—Nada que tú no quieras...
Mónica se despertó de golpe y necesitó ir al baño a refrescarse.Al bajar a desayunar encontró una nota de sus padres diciéndole que al verla tan dormida habían preferido no despedirse y que la llamarían al llegar.Recordó entonces que, una vez más, sus padres iban a pasar la Navidad fuera.En esta ocasión habían organizado un viaje a Viena con unos amigos y, para variar, no habían pensado en ella.Consideraban que eran unas vacaciones más e imaginaban que su hija haría planes con sus amigas, porque sus abuelos habían fallecido tiempo atrás y no tenía otros parientes cercanos con quienes celebrar las fiestas.De repente la invadió un sentimiento de tristeza al verse tan sola, pero lo que más le dolía era saber que en el fondo no les iba a echar de menos.
Desayunó en silencio mirando al jardín de una casa que le resultaba demasiado grande y fría.Ni siquiera se habían molestado en poner ningún adorno navideño, e incluso Rosa, la sirvienta a la que tanto cariño le tenía y a la que tan unida estaba, se había cogido unos merecidos días libres.Prefirió no pensar más en ello y se metió en la ducha hasta que su piel le pidió un descanso.Al salir del baño envuelta en una toalla, vio el bolso que guardaba la nota con el teléfono de Vanesa y, sin pensarlo dos veces, porque entonces hubiera sido incapaz, marcó su número temblando.
—¿Vanesa?Hola...soy Mónica.
Silencio.
—¿Quién?
Silencio.
Mónica se quedó petrificada:esa era la última respuesta que hubiera esperado y colgó sin añadir nada más.A los pocos segundos sonó su móvil, y respondió al ver quién estaba al otro lado de la línea.
—Perdona...—le dijo Vanesa enseguida—.Claro que sé quién eres.¿Dónde estás?
—En casa —le respondió Monica tímida.
—Mándame la dirección y te recojo en una hora.—Y colgó.
Mónica se quedó paralizada, pero algo en ella hizo que le mandara un mensaje con su dirección.Tenía una hora para arreglarse y no sabía qué ponerse ni adónde irían.Repasó sus muchos modelos pero todo le pareció demasiado serio, así que al final optó por unos vaqueros y la blusa azul marino que tanto le gustaba porque resaltaba el color de sus ojos.En esta ocasión se dejó el pelo suelto, cubriendo cualquier atisbo de cansancio con un poco de maquillaje.Una hora más tarde, esperaba nerviosa en el salón abrochándose su abrigo gris y colgando en su hombro un pequeño bolso con lo imprescindible.Paseó por el recibidor durante unos minutos que se le hicieron eternos y, cuando ya pensaba que Vanesa no iba a aparecer, sonó el timbre.
Temiendo estar con ella en un sitio tan íntimo, salió enseguida y cerró la puerta con llave para impedir cualquier tentación de invitarla a entrar.Mientras cruzaba el pequeño jardín de acceso a la casa, vio a Vanesa subida en una moto de color verde botella y supo que era tarde para dar media vuelta.No entendía mucho del tema, pero le pareció que era una Vespa antigua y se quedó de pie mirándola sin ser capaz de avanzar más. Vanesa, ocultando su rostro con un casco y unas gafas de sol oscuras, llevaba una chupa de cuero y un gran fular de lana granate cubriendo su cuello.Antes de que Mónica pudiera hacerse una imagen completa de ella, Vanesa sonrió y, al ver que no reaccionaba, le indicó que subiera a la parte trasera del asiento.Monica se acercó torpemente; sin decir nada aceptó el casco que Vanesa le ofrecía, se lo colocó como pudo y subió a la moto fingiendo controlar la situación.No sabía adónde agarrarse, pero Vanesa enseguida le cogió las manos y las puso alrededor de su cintura.Monica se sentía extrañamente excitada; sin embargo, decidió no pensar más y dejarse llevar.Vanesa arrancó decidida y empezaron a circular por las calles de Madrid.Monica sintió el vértigo de la velocidad y de ir pegada a la desconocida con la que tanto había fantaseado y a la que tanto había evitado.Cerró los ojos para notar el viento en el rostro, para aferrarse a esa nueva sensación de libertad que experimentaba.Sin darse cuenta del recorrido ni del tiempo que había transcurrido, el motor se apagó repentinamente y Monica vio que estaban frente a la misma playa que tantas veces había visitado en solitario cuando necesitaba aclarar las ideas.Vanesa bajó de la moto con la seguridad de quien sabe cómo moverse y, tras quitarse el casco, ayudó a Monica a bajar y a librarse del suyo.Entonces se quitó las gafas y la miró fijamente a los ojos.
—¿Me sigues teniendo miedo?—le dijo levantándole suavemente la barbilla con un dedo para que no apartara la mirada.
—No sé...¿Debería?—respondió Monica un poco descolocada y con la ingenuidad de quien vive algo nuevo. Vanesa sonrió brevemente, apoyando con delicadeza su mano en la espalda de Monica para guiarla hacia un pequeño bar de la Barceloneta situado en primera línea de mar.Hacía un día tan soleado que solo el frío y la ausencia de chiringuitos en la arena recordaban que era pleno invierno.En la terraza del local habían instalado estufas para los más valientes, así que eligieron una de las mesas más cercanas a la arena y Vanesa juntó dos sillas para que pudieran disfrutar de las vistas.Cuando se acercó el camarero, Monica se mostró incómoda, como si la hubieran pillado haciendo algo indebido, y al darse cuenta Vanesa pidió dos cervezas esperando haber acertado con su elección.
—¿Sabes?—le dijo Vanesa de repente—, el día que coincidimos en la biblioteca noté que me mirabas de reojo.Debo confesar que me pareció intrigante o, mejor dicho, tú me lo pareciste.Tuve la sensación de que volverías a buscarme; por eso regresé en varias ocasiones para ver si lo hacías.Y no me equivoqué, porque te observé de lejos esperando.
—Yo...tenía que estudiar —se justificó Monica al sentirse descubierta.
—Claro.Por eso no me acerqué, para no interrumpirte —dijo Vanesa sin malicia pero sonriendo al captar su mentira.
Las dos se miraron con la complicidad de quien lo dice todo sin necesitar palabras.
—Es que yo nunca, nunca he...—Monica ni siquiera sabía lo que pretendía decir.
—¿Nunca has ido tan a menudo a la biblioteca?¿Nunca habías venido a este bar?¿Nunca has estado con una mujer?—preguntó Vanesa jugando para tranquilizarla.
Mónica negó con la cabeza, cosa que despertó la ternura de Vanesa, quien decidió ponérselo un poco más fácil.No era como las otras mujeres a las que había conocido y seducido y con las que se permitía vacilar porque no buscaba ningún tipo de compromiso.Monica era distinta a las demás, y a Vanesa eso también la desconcertaba.
—Vamos a hacer una cosa:nos tomamos la cerveza, nos relajamos, y solo hablamos si nos apetece.¿Te parece?—le propuso.
Mónica respondió nuevamente con un gesto, en este caso afirmativo.Cuando les sirvieron las cervezas, pasaron un buen rato en silencio disfrutando de las preciosas vistas y de una compañía que, a pesar de ser nueva, a ambas les resultaba reconfortante.
No había ninguna prisa.Por más extraño que pudiera parecer, tenían la sensación de decirse mucho sin necesitar intercambiar ni una sola palabra.Vanesa pidió una segunda ronda.A Monica le pareció tan buena idea que se atrevió a mirarla y a dedicarle una tímida sonrisa.Minutos después, apurando el último trago y con una seguridad que la sorprendió a ella misma, Mónica se giró buscando los ojos de Vanesa detrás de sus gafas de sol y respiró hondo.
—Mis padres no están, ¿quieres ir a mi casa?
Eran las últimas palabras que Vanesa hubiera esperado en boca de su acompañante, pero no quiso desaprovechar el impulso repentino de Mónica y no tardó ni un segundo en pedir la cuenta.
No volvieron a hablarse.Esta vez, al subirse a la moto, Monica no necesitó ayuda para rodear a Vanesa con sus brazos y se aferró a ella con todas sus fuerzas por miedo a arrepentirse de lo que había propuesto y deseando sentir el contacto de su cuerpo.
Cuando llegaron a su casa, Monica ya no tenía el valor que le había dado el alcohol minutos antes, así que logró sacar las llaves del bolso y, aunque le temblaba el pulso, abrió la puerta como pudo.La invitó a pasar mirando de reojo que nadie las viera entrar juntas, como si a alguien le importara, como si su actitud revelara lo que pensaba en esos momentos, lo que tanto deseaba.
Al cruzar el umbral se quitó el abrigo y esperó a que Vanesa le entregara su cazadora para guardar ambas prendas en el armario de la entrada. Mónica la hizo pasar al salón con la misma extrañeza de quien entra por primera vez en un domicilio ajeno.Era como si nunca hubiera estado en su propia casa.Pensó en hacerle un recorrido por las distintas estancias, pero enseguida le pareció una opción tan formal que prefirió llevarla a la cocina y allí, sin preguntar, sacó dos cervezas del gran frigorífico.
—Gracias —le dijo Vanesa quitándose el fular.Y le dio un beso en la mejilla que aceleró el corazón de Mónica—.Por los, digo las valientes.
Brindaron sin perderse de vista.
Inspirada por el brindis, en un momento de arrebato, Mónica besó a Vanesa en los labios y cerró los ojos para sentirse protegida ante la idea de estar besando a una mujer, pero la delicadeza con la que Vanesa le devolvió el beso y la suavidad de su piel y de sus labios no dejaban lugar a dudas.Vanesa se apartó despacio, le quitó la cerveza de las manos y la dejó junto a la suya sobre la encimera de la cocina.Después se giró y miró a Mónica a los ojos.—¿Estás segura?—le preguntó sincera.
Mónica respondió con un nuevo beso, esta vez más intenso.Vanesa metió su lengua despacio en la boca de Mónica y le sujetó la cara con ambas manos.Monica se dejó llevar e instintivamente alargó su lengua para lamer la de Vanesa.El contacto de sus bocas abiertas hizo que Mónica se estremeciera y emitiera un leve gemido que excitó enormemente a Vanesa. Mónica la apoyó contra la nevera y se besaron con la pasión de quien siente que se le acaba el mundo.Incapaces de dejar de besarse, dieron rienda suelta al deseo que ambas habían sentido desde el primer momento en que cruzaron sus miradas en la biblioteca.
Vanesa empezó a desabrochar lentamente la blusa de Mónica:quería sentir su piel, ver su cuerpo y acariciarlo .Sin dejar de besarla, tras liberar cada uno de los botones deslizó la mano izquierda por sus pechos, cubiertos por un sujetador negro de encaje que le resultó de lo más sexy y apetecible. Mónica temblaba ante cada una de las caricias y metió sus manos por la parte inferior del jersey de Vanesa, para sentir su piel, su vientre.Sus bocas se buscaban sin cesar mientras sus manos se recorrían mutuamente y erizaban la piel de la otra.—¿Dónde está tu habitación?—le susurró Vanesa sin dejar de besarla y de lamer su cuello.
Mónica la cogió de la mano y, sin ser capaz de mirarla, la guio escaleras arriba.Al entrar en el dormitorio, lo único que podían ver era la enorme cama de Mónica, que tan correcta como siempre la había hecho antes de salir. Vanesa la sujetó por sorpresa por la cintura, la besó con más fuerza que antes —si es que eso era posible— y la llevó a la cama, donde Mónica se dejó caer.
Aunque el deseo que sentía hubiera sido capaz de hacerle perder los papeles, Vanesa sabía que para Mónica todo era nuevo, así que respiró hondo para frenar un poco el ritmo.Después de quitarle la camisa, besó su vientre y fue subiendo despacio hasta perderse nuevamente en sus labios. Mónica le quitó el jersey y rodaron por la cama besándose y acariciándose con una pasión creciente. Vanesa se libró del sujetador de Mónica y disfrutó de la visión de unos pechos firmes y perfectos que reflejaban su excitación.Los besó y lamió lentamente, saboreándolos, acariciándolos, y se quitó también el sujetador para invitar a Mónica a que hiciera lo mismo con los suyos.Al verla así, Mónica abrió sus enormes ojos claros como una niña que descubre un nuevo juguete y los recorrió suavemente con las yemas de los dedos, analizándolos y explorándolos.Enseguida sintió la necesidad de lamerlos, de metérselos en la boca, y le chupó los pezones con delicadeza por miedo a hacerle daño. Vanesa gimió de placer y eso excitó todavía más a Mónica, que empezaba a perder el control.
Vanesa se incorporó mirándola a los ojos y le quitó los pantalones y las bragas tomándose el tiempo necesario para que se sintiera cómoda pero sin querer alargarlo demasiado para no romper ese momento único para ambas.Cuando estaba desnuda, observó su pubis depilado con un pequeño triángulo de vello perfectamente arreglado.A Vanesa, que iba completamente rasurada, le resultó tierno estar frente a un sexo más inexperto que el suyo a pesar de llevarse tan solo dos años de diferencia.Era evidente que ella había tenido más amantes que Mónica .Al notarla un poco temblorosa avanzó con prudencia entre sus piernas y se las separó muy lentamente.Ante la mirada indefensa e impaciente de Mónica, hundió su boca en su sexo para saborearlo.
Al verla moviéndose de una forma tan sensual, Mónica gimió de placer sin miedo a que nadie la escuchara, porque estaban solas, solas las dos.Se entregó a ella por completo y vibró ante el contacto de su lengua, ante cada uno de los lametazos. Vanesa disfrutó de su humedad, de su sabor, de sus jadeos, de ver desde abajo cómo Mónica cerraba los ojos dejándose llevar. Hubiera podido seguir allí durante horas, pero Monica llegó al orgasmo enseguida con una intensidad que atrapó a Vanesa entre sus piernas.Se detuvo para que disfrutara plenamente de ese instante y muy despacio fue separando sus labios y su lengua sin poder dejar de mirarla.Estaba tan hermosa en ese momento que Vanesa se sintió un poco confusa ante lo que Mónica le despertaba.
Se tumbó a su lado y, en silencio, la acarició y besó su cuello una vez más.Se quedaron tumbadas la una al lado de la otra todavía con la respiración acelerada durante unos minutos. Vanesa seguía muy excitada, así que sin decir nada cogió con suavidad la mano de Mónica y se la llevó a su sexo.Ella todavía iba vestida de cintura para abajo y se desabrochó un botón del pantalón para que Mónica pudiera tocarla como tanto deseaba.Al sentir que el sexo de Vanesa estaba completamente empapado, Mónica la miró con una mezcla de deseo y vértigo al pensar que nunca antes había tocado así a una mujer.Aunque sus manos eran inexpertas, la mirada desafiante y excitada de Vanesa la guiaron de un modo instintivo y disfrutó viéndola moverse al ritmo de sus dedos y escuchándola gemir profundamente hasta correrse por y para ella.
Despertaron a media tarde desnudas en la cama de Mónica, que al abrir los ojos de repente sintió una timidez que no había mostrado horas antes y necesitó recuperar su ropa para vestirse. Vanesa se dio cuenta y le cogió la mano, la acercó a sus labios y la besó con suavidad.
—Me muero de hambre —le dijo.
—Ah...perdona, claro...—Monica fue a incorporarse para prepararle algo a su invitada.Se sentía una mala anfitriona, y eso no era lo que le habían enseñado en casa.
—Shhh...no te muevas de aquí.Hoy no voy a dejarte salir de la cama.—Volvió a besarla, esta vez metiendo la lengua en su boca. Vanesa intuía que en esa casa no solían pedir comida para llevar, así que sin decir nada se levantó, se puso su jersey e hizo varias llamadas desde el teléfono fijo del dormitorio hasta que localizó una pizzería que repartía en la zona.Al colgar, la imagen de Mónica esperándola desnuda le resultó tan tentadora que se volvió a desvestir y se acercó a ella con actitud felina. Poco más de media hora después, habiendo disfrutado nuevamente de sus cuerpos, al escuchar el timbre Vanesa bajó decidida a la entrada y, sin preocuparse por vestirse, recibió a un repartidor que se quedó mudo ante la descarada clienta que encima le dio propina.Con la pizza familiar que había encargado, regresó a toda prisa al dormitorio y sonrió al ver que Mónica se había escondido tras las sábanas.
—Será mejor que recuperemos fuerzas —le dijo Vanesa desafiante.
Comieron en la cama, algo que Mónica nunca había hecho y que le pareció toda una aventura.Entre bocado y bocado, se besaron con la mayor de las complicidades y Vanesa le contó que abandonó la carrera de Medicina para estudiar Bellas Artes y que vivía en un piso compartido en el centro de Madrid porque hacía años que se había independizado.Como sus padres no aprobaban su estilo de vida, trabajaba de camarera los fines de semana para poder mantenerse sin contar con su ayuda. Mónica la escuchó atentamente para no perderse ningún detalle de una historia que le parecía de lo más excitante, especialmente la seguridad con la que la compartía y que en ningún momento se lamentara de una situación que a ella le resultaba inimaginable.
—Y tú, ¿por qué estudias Derecho?¿Te gusta?—le preguntó sincera.
Era la primera vez que alguien le preguntaba si le gustaba lo que hacía y eso la pilló desprevenida.
—...Supongo que es lo que me toca...Mi padre tiene un importante bufete de abogados y cuando termine la carrera empezaré a trabajar con él.
—Ya...pero, ¿te gusta?¿Te hace feliz?
—No me lo he planteado, la verdad.
—Si pudieras elegir, ¿a qué te gustaría dedicarte?
—No lo sé...—Era cierto, Mónica nunca había pensado que tuviera otras opciones y ni siquiera sabía lo que realmente podía hacerla feliz.Pero en ese momento, junto a Vanesa, lo era. Vanesa prefirió no insistir y apartó la caja con los restos de pizza.La fragilidad de Mónica se le hizo tan irresistible que retiró las sábanas para ver de nuevo su cuerpo.
—Eres preciosa...—le dijo mirándola a los ojos.
De nuevo empezaron a besarse, a acariciarse, y sin darse cuenta se estaban devorando la una a la otra.
Pasaron la noche haciendo el amor, descubriéndose, probando nuevas sensaciones, recorriendo nuevos rincones de sus cuerpos.Gritaron y gimieron sin miedo a nada, y a pesar de ser pleno invierno sudaron tanto que a altas horas de la madrugada decidieron darse un baño.Allí, entre las carísimas sales con las que Mónica preparó la bañera, se relajaron abrazadas.Para ambas era algo nuevo: Mónica nunca había estado con una mujer y Vanesa nunca había sentido tanta proximidad con ninguna de sus anteriores amantes.Sus cuerpos encajaban a la perfección; el silencio no se les hizo incómodo en ningún momento.Pasaron varios días sin casi salir de la cama:allí follaban, descansaban, comían y hacían el amor de un modo insaciable.Cada vez se conocían mejor y aprovechaban el tiempo en el que se recuperaban y no estaban dormidas para compartir confidencias. Mónica le habló del viaje de sus padres:le contó que desde pequeña se había acostumbrado a pasar la Navidad sola o en compañía de niñeras o de parientes que se ocupaban de ella, y Vanesa le describió una vida al límite tras abandonar el hogar familiar.Había estado con muchas mujeres, algo que hizo sentir a Mónica insegura, y había experimentado con sustancias de las que ella ni siquiera había oído hablar.
La mañana del 24 de diciembre Monica se despertó agotada.Había pasado la noche haciendo el amor con Vanesa y las piernas ni siquiera le respondían.Al abrir los ojos y ver que no estaba a su lado pensó que se estaba duchando, pero cuando entró al baño descubrió que no había rastro de ella.
Se quedó helada y se sintió estúpida porque de repente comprendió que para Vanesa había sido una más de sus aventuras y que esta había decidido irse sin despedirse.La invadieron unas enormes ganas de llorar y se dejó caer lentamente hasta quedar sentada en el suelo del baño mientras las lágrimas se deslizaban por sus mejillas.Permaneció allí un buen rato hasta que escuchó el sonido de la puerta de entrada.Desconcertada, se puso el batín de seda que sus padres le habían traído de Japón ese verano y bajó asustada las escaleras.Pensó que sus padres quizá habían adelantado el regreso de su viaje para estar con ella, pero lo que vio superó sus expectativas. Vanesa, vestida con una ropa que Mónica conocía muy bien porque era suya, cruzaba la puerta con un enorme árbol de Navidad y un par de grandes bolsas. Mónica bajó corriendo las escaleras y se lanzó a sus brazos.
—¡Vaya!Nunca nadie se ha alegrado tanto de verme —le dijo Vanesa dejando caer el árbol al suelo.
Mónica la besó, se quitó el batín y le pidió que le hiciera el amor allí mismo. Vanesa no se lo pensó dos veces.