Parte 12

8 2 0
                                        

Niña bonita sigue pensando en la absoluta nada que siente. Mira hacia el acantilado por la ventana del living. Desde hace unos meses que ya no piensa en ningún plan para el bastardo.

Su presencia aún late por todos lados. Es como una energía casi con vida propia.

Graciela y María se siguen comunicando por teléfono. El abuelo ha vuelto y sigue bebiendo y fumando en el taller.

Si quiere algo lo consigue, pero ¿qué ha conseguido ahora? ¿Cuál es la recompensa? Y sigue pensando.

Hace una semana Graciela de la nada ha aparecido fuera de la escuela y le ha dado un golpe. A pesar de ser una niña pequeña, es robusta y sabe pegar. Le ha roto la nariz.

Eso podría ser perfecto para contarlo a sus abuelos, pero no dijo nada. Miente sobre una caída tonta. Deja que la relación de Graciela y su abuela continúe.

—¿Qué haces parada ahí? —le pregunta el abuelo.

—Pensando.

—¿Qué tanto tiene que pensar una niña como tú?

Ámbar voltea a verlo. Se encoge de hombros y le da una tierna sonrisa.

El abuelo toma otra botella de vino y vuelve al taller donde ha permanecido casi todo el tiempo.

——

La abuela llega con dulces para la once. Unos berlines y panes de azúcar. Llega también con Graciela.

La abuela se va a la cocina a preparar todo. Ámbar le pregunta si necesita ayuda. No le interesa ayudarla, pero siempre lo hace por un tonto impulso.

—No mi niña. Gracias.

Niña bonita se sienta en el sillón. Graciela se sienta al lado de ella. Se miran.

—Lo sé, me odias —dice Ámbar mirándose las uñas—. No me importa.

—¿Cuál es tu problema?

Sí, ¿cuál es su problema? No sabe ni por donde empezar.

El odio que siente por Kas es inhumano. Ha planeado hacerle cosas horribles. Incluso en tirarlo por ese acantilado.

La idea no la descarta del todo.

¿Qué le pasa? ¿Por qué piensa tanto?

—¿Cuál es TÚ problema? —le pregunta Ámbar ahora a la niña—. ¿Quieres que te pida perdón? Bien, perdón. ¿Quieres que le pida perdón a tu hermano? —al guacho—. Venga, pásalo al teléfono, le mando carta o pido ir a verlo. ¿Qué más quieres?

Graciela va a hablar, pero la interrumpe.

—Sí, quieres que le cuente a todo el mundo que soy una mentirosa. Que te quede claro desde ahora que no lo voy a hacer. No me importa lo que digas o hagas. Ya está hecho. Supérenlo.

La niña la mira por primera vez con pena. Ámbar no entiende cómo una pendeja guacha puede sentir pena por ella que vive en un castillo.

—Tu abuela me contó que tus papás murieron en un accidente.

Ella rueda los ojos.

—Ya, ya, y crees que por eso me volví alguien frío y con problemas. ¿Qué quieres? ¿Terapiarme?

—Falta que te hace.

Niña bonita la mira y se pone a llorar de la nada. Su cara cambia, se transforma.

Doctor, me siento vacía por dentro. Mis padres eran todo para mi. Creo que nunca podré llenar este hueco en mi pecho. Debí morirme con ellos doctor. ¡Por favor que alguien los traiga de vuelta!

Luego de decir eso se seca las lagrimas. No tiene ningún indicio de tristeza. Sonríe incluso al ver la cara de la guacha.

—Ya fui a terapia. Sucedió más o menos así. Unos seis meses llorando y de luto. Otros seis meses yéndolos a ver.

Le molesta recordar eso. El color negro. Las ojeras por fingir llorar tanto. Los estados de redes sociales para que todos sintieran pena por ella.

Le gusta la atención, las miradas, la forma en cómo es tan fácil convencer a todos.

—Definitivamente hazte ver —le dice Graciela. Le gusta su sinceridad, debe ser honesta con eso—. Pero de verdad. Tú deberías estar encerrada en un psiquiátrico.

—¿Y tu hermano no? Por favor —resopla en burla—. Esa historia que repite. Los ataques de pánico —y hace un gesto con la mano indicando que está loco—. Ojalá que no lo suelten más y le den hartas drogas, que las necesita.

Graciela no la golpea esta vez, pero la mira con esa actitud de tirársele arriba como una fiera. Le da un poco de risa la mocosa.

—Volverá —le dice la niña—. Mañana. No es obligación que se quede. No es peligroso...

—Excepto para él mismo —interrumpe.

—Y volverá acá. Dará exámenes libres en la escuela y retomará las clases. Tus abuelos lo quieren adoptar.

No le importa, pero la escucha. Quiere saber a qué va todo eso. Se siente intrigada.

—Y si me entero que le haces algo, te deformo tu cara bonita.

Amenaza. Eso pensaba. Le da gracia la mocosa.

Llega la abuela con los pasteles en platos y voltean ambas a verla y ayudar.

Niña BonitaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora