El que debe ser

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Capitulo 1

El que debe ser.

Me deslizo en el asiento de mi auto y dejo mi bolso en el asiento del copiloto. Cierro la puerta, me quito los lentes y empiezo a restregar mis ojos con ambas manos. Siento el cansancio en cada músculo de mi cuerpo y lo único que quiero es llegar a mi apartamento, tomar una ducha y dormir hasta que la alarma suene al día siguiente.

Enciendo el auto y el motor gruñe con fuerza. Tal vez cualquier mecánico diga que está en sus últimos años de vida, pero en este momento era lo mejor que podía conseguir y además, ya había desarrollado cierto apego emocional a él.

Me despido de Hank—el portero— y finalmente me pongo en rumbo. Para mi fortuna, las calles parecen no estar tan congestionadas como usualmente lo estaban, por lo que me toma menos tiempo llegar.

Con todas mis cosas en brazos subo las escaleras hasta el segundo el piso y maldigo al tener que buscar mis llaves en mi bolso, acción que me toma un par de minutos hasta que finalmente las encuentro en el fondo del mismo.

Al entrar, mi única compañía viene a mi encuentro. No es una compañera de piso; tampoco una madre preocupada por el bienestar de su hija. Desgraciadamente no soy suertuda en esos términos. En su lugar, un pequeño cuerpo blanco empieza a restregarse contra una de mis piernas, por lo que me inclino y acaricio su cabeza en forma de saludo.

―También estoy feliz de verte, Nala.

Me alejo de ella y me dirijo al baño. Dejo mis anteojos en uno de los muebles y suelto mi cabello el cual se encuentra atado en un ajustado moño. Muchas veces había dicho que dejaría de peinarlo de esa manera. A veces lo ajustaba tanto que luego tenía dolores de cabeza, pero lastimosamente el moño y la cola de caballo eran la única forma en la cual el cabello no me molestaba a la hora del trabajo.

En mi camino al baño, dejo un sendero de prendas a mi paso. Lo bueno de vivir sola es que nunca nadie te regaña por el desorden. Abro el grifo y espero unos segundos a que el agua se caliente antes de finalmente meterme. Siento las gotas deslizándose por mi cuerpo mientras comienzo a pensar.

Quizá luego debería llamar a mi madre, no la había llamado últimamente, ni siquiera a Todd. Pero, ¡diablos! No había tenido nada de tiempo esta semana y el señor Houghton había estado presionándome más de lo usual.

Maldito obseso al trabajo. 

Cuando salgo de la ducha me visto con una camiseta y unos shorts cortos. Tomo todas las prendas esparcidas por el lugar y las deposito en el cesto de ropa sucia. Por último, me hago camino a la cocina, donde lleno con comida el recipiente de Nala y me preparo un emparedado antes de finalmente ir a mi habitación y tumbarme en mi cama.

Suelto un gruñido al darme cuenta que no había traído el celular conmigo, por lo que con desgano me levanto de nuevo y regreso en busca de mi bolso, el cual se encuentra a unos metros de la puerta. 

Rebusco mi celular y cuando lo encuentro observo la hora. Eran un poco más de las once aquí en Nueva York, por lo que en Long Beach apenas serían las ocho. Marco al número de mi madre y espero a que responda, pero luego del quinto tono corto la llamada. Lo intento una vez más, pero sólo obtengo el mismo resultado.

Lo más probable era que no tuviera su móvil con ella.

Exhausta, regreso a mi habitación y apago las luces en el trayecto. Estaba cansada y por suerte, hoy no necesitaría contar las líneas en el techo para lograr el sueño.

-.-.-.-.-.-

A la mañana siguiente me encuentro puntual parada frente al gran edificio de cristal, tal y como lo haría un soldado frente a su próxima batalla. La gran cantidad de personas que salen y entran aún me sigue sorprendiendo con el pasar del tiempo.

Mi jodido JefeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora