Prefacio

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Prefacio

Me acomodo los lentes y respiro hondo un par de veces con el fin de apaciguar mis nervios.

Levanto una mano y con mis nudillos golpeo la gran puerta de madera. Espero frente a esta un par de segundos antes de finalmente entrar. Una vez allí, mis ojos tardan un momento en adaptarse a la escasa luz del lugar.

Mi mirada vuela al hombre sentado tras el amplio escritorio de roble. Lo veo tan inmerso en sus asuntos que ni siquiera parece notar mi presencia. Hasta el momento no sé si ese hecho es bueno o malo, pero estoy segura de que no me apetece esperar toda una noche antes de que se digne a mirarme.

Levanto ligeramente la barbilla, enderezo los hombros para atrás y, por último, me aclaro la garganta.

―Aquí están los extractos del banco que me pidió esta tarde y también la redacción del contrato para S. M Company― mi voz corta el perfecto silencio que nos ha estado envolviendo y por alguna razón, hacerlo se sintió inapropiado.

El hombre tras el escritorio, arruga el entrecejo levemente y por un instante me pregunto si mi interrupción ha sido la culpable.

Por supuesto.

―Ponlos en la pila de carpetas. Los revisaré más tarde.

Sin mediar otra palabra asiento, aunque sé que el señor Houghton ya no se encuentra observándome. Me acerco hasta su escritorio y las deposito en la pulcra pila de carpetas. De nuevo, retrocedo unos cuantos pasos y me obligo a reprimir el impulso de girar sobre mis talones y abandonar la habitación. En su lugar pregunto― ¿Algo más señor Houghton?

Espero su respuesta durante unos interminables segundos y esta no llega. Mi boca se abre para repetir la misma pregunta, pero las palabras se quedan estancadas en mi garganta al encontrar sus profundos ojos grises clavados en los míos.

―No, puedes irte.

Le dedico una última mirada y finalmente giro sobre mis talones con el fin de abandonar el despacho, aunque me detengo en el marco de la puerta y con el pomo en mano me despido.

―Buenas noches, señor Houghton.

Afortunadamente, esta vez no me detengo a esperar su respuesta. Lo más probable era que esta tardara en llegar o para hacerlo más sencillo, no llegara.

Con paso rápido me dirijo a mi escritorio y comienzo a juntar las pocas pertenencias que tendría que llevar a casa esta noche. Con pesar, observo al reloj de pared marcar las nueve de la noche y un suspiro se escapa de mis labios.

No era normal para una simple secretaria trabajar hasta estas horas, pero teniendo un jefe como el señor Houghton y una buena paga de horas extra, no había tiempo para quejas. Solo trabajo y más trabajo.

Mis tacones resuenan por el amplio pasillo una vez que hago mi camino hasta el elevador. Mientras espero, volteo hacia la puerta de madera que se mantiene cerrada. No importaba cuanto me quejara, siempre quedaba una última persona trabajando después de mí.

El señor Houghton siempre era el último.

El ascensor abre sus puertas y entro. Presiono el pequeño botón que lleva al estacionamiento de empleados y por primera vez en el día me permito relajarme.

Luego de un año trabajando para esta empresa había aprendido una serie lecciones. No importaba hasta cuan tarde permaneciera en el edificio, siempre era el señor Houghton el último en salir. No importaba cuan duro trabajase, nunca sería suficiente y, no importaba cuanto me esforzara en llevar una relación ligeramente más amena con mi jefe, el señor Houghton no era amigo de sus empleados.

Lo había dejado en claro más de una vez para mi disgusto.

Él era duro, frío y calculador. Mayor que yo por supuesto, y también suficientemente capaz de ser una máquina dominando un imperio.

El señor Eros Houghton era mi jefe, mi jodido jefe.

Mi jodido JefeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora