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Los días siguientes a la Navidad, Monica y Vanesa convivieron con la comodidad de quien se conoce desde hace tiempo.Preparaban el desayuno, se arreglaban juntas en el baño de Monica, salían a pasear o a hacer la compra, cocinaban, veían alguna película en el gran televisor junto a la chimenea, leían en silencio o charlaban de sus cosas mientras tomaban una cerveza o una copa de vino y, por supuesto, disfrutaban de una pasión que no hacía más que crecer.
Sin darse cuenta llegó la noche de Fin de Año y, aunque Vanesa tenía que ir a trabajar, llamó fingiendo un enorme catarro porque lo único que deseaba era pasarla con Monica.
Para agradecerle el detalle y a modo de sorpresa, Monica hizo una reserva en un hotel de la ciudad. Había pensado otros destinos, pero no quería que tuvieran que desplazarse para no perder ni uno solo de los minutos que podrían compartir antes de que sus padres regresaran de vacaciones al día siguiente. Tras pasar por recepción y con un equipaje muy ligero, entraron en la lujosa habitación donde las esperaba una botella del mejor cava obsequio de la casa. Contentas ante la visión del nuevo espacio, dejaron sus cosas y se quedaron ensimismadas frente a los enormes ventanales que daban a un mar que lucía un azul intenso.
Cogidas de la mano, disfrutaron del paisaje sabiendo que esa noche era para ellas, como lo había sido cada instante desde que abandonaron el singular para convertirse en plural.
Al ver que el baño era tan impresionante, sin intercambiar más que una sonrisa se desnudaron, dejando la ropa por el suelo, y se metieron abrazadas en la bañera.Cuando tiempo después la temperatura del agua resultó ser ya demasiado fría, se enfundaron en sendos albornoces y llamaron al servicio de habitaciones para que les subieran la comida.Pidieron sushi, uno de los platos favoritos de ambas, y esperaron en la cama disfrutando del silencio y de sus caricias hasta que llamaron a la puerta.El camarero dejó la bandeja sobre la mesita con unas vistas espectaculares.Se sentaron a saborear cada uno de los bocados con una sensación de felicidad que ninguna de las dos hubiera podido describir con palabras. Hablaron y rieron, comieron y se besaron, compartieron secretos íntimos y se contaron también anécdotas vividas antes de conocerse, y tras la comida decidieron hacer la siesta para estar despejadas y descansadas por la noche.Los últimos días apenas habían dormido, así que no tardaron en caer rendidas.
Al despertar ya había oscurecido.La única luz que entraba en la habitación era la de una ciudad que se preparaba para una velada especial. Vanesa sacó las velas que había metido en su bolsa de mano e iluminó con ellas la estancia y, aunque el restaurante del hotel había organizado una gran cena para celebrar la llegada del año nuevo, prefirieron recibirlo en la intimidad.
Se arreglaron la una para la otra pensando en seducirse mutuamente y encargaron marisco y uvas para cenar. Después pusieron una seductora música de fondo y Vanesa invitó a Mónica a bailar, algo a lo que no se pudo resistir.Sus cuerpos se dejaron guiar por cada nota sin poder quitarse las manos de encima, sin dejar de besarse.Jugaron a provocarse haciendo esfuerzos para no sucumbir a la tentación de meterse en la cama antes de lo previsto.La cena fue de lo más silenciosa, no por falta de temas de los que hablar, sino porque con sus ojos eran capaces de decirse lo que sentían.Al acercarse las doce de la noche encendieron el televisor para ver las campanadas y prepararon las uvas como dos niñas impacientes.Segundos antes de que empezara el nuevo año, Mónica se acercó a Vanesa y la besó con fuerza.—Te querré siempre —le dijo.
—Te querré siempre —respondió Vanesa sincera.
En ese preciso instante empezó la cuenta atrás.Comieron las uvas entre risas intentando tragar al ritmo marcado por el reloj.Lo consiguieron a medias, y al estrenar enero tardaron unos instantes en vaciar sus bocas.
—Feliz Año Nuevo, mi amor —se dijeron a la vez.Y se besaron sujetándose muy fuerte, para no perderse.
Esa noche hicieron el amor incansables, insaciables.Al poco de recuperarse necesitaban volver a sentirse, y eso las hizo llegar al placer más absoluto en varias ocasiones.Nada conseguía calmar el hambre que tenían la una de la otra.Cada uno de sus encuentros supuso un nuevo descubrimiento para ambas.Al amanecer se quedaron dormidas, exhaustas y abrazadas entre las sábanas que habían sido el único testigo de ese amor secreto.
Despertaron con el tiempo justo para darse una ducha rápida y dejar la habitación a la hora marcada por el hotel.Las prisas las ayudaron a no pensar en tener que abandonar ese pequeño paraíso, a no pensar en tener que separarse para volver a una rutina en la que deberían ingeniárselas para poder estar de nuevo a solas.
Al salir a la calle se dejaron bañar por los primeros rayos de sol del año y se acercaron un momento a la playa, donde pasearon descalzas por la orilla cogidas de la mano ajenas a todo.El agua estaba helada, pero eso las hizo sentirse más vivas que nunca.Después subieron a la moto de Vanesa y decidieron ir a comer juntas antes de tener que despedirse. Monica debía regresar a casa sola porque, a primera hora de la tarde, según le habían dicho en un escueto mensaje, llegaban sus padres y no estaba preparada para soltar el bombazo de su nueva relación. Vanesa era consciente de ello y no quiso presionarla en ese sentido.Comprendía que para Monica todo era nuevo, que todavía lo estaba asimilando; que había hecho un enorme esfuerzo por dejarse llevar en todos los aspectos. Comieron con el apetito de quien lo ha dado todo pero con la tristeza de no poder permanecer en su burbuja de felicidad.Para la ocasión eligieron de nuevo un restaurante junto al mar, el símbolo de las posibilidades infinitas, y compartieron un arroz caldoso que las ayudó a recuperar energías.Tras un café que intentaron alargar tanto como les fue posible, llegó el momento menos deseado.Ana se subió a su moto prometiéndole que la llamaría por la noche, y Monica cogió un taxi para reencontrarse con sus padres.Ninguna miró atrás al despedirse:hubiera sido demasiado doloroso.
Llegando a la puerta de su casa, Mónica sintió un pinchazo en el corazón cuando supo que de nuevo tenía que interpretar el papel de la hija perfecta.Hubiera querido poder pasar un tiempo a solas para revivir las últimas horas en la intimidad de su habitación, pero al cruzar el umbral se encontró con sus padres, que justo en ese momento dejaban las maletas.Como ella, acababan de llegar de su viaje, un viaje que seguro que no superaba el que ella había hecho los últimos días junto a Vanesa sin necesitar coger un avión.Su madre la abrazó con una efusividad forzada, posiblemente porque en el fondo se sentía culpable por haberla dejado sola en unas fechas tan señaladas.Su padre simplemente le preguntó de dónde venía, y Monica respondió con rápidos reflejos que había pasado la noche en casa de unas compañeras de la facultad que habían organizado una fiesta de Fin de Año.La explicación les resultó lo suficientemente convincente como para no hacerle más preguntas.
Monica se quedó helada al darse cuenta de que con la emoción del momento habían olvidado retirar los adornos navideños, y al ver que su madre los estaba analizando se anticipó a cualquier comentario diciendo que le había apetecido hacer algo diferente que le recordara la belleza de las fiestas.Tras un silencio incómodo, sus padres decidieron compensar su ausencia de los últimos días dándole un montón de regalos que le habían comprado en las tiendas del aeropuerto.En esta ocasión, la obsequiaron con un caro perfume, un pañuelo de seda y una agenda electrónica de alta gama que olvidaron que era la misma que le regalaron por su cumpleaños pocos meses antes. Mónica fingió agradecimiento y les dijo que se iba a descansar un rato antes de la cena porque la noche había sido larga.Por lo menos en eso no tuvo que mentir. Ya en su habitación, lo primero que hizo al tumbarse en la cama fue mandarle un mensaje a Vanesa.

Te echo de menos.

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