The nervous game

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(Este privatter fue el que Perxitaa leyó en el ampliable)

No sabe en qué momento han acabado en esa situación.

—Anda, sube a descansar —Horacio ríe en respuesta, poniendo los ojos en blanco.

Volkov empuña un arma, encañonándolo, pero Horacio jamás se ha sentido más seguro que en ese momento. Quizás es por las risas, o quizás por lo ligero que se siente después de haberle hablado a Volkov de sus sentimientos.

Era algo que necesitaba hacer. No espera una respuesta -y mucho menos una positiva-, pero necesitaba quitarse de encima la presión. El miedo a acabar llevándose ese secreto a la tumba.

Después de todo lo que ha pasado, prefiere no guardarse nada dentro. Tan sólo por si acaso.

—Ya voy, ya voy —pide, sin poder borrar la sonrisa de su cara.

Agradece que no haya incomodidad entre ambos. Realmente le dolería si fuera así. Volkov es, actualmente, la única persona que le hace feliz.

Siente cómo Volkov sube las escaleras tras él, y lo escucha enfundar el arma.

Se gira llegados a la puerta de su habitación, todavía sonriendo, tan sólo para ver a Volkov sonreír también.

Así parece todo tan fácil.

No dice nada, porque tampoco es necesario. Se apoya en la madera, agarrando el pomo, mientras le mantiene la mirada a Volkov. Y, todavía de espaldas, abre la puerta.

No le dice que entre, pero Volkov lo hace igualmente. No sabe en qué punto han llegado a tener esa confianza, pero él no va a ser el que se queje. Ve a Volkov recorrer la habitación con la mirada, tal y como lo hace cada vez que entra, y tragar saliva. Horacio sonríe.

—¿Demasiado para ti? —pregunta, sacando a Volkov de su ensimismamiento.

—¿Cómo dices? —inquiere. Su mirada se clava en Horacio, evitando con todas sus fuerzas dirigirla a los látigos o fustas de la habitación. No quiere ponerse rojo delante de él, darle esos motivos para burlarse.

—La habitación, digo. Demasiado para ti, ¿no? —pregunta, con una ceja enarcada, y Volkov duda en qué responder.

—Eh... —antes de que pueda decir nada, Horacio se quita la chaqueta y la lanza al suelo.

—Que no digas nada, Volkov, que ya sé la respuesta —responde.

Los ojos del ruso se clavan en la prenda que descansa en el espacio entre ambos. Después, vuelven a Horacio.

¿No va a hacer eso ahí, delante de él, no?

—Hombre, a ver... —intenta recuperar el ritmo en la conversación—. Demasiado... sí, podría decirse. Es que... a ti- - ¿a ti no te... parece demasiado?

Iba a hacer una pregunta distinta, mucho más comprometedora, pero la cambia en el último momento.

—No —y lleva las manos al filo de su camiseta, para tirar de ella y sacársela. Sigue hablando, como si no fuera nada. Como si los ojos de Volkov no recorrieran toda su piel. Como si el ruso no estuviera luchando contra la sangre de su cuerpo para no ruborizarse.

Volkov no tiene el suficiente autocontrol como para evitar dirigir una mirada rápida hacia sus pectorales. Lo ha visto sin camisa cientos de veces, conoce sus tatuajes y sus piercings a la perfección, pero por algún motivo hay algo diferente esta vez.

Tal vez la estancia en la que se encuentran, tal vez la confesión previa, tal vez la conexión que han tenido durante todo el día.

Tal vez la manera en la que Horacio lo mira.

Privatters VolkacioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora