XII

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Por Año Nuevo, Henry y Eleven deciden permanecer en el castillo. Así, sentados en el sofá de la sala de estar, frente a la chimenea, tras una cuantiosa cena, con sendas copas de vino, reciben al año 1996.

   Esta vez, ambos miden sus palabras y se centran en pasar una bonita velada.

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La tregua continúa sin que ninguno de los dos haga nada por ponerla en riesgo.

   En la segunda semana de enero, Eleven se arma de valor para hacerle una propuesta a Henry. Mientras comparten una taza de té sentados a la mesa del jardín, decide sacar el tema:

   —Dijiste... que querías que te conociese.

   Esto logra captar su interés al instante:

   —Así es.

   Eleven aprieta los puños bajo la mesa y endereza la espalda, decidida a no decaer.

   —Tengo... una sugerencia. Si estás de acuerdo.

   Henry enarca una ceja, intrigado, mas se toma el tiempo de darle otro sorbo a su té antes de responder:

   —Oigámosla.

   —¿Y si... nos hacemos preguntas el uno al otro?

   La sugerencia dibuja una sonrisa en el rostro del hombre frente a ella.

   —Es decir, ¿lo que haces a diario?

   Ella, por su parte, se muerde el labio inferior para disimular su sonrisa.

   —Sí y no... Más como... preguntas más... ¿normales?

   —¿Normales? —A Henry parece hacerle gracia la idea—. ¿Nosotros dos?

   —O sea, las preguntas —reafirma ella, algo frustrada—. Ya sabes, preguntas como... «¿A cuál miembro de tu familia eres más cercano?». De ese tipo.

   Henry parece considerar sus palabras.

   Y entonces:

   —Bien, considero que a todos por igual. —Antes de que Eleven pueda detenerlo, añade con voz seca—: Están todos enterrados en el mismo lugar, así que todos me son igual de cercanos.

   La muchacha frunce los labios y baja la mirada hasta su taza. El té, antaño humeante, se ha enfriado sin que se diese cuenta.

   —Según las reglas de tu juego, ahora me toca a mí, ¿no? —Su tono es marcadamente juguetón.

   —Aún... no había empezado —protesta ella sin verdaderas fuerzas, buscando su mirada.

   —Respondí una pregunta tuya, no obstante —le recuerda él, sin perder la sonrisa y entrelazando los dedos sobre la mesa—. Sería justo que respondieses una mía ahora.

   No hace esfuerzo alguno por tragarse el suspiro que se le escapa.

   —Adelante.

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Es una costumbre que adoptan con facilidad: una pregunta y una respuesta al día.

   Una manera amena y sencilla de sortear una distancia que alguna vez pareció insuperable.

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—¿Cuántos años tienes, Henry? —le pregunta durante el desayuno uno de esos días.

   Él considera su respuesta.

   —¿Cronológicamente? Cuarenta y ocho. ¿Biológicamente? Alrededor de treinta, tal vez.

Cuatro semillasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora