Date night

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Cierra la puerta del coche cuando se sienta en el asiento del copiloto y le sonríe a Volkov.

—Feliz cumpleaños —es lo primero que le dice el ruso. Horacio sonríe, algo tímido al ser el foco de su atención, pero encantado por el mismo motivo.

—Gracias, comisario —se muerde el labio y se pone el cinturón, aprovechando esos segundos en los que está girado para respirar hondo y que sus nervios se pasen.

—No hace falta que me llame así fuera de servicio —aclara Volkov, captando de nuevo la mirada de Horacio, mientras arranca el coche y lo pone en marcha.

—Tú tampoco tienes que tratarme de usted —sabe que Volkov no le va a hacer caso, pero siente que debe repetírselo.

No se esperaba que fuera a aceptar quedar con él por su cumpleaños. De hecho, cuando se lo había pedido, lo había hecho sin muchas esperanzas, casi de broma. Creía que Volkov entendería que se refería a una cita, y le diría que no. Pero, o no lo había entendido y creía que se refería a quedar como amigos, o le daba igual.

Fuera como fuera, Horacio estaba muy nervioso. No quería hacer o decir nada estúpido o fuera de lugar, no quería poner a Volkov incómodo.

—¿A dónde quiere ir? —Horacio se obliga a sí mismo a relajarse para responder con normalidad y no hacer la situación incómoda.

—No lo sé... me da igual, en realidad. A donde quieras tú —Volkov piensa unos segundos y después deja salir una sonrisa ladina muy breve.

—Como quiera —Horacio le devuelve la sonrisa, y lo ve soltar el volante con una mano para marcar la ubicación. Se pone derecho en su asiento para mirar el GPS, y se da cuenta de que ha marcado un bar del norte al que él no había ido nunca.

No les lleva mucho tiempo llegar. Habían tenido que esperar hasta salir de servicio para poder quedar, así que ya no falta mucho para que anochezca, por lo que los coches y la gente en la calle empiezan a escasear. El trayecto no es incómodo, o por lo menos no lo es para Volkov. Él está mucho más tranquilo que Horacio, quizás porque está acostumbrado al silencio y no se le hace extraño no querer llenarlo. Horacio, al contrario, intenta comentar cosas de vez en cuando para no quedarse tanto tiempo callado.

Volkov aparca lejos del bar, cerca de un callejón. Era su coche personal, no un patrulla, por lo que no llamaría tanto la atención. Después, ambos se bajan y se dirigen al bar.

Por unos segundos, cientos de pensamientos pasan por la cabeza de Horacio. ¿Qué está haciendo? ¿Por qué le ha parecido una buena idea salir con Volkov? ¿De qué se supone que van a hablar? ¿Sabe siquiera Volkov que le gusta? Supone que no, porque si lo supiera no estaría ahí con él.

Volkov le coloca brevemente la mano en la espalda baja para guiarlo hacia una mesa algo apartada del resto, y el contacto le acelera el corazón. Se llama a sí mismo a la calma, porque si no lo arruinará todos. Sigue a Volkov a dónde éste lo guía.

Se sientan uno al lado del otro, con una cierta distancia de por medio. Volkov pide vodka para él, y Horacio duda porque sabe que tiene baja tolerancia al alcohol, pero tiene una necesidad casi adolescente de impresionar al ruso, así que pide lo mismo que él. Vodka solo, del más fuerte que hay, a pesar de saber que le va a sentar fatal.

—Horacio —dice Volkov, después de darle el primer trago a su bebida. El mencionado lo mira—. Ahora que estamos solos usted y yo quería felicitarle por su trabajo. Puedo afirmar que es usted el mejor alumno, y que al ritmo que va me encargaré yo personalmente de que sea ascendido pronto.

Horacio se ruboriza un poco, pero lo oculta bebiendo un trago pequeño de su vaso.

—Muchas gracias, Volkov... —juega con el vaso entre sus dedos, clavando ahí la mirada, a pesar de sentir la de Volkov sobre él. No quiere hacer contacto visual todavía.

Privatters VolkacioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora