlo?

   Como es de esperarse, la muchacha no puede ofrecerle más que frases vagas y prefabricadas que delatan su propia ignorancia sobre el paradero de su amo. Eleven, sumamente irritada pero consciente de que la joven frente a ella no es más que una marioneta que baila al antojo de su titiritero, le agradece a regañadientes y la deja ir.

   ...

   Minutos luego, con el saco bien ceñido al cuerpo —pues en el Upside Down siempre hace frío—, Eleven abandona el castillo.

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A decir verdad, nunca se ha preguntado acerca de los límites geográficos del Upside Down: ¿abarcan únicamente Hawkins o una mayor región? ¿Todo Estados Unidos, tal vez? ¿Todo el continente americano?

   ¿O todo el mundo?

   De cualquier manera, no va a quedarse a esperar por Henry con los brazos cruzados.

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Ha caminado cerca de cuarenta minutos cuando un cuervo planea sobre ella. Eleven cierra los ojos e intenta hacer contacto. Según Henry le había comentado, son extensiones suyas, al igual que todo lo demás.

   Henry, ¿dónde estás?

   Tras un minuto de silencio, se resigna a que no obtendrá respuesta alguna. Abre los ojos y se dispone a reemprender la marcha...

   ... cuando nota que el cuervo de antaño está volando mucho, mucho más bajo y... hacia ella.

   Dubitativa, Eleven dobla su brazo frente a su torso; el ave va a posarse encima con suavidad. Desde allí, gira la cabeza una y otra vez con la clara intención de captar su imagen.

   Aparentemente satisfecho tras corroborar que se trata de ella —¿quién más podría ser, a decir verdad?—, el animal emite un sonoro graznido y apoya su pico contra su frente.

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La información que el cuervo le transmite antes de alejarse volando de vuelta la ayuda a orientarse: usando los granados de referencia, Eleven tiene una idea de dónde podrá encontrar a Henry. Así, camina cerca de un cuarto de hora más hasta llegar a estos para luego seguir la dirección general que el ave le hubo indicado.

   Cuando llega junto a él, casi dos horas han transcurrido y ya está empezando a sentirse agotada de tanto andar.

   Esto es, hasta que lo ve: de espaldas a ella, en un páramo particularmente desolado del Upside Down, Henry extiende los brazos hacia el cielo nublado. Allí, entre las nubes, como heridas sin tratar, aberturas repletas de partículas negras se retuercen emitiendo un chillido infernal con el que Eleven está más que familiarizada.

   Desesperada por detenerlo, echa a correr hacia él, toda su fatiga olvidada. Está por gritarle y ya se prepara para atacarlo...

   ... cuando las partículas oscuras se le adelantan.

   Conmocionada por el escenario frente a ella, Eleven se detiene en seco.

   Alcanza a ver el momento exacto en que el enjambre enardecido se abalanza sobre Henry y lo tumba al suelo.

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Aunque hay un montón de cosas ocurriendo al mismo tiempo y el zumbido de las partículas no hace más que ir in crescendo, el sonido que inunda sus oídos y la empuja a la acción es el horrible crac causado por el encuentro de la cabeza de Henry contra el suelo de piedra.

   Poseída por una urgencia igual de apremiante que la de instantes antes, Eleven reanuda su carrera y está a su lado, de rodillas, en un instante. Las partículas ahora ya no revolotean alrededor de él, sino que suben como pirañas insaciables por sus brazos, por su pecho, por...

   La mirada de Henry, desenfocada como está por el dolor, encuentra la suya y, antes de que ella alcance a hablar o preguntarle qué hacer, él masculla:

   —No... te muevas.

   —P-pero —farfulla ella agitadamente, moviéndolo lo justo para que su cabeza repose sobre su regazo— ¡te están atacando! ¡Dime cómo puedo...!

   Empero, la mirada seria de Henry la hace callar. Como si eso fuese suficiente, todas sus palabras se quedan atrapadas en su garganta.

   Él, por su parte, tan solo cierra los ojos y voltea el rostro hacia su vientre como un niño que busca la presencia reconfortante de su madre.

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Serán cinco minutos a lo sumo: cinco minutos en que el zumbido va mermando y en lo que esa vorágine oscura deja de devorarlo y...

   ¿Es... devorada por él ahora?

   Con cuidado, Eleven arremanga el saco de Henry y ve que su piel, antaño blanca e impoluta, luce ahora un negro enfermizo, necrótico, que parece empezar desde sus venas hasta abarcar la totalidad del diámetro de su antebrazo.

   —¿Henry...? —murmura cuando al fin el silbido sobrenatural termina por apagarse—. ¿Estás...?

   —Estoy descansando. —Si bien su voz es apenas un susurro, el alivio que Eleven siente al ver que sigue con vida es tal que las lágrimas asoman a sus ojos y se desbordan en cuestión de segundos—. Solo... un momento...

   —Okay —accede ella; al asentir, unas gotitas caen accidentalmente sobre el rostro del hombre en su regazo.

   Incluso en esta situación, Henry tiene fuerzas para soltar una débil risita. Entreabre sus ojos y la observa con una expresión entre agotada y satisfecha que Eleven no sabe si creerse o no.

   —¿Estás llorando... por mí?

   —Porque estás bien —confiesa ella, su enojo por completo olvidado, porque no ve razón alguna para mentirle—. Porque... Porque pensé que... —Se muerde el labio inferior para acallar el sollozo que amenaza con escapársele.

   Henry vuelve a cerrar los ojos; esta vez, con una sonrisa en los labios.

Cuatro semillasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora