Sun is shining

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—No me retes, anda —dice, con un tono que trata de sonar desinteresado, pero en el que se puede percibir la expectación que la conversación empieza a despertar en él.

—No... no te reto, Horacio, sólo... digo que es algo... poco común —Volkov cruza las manos tras su espalda, de manera que Horacio no puede ver el movimiento nervioso de sus dedos. Ese tipo de conversaciones siempre le han hecho sentir vergüenza.

Todo ha empezado por acompañar a Horacio a la habitación. En lugar de macharse, como debería haber hecho, había decido entrar con él, y algo en especial había llamado su atención.

—O sea, que dices que miento —enarca una ceja, y Volkov tartamudea un par de veces antes de responder.

—No, joder- - por supuesto que no —intenta justificarse, pero Horacio ya se ha obcecado con esa idea, y es bastante terco.

—Mira, ruso, no me calientes... —dice, en un tono enfadado. Volkov suspira, viéndose venir la discusión. Antes de poder decir nada, Horacio se gira y se encamina hacia la barra de pole dance—. ¿Necesitas una demostración de que sí que puedo hacerlo?

Volkov siente unos nervios rápidos y repentinos punzarle la boca del estómago, pero no es una sensación desagradable. De hecho, algo dentro de él le pide hacer todo lo posible para seguir sintiéndose así.

—Hombre... —sólo con una palabra, el ambiente cambia por completo. Él, como siempre, no quiere admitir la verdad pero tampoco mentir, por lo que da respuestas vagas e imprecisas y deja que sea Horacio el que decida dónde poner el límite de la situación.

Para Horacio, su respuesta es una invitación a que cumpla con lo que ha dicho. Enarca una ceja y camina de nuevo hacia él, despacio. La luz roja de la habitación y el maquillaje negro oscurecen sus ojos de una manera que hace que Volkov sienta una sensación... parecida al peligro erizarle la piel.

Horacio sólo se detiene cuando está inusualmente cerca, demasiado como para que Volkov pueda regular los latidos de su corazón. Antes de que el ruso pueda abrir la boca, Horacio coloca las manos sobre sus hombros y le da un empujón suave que le obliga a sentarse en el borde de la cama.

—Joder... —masculla Horacio, deshaciendo el camino hacia la barra de nuevo. Finge que está molesto porque es la única manera en la que sabe lidiar con todo lo que le provoca Volkov, y con la desesperación de que el ruso le deje siempre a medias, con respuestas insuficientes en el plano físico y sentimental.

Al llegar a su objetivo se desembaraza de la camiseta. Se gira hacia Volkov y, tomándolo por sorpresa, se la lanza. El ruso la atrapa al vuelo, y la mantiene agarrada en sus manos mientras Horacio se desabrocha el pantalón. Captando la mirada de Volkov y todo lo que expresa con ella, Horacio se justifica:

—No te emociones, ruso, que necesito tener la piel al descubierto para agarrarme bien —dice, mientras se retira el pantalón con agilidad y se lo lanza también a Volkov—. No lo hago para tu placer visual, precisamente.

Sonríe sarcásticamente, y Volkov se siente avergonzado y no sabe ni por qué. Deja reposar ambas prendas de ropa sobre sus piernas, todavía agarrándolas, y Horacio le da la espalda para encarar la barra y agarrarse con la mano derecha.

Volkov contiene el aliento inconscientemente cuando lo ve girar alrededor, con las piernas ligeramente separadas, movimiento previo a envolver la barra con una de sus piernas. Volkov se da cuenta en ese instante de que Horacio tenía razón cuando dijo que debía llevar la piel al descubierto, pues de lo contrario no tendría un buen agarre y podría ser hasta peligroso. Pensar en su ropa le recuerda que todavía la tiene sobre las rodillas, y aprieta el tejido con los dedos para distraerse.

Privatters VolkacioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora