Al terminar las vacaciones navideñas el curso empezó para ambas con aparente normalidad, y Monica retomó sus clases con el único aliciente de encontrarse furtivamente con Vanesa en la universidad.
Había aprobado todos los exámenes excepto uno, el que hizo siendo incapaz de concentrarse al pensar en ella, pero incluso ese suspenso la hacía sonreír.Merecía la pena tener que recuperar la asignatura al finalizar el curso solo por el hecho de haberla conocido.No se lo dijo a su padre porque hubiera puesto el grito en el cielo y porque sabía que no tendría ningún problema en aprobarla más adelante.
Por las tardes, después de asistir a la última de sus respectivas clases, Mónica y Vanesa se citaban en la biblioteca y se sentaban en la misma mesa donde todo empezó.En silencio, aparentaban repasar sus apuntes lanzándose miradas y buscando el roce de sus manos sigilosamente para que nadie supiera el secreto que ocultaban.Era una situación excitante para ambas, y vivieron el reencuentro como una nueva etapa de su relación, jugando a estar juntas sin que nadie se enterara.A veces una de las dos fingía necesitar un libro de uno de los rincones más apartados y la otra la seguía para poder compartir momentos de intimidad sin miedo a ser descubiertas pero con la tensión de que alguien pudiera acercarse inesperadamente.A escondidas, se dejaban llevar por un deseo que parecía no tener fin y se besaban y acariciaban hasta que no les quedaba más remedio que separarse para no hacer el amor allí mismo.
Al llegar la noche, se iban al coche de Mónica dando un largo paseo, aprovechaban para hablar de sus sentimientos y de sus sueños, y siempre que podían esperaban hasta que el aparcamiento quedaba vacío para dar rienda suelta a sus instintos más viscerales a pesar de las limitaciones del reducido espacio.En esas puntuales y afortunadas veladas, esquivando el freno de mano, el volante y un techo que limitaba sus movimientos, se las ingeniaban para disfrutar de sus cuerpos y lograban arañar algún que otro orgasmo.E independientemente del tiempo que hubieran tenido para estar a solas, Mónica, como la damita educada que era, acompañaba a Vanesa hasta la puerta de su casa y se despedían entre besos rerecordándose lo mucho que se amaban.
Lo más difícil para Mónica era tener que disimular su felicidad cuando se sentaba a cenar con sus padres, pero por suerte su querida Rosa se había reincorporado al trabajo y tenerla cerca la hacía sentirse acompañada cuando Vanesa no estaba a su lado.Había sido la sirvienta de la familia desde antes de que ella naciera y la había cuidado como si fuera la hija que no pudo tener.Durante la semana, Rosa dormía en un pequeño cuarto con baño propio situado junto a la cocina y, aunque era extremadamente prudente, se había encargado de compensar el afecto que no le daban sus padres. Mónica se lo contaba todo porque estaba más unida a ella que a su propia madre, pero lo que estaba viviendo con Vanesa era algo tan nuevo que esperaba el momento perfecto para hacerla cómplice de sus sentimientos.
Una noche, al entrar en su dormitorio, Monica se encontró con una bonita caja de cartón sobre su cama acompañada por una nota con la letra de Rosa.«Sé que querrás tener estos bonitos recuerdos», le decía. Mónica la abrió intrigada y se emocionó al ver que le había guardado los adornos navideños con los que ella y Vanesa decoraron la casa.Comprendió entonces que era la única que se había dado cuenta de que ya no era la misma y, aunque cuando coincidieron al día siguiente no hablaron del tema, Mónica se sintió aliviada al saber por el modo en el que la miró a los ojos que se alegraba de verla tan ilusionada.
A diferencia del resto del mundo, Mónica no esperaba impaciente la llegada del fin de semana porque eso implicaba tener menos tiempo para estar con Vanesa, y al ver que cada vez se les hacía más larga la espera hasta su siguiente cita en la biblioteca empezó a buscar excusas para salir o pasar la noche fuera.Sin la frecuencia que hubiera querido para que sus padres no sospecharan, se inventaba encuentros con sus compañeras de facultad y entonces iba al bar donde trabajaba Vanesa, la observaba desde la barra y aprovechaba los momentos en los que los clientes le daban un respiro para charlar con ella.De madrugada, a la hora del cierre, compartían un rato íntimo en el coche y después Mónica acompañaba a Vanesa y se iba a casa feliz de haberla visto.Excepcionalmente, Mónica arriesgaba un poco más y al salir del bar les mandaba un mensaje a sus padres diciendo que se quedaba en casa de una amiga para poder dormir con Vanesa.Sus compañeras de piso solían dejarlas a su aire porque comprendían que querían privacidad y, si coincidían, se encerraban generosamente en sus habitaciones para dejarlas a solas.Así, Mónica y Vanesa no tenían que ocultar sus sentimientos y se rendían ante una pasión que las quemaba por dentro.Antes de cerrar los ojos fundidas en un abrazo, fantaseaban con la idea de que ese era su espacio, ajeno a todo y a todos, y les gustaba imaginar que vivían bajo el mismo techo como una pareja más.El domingo por la mañana, Mónica se encargaba de preparar el desayuno, de comprar la prensa y de despertar a Vanesa muy dulcemente cuando calculaba que había descansado lo suficiente.Desayunaban en la cama, leyendo el periódico o jugando a los pasatiempos, y no sin cierta amargura, cuando se acercaba la hora de comer, Mónica se iba intentando que ese momento no estropeara el precioso espacio de tiempo en el que todo había sido posible.Así aguantaron varias semanas, incluso meses, pero los ratos juntas siempre les sabían a poco.Por suerte los padres de Mónica anunciaron un improvisado viaje a Roma en Semana Santa, y eso les permitiría estar a solas durante cinco días con sus noches. Vanesa preparó una pequeña bolsa con lo imprescindible, y cuando Monica la llamó para decirle que sus padres habían salido hacia el aeropuerto cogió la moto y se dirigió a su casa a toda velocidad.Posiblemente se saltó algún semáforo en rojo debido a la impaciencia de disfrutar de ella sin prisas, pero no le importó que la pudieran multar.Aunque el camino se le hizo eterno, todo cambió al ver a Mónica esperándola nerviosa en la entrada.Nada más cerrarse la puerta, Vanesa dejó caer su bolsa en el suelo, se lanzó a los brazos de Mónica y, sin poder esperar ni un segundo, la llevó a la cama.Conocía bien el camino, así que en esta ocasión fue ella quien la cogió de la mano y la guio escaleras arriba.Al llegar a su dormitorio la besó una y otra vez con el ansia de quien lleva demasiado tiempo sin poder disfrutar con plenitud de la persona a la que ama.No dejó de mirarla para asegurarse de que lo que estaban compartiendo era real, que tenían todo el tiempo del mundo para estar juntas sin miedo a las interrupciones de compañeros de piso, padres o estudiantes de la biblioteca.Le quitó la ropa despacio a pesar del enorme deseo que ambas sentían porque quería alargar el momento, acariciar y besar cada rincón de su cuerpo a medida que la iba desnudando. Monica hizo lo mismo a su turno, la miraba y la desvestía lentamente, como descubriendo los regalos que pocos meses antes había abierto con tanto cuidado.Ya desnudas, se dejaron caer sobre la cama y, como si se tratara de una coreografía ensayada previamente, se acariciaron siguiendo el ritmo de su respiración, del latir de sus corazones, y acercaron sus sexos húmedos para sentirse con intensidad.Se movieron sin perder el contacto, rodando sobre la cama para que primero Vanesa y después Monica pudieran estar encima de la otra y controlar la situación.El deseo fue creciendo al acelerar el ritmo de sus caderas y, aunque intentaron alargar su estado de enorme excitación tanto como pudieron, no tardaron en llegar al orgasmo gimiendo y gritando sin miedo.
Exhaustas, se tumbaron abrazadas sintiendo cómo el placer seguía palpitando entre sus piernas. Mónica apoyó su cabeza sobre el pecho de Vanesa, notando el sudor de su cuerpo y su aliento serenándose junto a su oído.Era el mejor de los sonidos posibles y sonrió feliz por un reencuentro perfecto.
Se quedaron dormidas en esa posición, hasta que un ruido demasiado cruel, demasiado real, les hizo abrir los ojos.La madre de Mónica había entrado decidida en la habitación para anunciarle que su vuelo había sido cancelado, y antes de empezar su explicación descubrió algo que cambió el destino de su hija.Tras escuchar un grito mezcla de sorpresa y desaprobación, y a pesar delshock del momento, Monica y Vanesa se taparon tan deprisa como les fue posible.Antes de que Monica pudiera reaccionar, su madre llamó a su marido intentando que pusiera remedio a algo que le resultó una ofensa aberrante.El padre de Monica apareció enseguida y, en cuanto comprendió lo que estaba ocurriendo, ordenó a Vanesa con mucha dureza que abandonara su casa antes de que llamara a la policía. Mónica deseaba enfrentarse a ellos, decirles que Vanesa era la persona a la que amaba, quien mejor la conocía y la única capaz de hacerla feliz, pero no pudo y, sentada en la cama, vio como en plena humillación Vanesa se agachaba para recuperar su ropa y se encerraba en el baño.El momento se hizo eterno.Hasta que Vanesa apareció vestida y recogió su bolsa para irse, nadie articuló palabra, pero Monica pudo intuir el rechazo y el asco en los ojos de sus padres. Vanesa se fue sin mirar ni siquiera a Monica, cabizbaja y sintiéndose una intrusa en un mundo al que no pertenecía.Bajó al piso inferior sin que nadie la acompañara, pegó un portazo y se marchó en su moto a la misma velocidad con la que había llegado horas antes.Hubiera querido que Monica luchara por ella y les plantara cara a sus padres, pero había visto con demasiada claridad que no estaba dispuesta a hacerlo, lo que le provocó un dolor que nunca antes había sentido.
Los padres de Mónica siguieron un buen rato en silencio en su habitación observándola mientras ella intentaba cubrirse con una sábana que no era suficientemente grande para tapar tanta vergüenza.Cuando su padre por fin consideró haber dejado bien claro su mensaje con su mirada de desprecio, le dijo que ya hablarían al día siguiente y la dejaron sola. Monica rompió a llorar con un desespero que nadie podía calmar.No solo le dolía la actitud de sus padres sino, sobre todo, haber traicionado a Vanesa y haber permitido que la menospreciaran así delante de ella.En la misma cama donde poco antes había sido la mujer más feliz del mundo, ahora era la más desdichada.Lloró durante horas en posición fetal escondida en su cama, y aunque quería llamar a Vanesa para disculparse y recordarle que la amaba con locura, fue incapaz de moverse.
En algún punto de la madrugada el agotamiento hizo que se durmiera, pero el dolor seguía allí cuando se despertó por la mañana.Se metió en la ducha por miedo a que sus padres pudieran oler los restos del deseo de Vanesa en su cuerpo y bajó a la cocina dispuesta, aunque no preparada, a enfrentarse a ellos.Los encontró a ambos de pie, hablando de algo que interrumpieron al verla entrar.Tras un largo silencio y una nueva tanda de miradas de desaprobación, su padre le dijo con la rotundidad con la que solía hablar en los juzgados que tenía dos opciones:olvidar esa aventura sin sentido y seguir con su carrera y con su vida como si no hubiera pasado nada, o irse de casa en ese preciso instante y olvidarse de ellos.
Cualquiera de las dos opciones implicaba algo que sabía que no sería capaz de hacer.Olvidar.