You belong with me

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—¿Me acompañas un momento al baño? —Horacio asiente, y va a los aseos de la comisaría con él para que Volkov se lave las manos después de comer. En realidad, sólo quiere estar a solas con Horacio un rato. Y él lo entiende, porque quiere lo mismo.

Llevan toda la mañana en la comisaría, en una reunión en la que están intentando plantear una solución al incremento de la criminalidad en Los Santos, juntando al FBI y a la LSPD. Se supone que en ese momento están en un "descanso", pero en su mesa no se habla de otra cosa y, por eso, Volkov le ha pedido que lo acompañe al baño con la excusa de que se ha ensuciado con la comida. Es sorprendente que sea el ruso el que le pida a Horacio alejarse del ambiente laboral, pero sospecha que su reciente relación tiene que ver en su cambio de actitud.

Volkov se ha dado cuenta de que el momento perfecto no existe.

El mar nunca está en calma. Es imposible esperar a que todo vaya bien, porque nunca va a llegar ese momento. Ha tardado en darse cuenta, pero es más fácil superar las dificultades teniendo unos brazos en los que refugiarse, en lugar de esperar a que esas dificultades se esfumen. Volkov sigue teniendo algo de dudas -no respecto a sus sentimientos, tan sólo respecto a su futuro y los peligros que corren cada día-, pero cuando ve los ojos de Horacio, llenos de vida por primera vez en mucho tiempo, sabe que ha hecho lo correcto. Verse en el espejo tan feliz como Horacio se lo confirma más aún.

Cuando entran en el baño, el ruso realmente se acerca a los grifos para lavarse las manos, mientras Horacio cierra la puerta. No tienen pensado que pase nada entre ellos, no han ido al baño por eso, pero es mejor así. Quieren algo de tiempo a solas. Llevan toda la mañana sin dirigirse la palabra, y hablar con el otro siempre les da la energía que necesitan para seguir enfrentándose al resto del día.

Horacio se acerca por la espalda y le rodea la cintura, dándole un abrazo desde atrás. Suspira y apoya la cabeza en su espalda, con los ojos cerrados.

—¿Todo bien? —le pregunta Volkov, secándose las manos con su propia ropa con tal de poder darse la vuelta y corresponder al abrazo. Horacio asiente con la cabeza.

—Diez cuatro —responde. Volkov se ha dado la vuelta y le acaricia la espalda de arriba a abajo—. Estoy harto de estar aquí.

—Ya, yo también, Horacio, pero... es necesario que estemos aquí —mientras habla, Horacio entreabre los ojos. Tiene la mejilla derecha apoyada en el pecho de Volkov, y es en ese momento en el que algo concreto capta su atención—. La LSPD no tiene la capacidad de liderar situaciones como las que- -

Deja de hablar abruptamente cuando Horacio rompe la atmósfera de calma al separarse de su pecho y caminar hacia la pared que separa la zona de los lavamanos de los cubículos del baño.

—¿Qué pasa? —pregunta Volkov, incorporándose. Horacio no responde.

Camina hacia esa pared, pero Volkov se da cuenta de que lo que está mirando es la máquina que hay en ella. Y se fija en lo que es al momento.

Una máquina de condones.

—Volkov... —empieza Horacio, y su tono de voz ha cambiado tan drásticamente que Volkov siente un escalofrío recorrerle la espina dorsal. Se gira para mirarlo, y su sonrisa delata sus intenciones—. ¿Te acuerdas... Tú te acuerdas de que había una así en la comisaría de Conway?

Volkov asiente. Traga saliva cuando Horacio da unos pasos en su dirección, recuperando la cercanía con su cuerpo. El ambiente está súbitamente tenso.

—¿Sabes? Tenía una fantasía... en relación a esto. Cuando era tu alumno —enfatiza el posesivo, y se acerca tanto que Volkov le apoya las manos en la cintura para pegarlo más a él—. Te lo mencioné una vez... ¿te acuerdas?

Privatters VolkacioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora