CNI

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Ahueca la almohada intentando encontrar la mejor postura para dormir, pero le duele todo el cuerpo y el sueño parece algo demasiado lejano para él. Suspira mientras piensa en el día tan intenso que han pasado. Conway y Michelle siempre discutiendo por tomar las riendas, y Freddy y Horacio, mientras tanto, intentando bromear para mantener el miedo a raya, combatirlo. Él sólo había intentado quedarse al margen de todo.

Suspiró, tirando de la tela fina que le servía como manta esa noche, mientras cerraba los ojos a pesar de que el café que había tomado y los recientes acontecimientos lo mantendrían despierto. Intentó dejar la mente en blanco y no pensar en nada, imaginándose a sí mismo en algún lugar remoto, una isla de arena blanca y océano limpio, muy lejana al punto donde se encontraba, en ese edificio viejo y frío.

Se sentía cansado. No sólo físicamente, sino también con la mente cansada. Cansado de estar ahí, de enfrentarse a eso. Cansado de lamentarse por la vida que le había tocado, por el pasado que había vivido, por el presente que estaba viviendo y por el futuro que viviría. Exhausto.

De nuevo el mismo pensamiento. Si ya no podía dormir antes, ahora se le haría imposible. Si tan sólo hubiera algo, cualquier cosa, que le hiciera sentir que valía la pena seguir intentándolo, seguir luchando por estar ahí un día más. Ha perdido todo y a todos los que quería, y sabe que jamás tendrá una familia ni nadie a su lado.

Clava las uñas en el cojín del sofá sobre el que duerme, y, casi como de milagro, la puerta se abre a tiempo de sacarlo de ese círculo depresivo y evitarle una noche horrible.

Levanta la cabeza para ver quién es el que le ha librado momentáneamente de esos pensamientos nocivos sobre su soledad.

—Lo siento, ¿te he despertado? —Horacio se disculpa mientras cierra la puerta tras él, y la escasa luz que se había colado en la estancia al abrirla desaparece de nuevo, sumiendo la habitación en penumbra.

—No... —dice, intentando borrar todo rastro que aún quede en su cuerpo de los síntomas físicos que le provoca pensar en lo mal que se siente—. No estaba dormido.

Horacio se acerca al sofá que está justo en frente, dejando los zapatos en el suelo, y colocando los cojines. Volkov se siente algo incómodo mientras lo ve ahí, pero también se siente vagamente agradecido por no tener que pasar la noche solo.

Horacio se quita el chaleco antibalas, y deja su torso al descubierto, aunque manteniendo la ropa de cintura para abajo. Después, prepara el sofá para usarlo como cama esa noche. Volkov cierra los ojos y finge estar quedándose dormido, porque no quiere tener una conversación en ese momento.

El leve ruido de Horacio moviéndose para colocar los cojines y mantas cesó a penas un minuto después. Volkov entreabrió los ojos sólo lo suficiente como para ver su silueta en la oscuridad, delineada por la poca luz del exterior que entraba por la ventana. Miraba hacia el techo, probablemente pensado en todo a lo que se tenía que enfrentar. El ruso volvió a cerrar los ojos. Horacio también los cerró, murmurando un "buenas noches" en tono suave que hizo sentir a Volkov menos tenso.

La voz y presencia de Horacio siempre lo habían calmado. Desde el día que se habían abrazado en el funeral de Torrente, y le había susurrado que todo iría bien, había asociado su voz con la calma. Escucharle hablar le tranquilizaba.

—¿Horacio? —ni siquiera él sabía por qué lo está llamando, pero lo está haciendo.

—¿Hmm? —responde, abriendo él también los ojos, girándose hasta que sus miradas se conectan en la oscuridad. La de Horacio parece encendida y despierta, mientras que la de Volkov es tan misteriosa como siempre.

—¿Estás bien? —sabe mejor que nadie que perder a un hermano es un dolor demasiado profundo, y no quiere que Horacio pase por lo mismo que él pasó.

Privatters VolkacioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora