Be my mistake

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Su mano se queda congelada en el aire antes de llegar a tocar la puerta del baño. Carraspea, se lame los labios -que de repente están excesivamente secos- y vuelve a acercar los nudillos a la madera. Al otro lado escucha el agua caer, y tiene que respirar hondo para recomponerse.

"Joder, espabila" se dice a sí mismo, negando con la cabeza ante su actitud, tan impropia de él. Se lamenta de nuevo por haber sido tan despistado como para dejarse el teléfono móvil en el baño después de ducharse. Necesita cogerlo antes de salir de casa, y no puede esperar porque ya llega tarde.

Y, aún así, ha perdido casi cinco minutos delante de la puerta, preparándose para llamar porque el que se está duchando ahora es Horacio, y él no se ve con la capacidad de interrumpir. No puede evitarlo, le pone nervioso el hecho de tener que entrar en el baño si él está dentro, aunque no vaya a ver nada.

Mira la hora en su reloj. Le había dicho a Parker y Alanna que estaría en la sede hacía ya un rato, y no le gustaría hacerles esperar más. Así que, sin pensarlo, da unos golpes en la puerta lo suficientemente altos como para que sean audibles sobre el agua. Supone que ha funcionado, porque escucha cómo baja de intensidad.

—Eh... Horacio... —dice, levantando la voz para que pueda escucharlo. Traga saliva mientras aguarda por la respuesta.

—¿Volkov? Dime —responde, desde el otro lado. El agua sigue corriendo de fondo, y Volkov se nota agitado. Se le escapa un suspiro antes de volver a hablar.

—Necesito... coger una cosa. Eh... ¿t-te importa si entro un momento? —dice, mordiéndose el labio inferior—. No miraré, no... te preocupes.

Hay un breve silencio, y después escucha una risa sarcástica por parte de Horacio. Y siente que se le calientan las mejillas, al mismo tiempo que escucha su respuesta:

—Hostias, ruso, que tenemos ya una edad —Volkov frunce el ceño, pero su mano se posa en el pomo de la puerta, aún sin abrirla—. Entra, coge lo que necesites, no hace falta que me preguntes. Y si quieres mirar también puedes, ¿eh?

—Eh... —tarda unos segundos en procesar su respuesta. Carraspea de nuevo y aprieta más fuerte el pomo—. No es... necesario, Horacio, no...

Deja la frase en el aire. A pesar de no poder verlo, sabe que Horacio está sonriendo, de esa manera juguetona que siempre logra ponerlo tan nervioso. Así que respira hondo una vez más, y se decide a girar el pomo y empujar la puerta de una vez por todas.

Lo primero que lo recibe en cuanto entra en el baño es el vaho, adhiriéndose a su piel. Después empieza a percibir el resto de cosas, como el olor frutal de su champú o el brillo tenue de las bombillas -que Horacio ha bajado de intensidad con el propósito de que la ducha fuera más relajante-.

Suspira. Agradece que Horacio no intente hablar de nuevo, porque le resultaría demasiado vergonzoso como para actuar con normalidad. Se adentra en la estancia, demasiado distraído como para prestar atención a la puerta, que se cierra de golpe tras él. El sonido lo sobresalta, y después maldice en ruso al darse cuenta de su error. Horacio se lo había explicado el primer día, si no sujetaba la puerta y dejaba que se cerrara de golpe el pestillo podía atascarse.

Se gira al instante, ruborizado, e intenta abrirla, pero sus sospechas se confirman al ver que es incapaz de hacerlo. Frunce el ceño y se frota el puente de la nariz con dos dedos. Empieza a agobiarse, así que se arremanga la camisa y se desabrocha los dos primeros botones.

—¿Qué pasa? —pregunta Horacio, intuyendo que algo va mal. Volkov gira su mirada hacia él, nervioso aunque sólo pueda ver su silueta al otro lado de la mampara opaca.

—La puerta —responde, aún tirando del pomo como si así pudiera arreglar algo.

Horacio gruñe y cierra el agua.

Privatters VolkacioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora