Snow on the beach

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—Horacio —suspira el ruso, agarrándole de la mano para frenar sus pasos—. ¿Estás seguro de que esto es una buena idea?

—¡Claro que sí! —responde, con efusividad. Aprovechando la unión de sus manos, tira de él para que lo siga más de cerca.

—Pero es de noche y está vacío —caminan sobre la arena suave, escuchando el rumor de las olas.

—Lo sé, ¿no es genial? —el ruso no responde a su pregunta.

Volkov tiene que admitir que el ambiente es precioso. La luna creciente es la única iluminación que tienen, leve pero la suficiente para ver alrededor. La marea está alta, y las olas rompen contra la orilla con suavidad, brillando con el reflejo de la luna.

—¿No prefieres esperar a que sea de día? —Horacio frena sus pasos, le suelta la mano y extiende su toalla sobre la arena para sentarse.

—Por supuesto que no —rebate, tirando de su brazo para que se siente a su lado—. Es mil veces mejor así. Siempre te quejas de que hay niños molestando y de que hace calor. Si esperamos a que sea de día no querrás venir, y necesitas que te dé el aire.

El último comentario le hace fruncir el ceño.

—No soy una planta, Horacio —el chico esboza una sonrisa.

—Anda, deja de quejarte —le deja un beso cariñoso en la mejilla, y Volkov relaja su expresión y le pasa un brazo sobre los hombros para abrazarlo contra su cuerpo.

Se quedan unos minutos en silencio, arrullados por el murmullo del mar, disfrutando del calor corporal del otro y de las caricias suaves sobre su ropa.

Hasta que Horacio tiene una idea.

—¿Vamos a nadar? —pregunta.

—¿Hablas en serio? —el ruso lo mira incrédulo—. Te recuerdo que es de noche, Horacio.

—¿Y qué te da miedo? ¿La hipotermia? Creía que eras ruso —sonríe.

—¿Qué? —pero Volkov tiene también una sonrisa en el rostro.

—Vamos, Volkov, porfa —pide, dándole besos en las mejillas para intentar convencerlo.

—En realidad me da más miedo lo que sea que haya en el agua oscura —algo de razón tiene, pero el deseo de Horacio de nadar de noche es superior a cualquier clase de miedo.

—Te prometo que te protegeré de cualquier cosa que intente hacerte daño —bromea, haciendo ruborizar al ruso.

—¡No me refería a eso! —Horacio conocía las palabras exactas que decir para hacer que el rostro de su novio ardiera.

El chico rie, y Volkov rueda los ojos y le da un empujoncito cariñoso e inofensivo. Horacio se inclina sobre él y lo besa.

—Anda, venga —usa su tono más persuasivo para convencerlo, combinado con besos por todo su rostro y caricias en su cabello, hasta que consigue hacerle aceptar.

—Está bien, pero sólo un rato —Horacio asiente efusivamente, y se pone de pie tirando de su mano para levantarlo a él también.

Volkov suspira, mientras Horacio lleva las manos a su espalda para quitarse la camiseta y dejarla con el resto de sus cosas. Volkov hace lo mismo, ambos quedándose tan solo con sus respectivos bañadores, el de Volkov significativamente más discreto que el de su pareja.

El agua está muy fría, y Horacio se arrepiente de su decisión pero no dice nada y tan sólo sigue avanzando. A él le cubre por la cintura cuando al ruso a penas le llega por la caderas por culpa de la ligera diferencia de altura.

Privatters VolkacioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora