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La boda de Mónica y Rafael fue un gran éxito, tal y como habían previsto los padres de ella, que se encargaron de todo sin preocuparles demasiado la opinión de los novios.
Mónica consiguió ocultar su ansiedad gracias a la maquilladora contratada para la ocasión y se dirigió a la pequeña capilla donde la esperaban su futuro marido y los selectos invitados en un carísimo coche antiguo que habían alquilado y decorado con esmero.Su padre, vestido con un chaqué oscuro, la acompañó en silencio.
Tras una breve ceremonia, por supuesto religiosa, la comitiva se dirigió al palacete que los padres de ella habían contratado.Después llegó la clásica sesión de fotos en la que Mónica posó con una sonrisa forzada de la que nadie se dio cuenta y finalmente celebraron una recepción donde no faltó de nada.
La única persona a la que le hizo ilusión ver ese día fue a su querida Rosa, con quien seguía manteniendo el contacto a pesar de los años que hacía que ninguna de las dos vivía en la casa donde creció y compartió con ella tantas confidencias.Tal vez buscando a alguien que fuera cómplice de su sufrimiento, cuando se acercó a felicitarla le susurró al oído:
—Se llamaba Vanesa.
Mónica y Rafael pasaron la noche de bodas en el hotel Ritz, y aunque ella hubiera preferido quedarse dormida y no pensar en lo vivido, hizo el amor con su reciente esposo con la mente en otro lugar, fantaseando con la idea de estar entre los brazos de otra persona, de Vanesa.No podía olvidarla ni a ella ni el mensaje que había recibido horas antes.
Después siguió algo tan típico como un lujoso viaje de novios a Bali, y al regresar a Madrid pasaron unos días en casa abriendo regalos y mandando notas de agradecimiento. Mónica y Rafael vivían juntos desde hacía algunos meses, así que no se les hizo extraño convivir como recién casados.Era el piso que los padres de Mónica le habían regalado cuando se incorporó al bufete después de hacer un máster en Londres.Allí Rafael se sentía cómodo y nunca se planteó la opción de buscar un nuevo hogar que crearan entre los dos.Simplemente se adaptó al espacio, colocó sus pocos objetos personales y se hizo un lugar como había hecho en la vida de Mónica.
Dos semanas después de la boda se reincorporaron al trabajo como si nada hubiera sucedido. Mónica fingía una alegría propia de las recién casadas, y Rafael estaba realmente contento ante su nuevo estatus.Estaba con la mujer a la que tanto amaba y su suegro iba a hacerle crecer dentro de la profesión.No podía pedir nada más, pero a los pocos meses llegó lo inesperado: Monica estaba embarazada.El día que Mónica descubrió que esperaba un bebé de su marido, se pasó horas llorando y vomitando, y no precisamente por ningún síntoma del embarazo.Se planteó no decir nada y tomar medidas por su cuenta, pero al final su miedo pudo más que su instinto y decidió compartirlo con Rafael.Él se alegró tanto que incluso Monica pensó que era la mejor de las noticias.
Sus padres organizaron una gran fiesta para celebrarlo y ella se dejó llevar de nuevo y aceptó los regalos y felicitaciones con la sonrisa de las mejores actrices.
Nueves meses después llegó la preciosa Alexa, y por primera vez en mucho tiempo Monica se sintió feliz.De repente el mundo le pareció más hermoso y se castigó en silencio por haberse planteado no tenerla. Mónica se volcó en la niña, no tenía ninguna prisa por volver al trabajo porque la hacía sentirse realizada de un modo desconocido hasta entonces y no quería poner fin a esa sensación. Rafael estaba pletórico, y cada día les enseñaba a sus compañeros nuevas fotos de su hija. Mónica valoraba los esfuerzos de su marido, pero la única persona capaz de hacerla sonreír era Alexa, que nació con la mirada de quien sabe más de lo que le corresponde por su edad.Con su hija podía mostrarse como era, no necesitaba fingir ni aparentar nada.Cuando estaban a solas, Monica le abría su corazón y le contaba sus mejores recuerdos, como la Navidad que compartió con Vanesa.

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