Last dance

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Volkov sospecha que bajo el ceño fruncido de Horacio se oculta una diversión sincera, pero que simplemente disfruta haciéndole creer lo contrario.

—¿Estás bien, H? —Horacio responde con un sonido gutural, y Volkov tiene que hacer el esfuerzo de reprimir la sonrisa que puja por salir—. ¿Seguro?

—Sí, sí —dice, mientras se deshace del cinturón rápidamente para apearse del coche.

Volkov lo imita segundos después, viéndolo avanzar hacia la puerta de su hogar en lugar de esperarlo, como suele hacer. Antes siquiera de que él llegue a la puerta, Horacio ya se ha deshecho de la máscara y de los zapatos, dejándolo todo tirado por el suelo del salón.

Volkov cierra la puerta tras él, desabrochándose los primeros botones de la camisa en busca de mayor comodidad.

—¿Haces la cena? —pregunta, y, antes de que Volkov pueda aceptar, ya está sacando ese tema de nuevo—. Si no quieres irte a otra boda, no sé...

Volkov respira hondo. La manera que tiene él de lidiar con los celos consiste en callarlos y dejarlos envenenarle por dentro en silencio, torturándose pensando en todo lo que puede ir mal a partir de ese momento.

Horacio lidia con ellos de otra manera, con comentarios "de broma" que esconden un poco de verdad.

—¿Otra vez con eso? Joder, ya te dije que se trató sólo de una ocasión —intenta justificarse, aunque en realidad se siente divertido por la situación.

—¡Sí, sí! Una ocasión en la que te quitas toda la ropa y... bueno, me voy a callar —pone los ojos en blanco. Volkov da unos pasos en su dirección.

—Sólo me quité la camisa —dice, recorriendo finalmente la distancia que los separa y sentándose a su lado en el sofá.

—Ya, delante de... desconocidos —dice, sonando sarcástico, herido y molesto al mismo tiempo—. Y en cambio conmigo...

—¿Contigo qué? Si contigo tengo más confianza que con nadie, hombre —se echa hacia atrás, apoyándose en el respaldo del sofá—. En la próxima ocasión, la boda del compañero Pérez, podrías acompañarme.

Ha insistido bastantes veces durante el transcurso de la tarde, pero todavía no ha recibido una respuesta clara, y algo dentro de él le pide que siga insistiendo.

En la última boda se lo había pasado bastante bien, pero le había faltado algo. O, mejor dicho, alguien. Ver a toda esa gente bailar en pareja había suscitado algo en su interior, y lo cierto es que se había pasado la noche notando la falta de Horacio en cada pequeño detalle. En los comentarios juguetones que le faltaban, en las copas que no se estaban tomando juntos, y, sobre todo, en el ramo que no había llegado a coger.

—No sé si... Tengo clases de yoga, ¿eh? No sé si me apetece perdérmelas —dice, sacando a Volkov de sus recuerdos y trayéndolo al presente.

—Joder, ¿y no puedes saltártelas? —pregunta, frunciendo un poco el ceño y estirando el brazo sobre el respaldo del sofá, cómodamente—. Es... una ocasión especial.

Horacio se recuesta a su lado, lo suficientemente cerca como para que sienta su calor corporal, pero sin llegar a rozarlo. Podrían encender la televisión, pero a ninguno le molesta mucho el silencio del ambiente en ese momento, así que se quedan como están.

—A Manuel no le gusta, ¿eh? —contesta, sonriendo con algo de malicia. Su intención de hacer que Volkov sienta celos es tan obvia que ni siquiera espera que surta efecto, pero desconoce todas las dudas que cruzan la mente de Volkov.

El ruso sospecha que Horacio está mintiendo, pero aún así tiene muchísimas ganas de preguntarle, porque conoce la flexibilidad de Horacio y cabe la posibilidad de que esté diciendo la verdad sobre lo del yoga.

Privatters VolkacioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora