Criminal

555 25 0
                                    

—Lo siento, pero yo he llegado antes.

La mano que le sujetaba la cintura y jugaba con la tela entre sus dedos se apretaba contra su carne, y Horacio maldijo la situación.

Conway le había encargado que debía matar a un hombre con traje que llegaría esa noche al aeropuerto, porque pretendía usar la ciudad para encontrar chicas que prostituir. Y ellos podían ser parte de una mafia y hacer cosas malas, pero respetaban a la gente y no querían a personas así en la ciudad. Horacio nunca había sido especialmente violento, y no solía ser el encargado de asesinar a gente, pero su buena puntería y su destreza a la hora de manejar armas lo convertían en el perfecto asesino a largas distancias.

Pero no se esperó que, en el lugar donde debía dispararle -el tejado de un edificio viejo-, ya hubiera otra persona, arrodillado y preparado para disparar con un arma muy similar a la suya propia.

A Volkov le había encargado Michelle que lo matara, con las mismas razones que Conway. Volkov siempre era el encargado de esas cosas, porque era frío, calculador, y no le temblaba el pulso a la hora de apretar el gatillo. Pero ese hombre enmascarado había irrumpido su tarea.

—Que te den por culo —fue lo único que atinó a decir, mientras se removía para que la mano del enmascarado le soltara la cintura y con la mira de su rifle intentaba discernir si el hombre que buscaba había salido del aeropuerto.

—¿Disculpa? —lo empujó con poca fuerza, para que dejara de apuntar, y Horacio gruñó y lo miró de nuevo.

Ambos llevaban pasamontañas oscuros, el de Horacio con el dibujo de una calavera en la zona de la mandíbula y el de Volkov completamente negro, y sus ojos eran lo único que quedaba a la vista. Irremediablemente, hicieron contacto visual.

—Me da igual que hayas llegado antes, ¿entiendes? —le dijo, y en sus ojos heterocromáticos -uno color verde pardo y el otro castaño oscuro- pudo ver arder una llama de decisión—. Tengo algo que hacer.

Y quiso volver a su posición previa, pero Volkov lo sujetó del brazo.

—Me da igual, yo también necesito hacer algo, Красивый, y me llevaré por delante a cualquiera que se meta en el medio —amenazó, pero sus ojos celestes se mantuvieron helados, y Horacio se preguntó, momentáneamente, si sin el pasamontañas sería igual de inexpresivo. Sacudió la cabeza y evitó pensar en nada más que en su tarea.

—Pues te deseo suerte intentándolo —apuntó de nuevo.

Lo vieron salir, y Horacio estaba a punto de disparar, pero Volkov le arruinó el tiro. Sólo tenía una oportunidad, porque si fallaba y el hombre se daba cuenta de que querían matarlo, no tendrían esa ventaja que ahora llevaban.

Se lanzó sobre el hombre enmascarado a su lado hasta tirarlo al suelo y le sujetó las manos, sentado encima de él.

—Si vuelves a tocarme te juro que te mato a ti también. No me va a temblar el pulso.

Pero ya era tarde, y Volkov había conseguido hacer tiempo hasta que el hombre había subido a un coche oscuro.

—Me cago en tu puta madre —se levantó de sobre Volkov, frustrado, y bajó corriendo la escalera de incendios del edificio, sintiendo al chico seguirlo.

Vio como una chica entraba en una tienda, dejándose una moto en la entrada, y no dudó en subir. Y, antes de arrancar, le envolvió una sensación de culpabilidad. A lo mejor ese chico ojiazul estaba en la misma situación que él, y lo castigarían de alguna manera si no cumplía su cometido. Y, al fin y al cabo, la persona que debían matar era un ser humano despreciable, se merecía toda clase de sufrimiento.

Privatters VolkacioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora