Parte 2

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¿De quién es la culpa que la niña de ojos azules se porte así?

Patea y patea el asiento de la abuela, desde la parte de atrás de la camioneta. Justo en la espalda. Ella conduce lento y cuidadoso.

—Por favor mi niña —le pide, no dice nada más. Es paciente y su voz es dulce.

Ella sigue pateando. Lo hace hasta el accidente.

La camioneta frena brusca. Un niño se atraviesa corriendo. Parece que... parece que... ¿está mojado? ¡Sí! Está estilando.

La abuela se baja de la camioneta y detiene un poco el tránsito. Ve si el niño no tiene algún golpe y descubre muchos golpes, pero no del accidente.

Lo único del accidente es una herida abierta en la cabeza y vaya que sangra.

No hay nadie con el niño. Está solo y viste mal. No es ropa sucia o rota, es ropa grande y mal puesta. Parece un disfraz.

No es momento de hablar. Han formando un caos en la calle. Algunos llaman a la ambulancia, otros a carabineros y otros intentan pasar para seguir su viaje.

Ámbar mira desde la ventana. El niño tiene un ojo verde y el otro café, los pelos negros y largos hasta el hombro. La cara sucia y los labios secos. Las muñecas con marcas de amarre y las piernas moradas.

Se acomodan en un costado de la carretera. La niña no baja de la camioneta. Le aburre esto y quiere llegar pronto.

No tiene empatía. Es orgullosa y fría.

Ámbar cree que es momento de volver a la casa. Están en una clínica, llevan cuarenta minutos ahí y es suficiente la atención que han puesto en un extraño.

—Mi amor —le explica la abuelita—. Cuando llegue carabineros y revisen al pequeño, podrán llamar a sus papás y nosotros irnos.

Todo eso le daba pereza. Se cruza de brazos y pone caras. El niño no mira a nadie y eso le enfurece todavía más.

—Acá están —dice la abuela al ver entrar a un uniformado. Se pone de pie—. Éste es el chico. Mire está mojado y le han puesto puntos en esa herida del accidente.

El carabinero lo examina. Se saca su gorro verde y suspira.

Todos caminan hasta la consulta de la doctora Arancibia. Ahora está una doctora, un carabinero y la abuela, prestando atención a ese extraño.

Ámbar está a punto de explotar de la rabia, pero se controla. Es inteligente y no hará berrinches en público.

—Me preocupan varias cosas —dijo la doctora. Mira al niño de reojo—. Creo que tenemos que hablar los adultos a solas. ¿Podrían... esperar un poco en la sala de al lado?

Una asistente lleva a ambos menores a una sala contigua. Se queda con ellos, pero concentrada en el celular.

—¿Por qué no hablas? —pregunta Ámbar—. ¿Por qué no miras? ¿Eres estúpido?

Siempre susurra, porque es muy lista y sabe que los adultos no la amarían si es grosera con ese niño pobre y mojado.

—¿Por qué estás mojado? —le busca la mirada—. Bueno, ya van a encontrar a tus papás y te harán volver con ellos.

—No —habla por primera vez. Empuña las manos—. No quiero volver.

—O sea esto es un escape —lo entiende perfecto. Sonríe—. Si es un escape, estás a punto de fallar, porque los adultos están ahora mismo llamando a tus papás.

—No —niega con la cabeza. Tensa todos los músculos—. No pueden...

—Pueden y lo harán. Si quieres seguir huyendo, este es buen momento —mira a la distraída asistente—. Corre y yo la entretengo. Anda... anda... hazlo rápido.

El niño mira la única puerta. Sabe que está abierta y no tiene pestillo. Decide hacerle caso a la niña bonita y huir. Corre tan rápido como pueden sus frágiles piernas.

La asistente intenta ir tras él, pero Ámbar empieza a gritar y retorcerse de dolor. Se tira al suelo, gime, jadea y se golpea la cabeza contra el suelo.

—¿Qué pasa?

—¡Duele! —grita.

—¿Qué duele?

—Todo. Duele todo. ¡Ay! ¡Ay!

En menos de cinco minutos todos los ojos están en Ámbar. Tres médicos, cuatro enfermeras, dos técnicos, cinco estudiantes en práctica y la abuela, ahí aterrada llamando a su esposo porque a la niña le pasa algo grave.

Las cosas han vuelto a la normalidad y nadie se acuerda de ese extraño niño. Ya es parte de otra historia, muy lejos de la niña bonita.

Niña BonitaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora