Privatters Volkacio

Must be a dream

Volkov gruñe y gira la cabeza para mirar por la ventanilla, molesto.

—¡Pero tampoco te enfades! Joder, Volkov —protesta, dando un golpe con la mano en el volante, pero sin detener el vehículo—. No te estoy diciendo nada que no sepas. Escucharte es...

No acaba la frase. Volkov se gira para mirarlo con una ceja enarcada. Realmente no está enfadado, pero la situación le divierte y quiere seguir fingiendo que sí lo está.

—¿Qué es? ¿Molesto? —pregunta, irónicamente. Aún así, Horacio responde.

—La palabra es... cansino —aparta la vista de la carretera para dirigirle una mirada rápida.

Volkov tiene que contener un suspiro. Ahí está la dinámica de siempre. Horacio le estaba haciendo creer que por primera vez podía ser él el que tomara el control, pero de nuevo le ha enseñado que no. Que tan sólo le estaba haciendo creer que las riendas las llevaba él, para demostrar una vez más que seguían en su posesión.

Tampoco es que a él le moleste eso.

Volkov se relaja sobre el asiento, con la mirada fija en el perfil de Horacio, mientras piensa una manera de devolvérsela.

—Muy bien, tranquilo, que ya no te hablo más —dice, entrecerrando los ojos y frunciendo el ceño.

Ve la sonrisa en el rostro de Horacio, y tiene que morderse el labio para que sus labios no se curven también.

—Joder, qué maravilla —juega—. Estoy encantado de no escucharte.

Volkov ni siquiera intenta buscar una respuesta a la altura. Pone los ojos en blanco y dirige su vista nuevamente al exterior, perdiéndose en los colores del cielo al desaparecer los últimos rayos de luz del día.

La frase escapa de entre sus labios antes de que pueda hacer nada por frenarla.

—Посмотрим, как долго ты продержишься вот так ("A ver cuánto aguantas así") —sabe perfectamente que Horacio no habla en serio cuando hace alusión a lo bien que estaría sin Volkov, pero eso no quiere decir que le guste escucharlo.

Con el nuevo juego que se le ha ocurrido en cuestión de segundos, puede hacer que Horacio se desespere por no poder entenderle y así admita que, en el fondo, le gusta escucharle.

—¿Cómo? —inquiere Horacio, apartando la vista de la carretera unos segundos para dirigirla al perfil de Volkov—. ¿Me acabas de insultar?

Tiene que contener una sonrisa, porque Horacio le está poniendo difícil la tarea de mantenerse serio, intentando actuar como lo haría en el pasado: desinteresado, cortante y frío.

Todo lo que no es cuando Horacio está delante.

—Ты не понимаешь меня? ("¿No me entiendes?") —pregunta, fingiendo incredulidad, como si realmente esperara que lo hiciera—. Какая жалость... ("Qué pena...")

No es consciente del tono que adopta su voz cuando susurra en ruso de esa manera, como si las vocales y las consonantes acariciaran sus labios en cada sílaba. Horacio, por su parte, sí se da cuenta de lo diferente que suena Volkov cuando habla en su lengua materna.

—Para de una vez —pide, viéndose sobrepasado por la situación y sintiendo que por primera vez es el ruso el que lleva el control.

Volkov sonríe. El hecho de que Horacio no pueda entender lo que está diciendo le genera una seguridad que no tiene normalmente. Le hace sentirse más desinhibido a la hora de decir lo que realmente piensa.

—Почему? ("¿Por qué?'') —pregunta. Horacio frunce el ceño.

—Hablo en serio, Volkov —intenta sonar desafiante, pero le tiembla un poco la voz. Y eso es lo único que necesita el ruso para que su seguridad aumente más aún, resguardado tras la barrera del idioma.