Crop top

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Sus ojos le habían seguido todo el día, pegados a su cintura, de una manera extremadamente obvia.

Y ahora, llegar a casa era casi un alivio. Horacio se había cambiado y le había avisado de que estaría en la piscina, por si quería pasarse. Y él quiso decir que sí, pero acabó negándose. Si durante él día no pudo ni siquiera hilar una frase estando frente a él porque tenía una franga de su abdomen al descubierto, tal vez verlo en bañador no era lo más apropiado.

Así que se encerró en su habitación y corrió las cortinas para no poder tener vista del jardín, sólo por si acaso.

(...)

Empezaba a tener hambre, y a cansarse de mirar a las mismas cuatro paredes durante casi veinte minutos, así que tuvo que salir sí o sí al pasillo. Su destino era la planta de abajo, el salón, o incluso el exterior si el aire de la casa -junto a sus pensamientos- empezaban a asfixiarlo.

Pero algo lo detuvo. En el pasillo, la única puerta abierta era la de la habitación de Horacio. Nunca la dejaba abierta, ¿por qué ese día sí?

Ni siquiera supo por qué le importó tanto, pero una parte de él quiso entrar. Sacudió la cabeza. ¿En qué estaba pensando? ¿Entrar para qué? Continuó caminando, hacia las escaleras. Pero, una vez más, algo captó su atención.

Sobre la cama de Horacio descansaba una única cosa que reconoció a la perfección. Se ruborizó un poco. Miró a ambos lados, asegurándose de que Horacio seguía sin estar cerca, y acabó entrando. Cerró la puerta tras él, con una patada, y se acercó a la cama.

Tomó la prenda con ambas manos y la estiró frente a su rostro para verla al completo. El top rosa holgado que Horacio había llevado todo el día. ¿Lo habría dejado tirado de manera descuidada encima de la cama, probablemente antes de desnudarse para ir a la piscina? ¿Porque era imposible que le hubiera dado tiempo a lavarlo, no?

Volkov suspiró. Para comprobarlo -tan sólo para eso- se acercó el top a la cara. Olía a desodorante masculino, y al propio olor corporal de Horacio -sudor y un poco de vainilla, que el ruso había deducido que sería su gel de baño-.

Olía exactamente como el cuerpo de Horacio. Cuando estaban en la moto lo tenía lo suficientemente cerca como para percibirlo.

Suspiró de nuevo. Dejó la prenda, estirada a la perfección sobre el colchón, y la acarició con las yemas de los dedos, recordando cómo se veía en contraste con la piel morena de Horacio.

Se colocó mejor sobre la cama, hincando las rodillas en el colchón, con la prenda de ropa justo delante de él. El espejo al otro lado de la habitación le devolvió su reflejo, con el rostro rojísimo. Apartó la mirada. Se mordió el labio, y cogió de nuevo el top para llevárselo al rostro y, con toda la vergüenza del mundo, olerlo de nuevo.

Por el camino le rozó levemente los labios, y fue lo único que necesitó para que, sumado a la tensión que llevaba sintiendo toda la tarde, la sangre comenzara a correr hacia un sitio en específico. Suspiró y se acomodó el pantalón para que no rozara en cierta zona sensible que comenzaba a abultar.

"Dios, ¿pero qué estoy haciendo?" ¿Cómo había acabado ahí, tan excitado y avergonzado al mismo tiempo? Quería desaparecer en ese mismo instante, por no ser capaz de controlar su cuerpo.

Se recordó a sí mismo que estaba en la habitación de Horacio, y que éste seguía en la casa. No iba a hacer nada. No podía, aunque la erección en sus pantalones pidiera lo contrario, comenzando a molestarle. Su mano bajó ahí, casi por inercia, intentando calmar lo mucho que palpitaba.

Tenía calor, y estaba sudándo. Un baño en la piscina de Horacio se le hizo extremadamente apetecible en ese momento.

Hizo acopio de su fuerza de voluntad y apartó la mano de su entrepierna. Se puso de pie, dispuesto a irse antes de que Horacio lo pillara con las manos en la masa -literalmente-. Se acercó a la puerta, y la abrió.

Privatters VolkacioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora