Video Call (pt. 1)

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Suspira y enciende la luz de su dormitorio. Deja los zapatos por el camino, sin molestarse en colocarlos bien, y se desabrocha los dos primeros botones del nuevo uniforme del FBI.

Esa noche está excesivamente cansado, pues ha hecho horas extra, y sólo quiere darse una ducha, cenar algo y dormir. Pero mira el reloj y ve que son las nueve de la noche, la hora en la que suele llamar a Volkov debido a las tres horas de diferencia entre Las Bahamas y Los Santos. Así que descarta la idea de la ducha y se tumba boca abajo sobre la cama. Se estira hasta alcanzar el portátil y busca el contacto de Volkov para llamarlo.

Escucha el tono que indica que Volkov está recibiendo la llamada mientras agarra una de sus almohadas para abrazarse a ella. Pocos segundos después, la imagen de Volkov aparece en pantalla.

Lleva una camiseta blanca de manga corta y el pelo hacia atrás, un poco más largo de lo que solía llevarlo. Sus sonrisas son casi imperceptibles, apenas se nota cómo las comisuras de su boca se curvan hacia arriba, pero Horacio lo puede notar perfectamente, y le devuelve la sonrisa.

Enseguida comienzan a hablar de sus días, tal y como llevan meses haciendo, de esa manera extraña pero cómoda para ambos. Hace tiempo que habían comenzado a hablar diariamente, después de que, una noche, Horacio le llamara para preguntar por cómo le iba.

Se ha vuelto casi una rutina para ambos pasarse horas frente a la pantalla hablando de temas banales. Sus conversaciones pocas veces se dirigen hacia cosas un poco más profundas, pues es doloroso hablar de ellas, y prefieren que esas horas que pasan juntos -ese secreto compartido- sea un lugar dónde pasar un rato agradable.

Por ello, no han hablado del disparo, pero han hablado de películas y música. No han hablado de Pogo, pero sí de sus trabajos en la actualidad. Y no han hablado de volver a verse en persona, ni de cómo es su relación en ese momento, no han hablado de nada de eso. Prefieren evitar esos temas.

—Pareces cansado —le dice Volkov a los pocos minutos de empezar su conversación, y Horacio sonríe como un bobo porque le gusta sentir la atención del ruso. Le gusta sentir que se fija en él, y que se da cuenta si le pasa algo.

—He estado trabajando mucho hoy —dice, agachando la cabeza para reprimir un bostezo. Cuando vuelve a mirar a Volkov percibe momentáneamente un brillo preocupado en su mirada, y prefiere pensar que lo ha visto de verdad y que no ha sido producto de su imaginación.

—¿Quieres irte a dormir? Podemos hablar mañana —Horacio tiene sueño, pero no quiere colgar la llamada, así que niega con la cabeza mientras se levanta con el portátil en sus manos y se dirige a la cocina para poder comer algo.

Pasan un rato hablando y cenando juntos y, a pesar de los kilómetros de distancia, casi se sienten como si estuvieran en una especie de cita.

Horacio se frota los ojos con el puño para despejar el sueño que amenaza con invadirlo, y Volkov lo percibe.

—¿De verdad que no prefieres irte a dormir? Te va a doler la cabeza mañana —advierte, acostumbrado a las consecuencias de la falta de sueño.

Horacio niega con la cabeza.

—En realidad estaba a punto de irme a la ducha —dice, sonriendo.

—Entonces podemos seguir hablando mañana. No quiero molestarte —dice Volkov.

Horacio niega de nuevo con la cabeza, y se dirige de vuelta al dormitorio.

—No me molestas —dice, abriendo la puerta de su habitación y cerrándola tras él. Volkov se muerde el labio porque nunca sabe qué responder a esa clase de frases que suenan normales pero tienen un ápice de cumplido.

Privatters VolkacioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora