El ultimátum de los padres de Monica fue claro:o se olvidaba de Vanesa o renunciaba a ellos.Intentó que entraran en razón, hacerles ver que su amor era sincero y que no había nada malo en querer a una mujer pero, a pesar de sus llantos y sus gritos desesperados, ellos mantuvieron su postura y le mostraron la puerta amenazantes.
De haber sido valiente hubiera apostado por Vanesa, la mujer a la que amaba con locura, pero optó por lo seguro porque en ese momento no era capaz de arriesgar todo aquello por lo que había luchado durante tantos años.Y aun sabiendo que se arrepentiría de por vida, cuando finalmente pudo excusarse y esconderse en su habitación, escribió a Vanesa.*Lo siento.Te quiero más de lo que puedo expresar con palabras pero tengo que decirte adiós.Sé que me odiarás por esto pero es lo que debo hacer.Por favor, no intentes contactar conmigo.Te querré siempre.*
Tras mandar el mensaje, Mónica rompió en un llanto que parecía arrancarle la vida.De repente no tenía lo que más amaba y sabía que le estaba causando a Vanesa un dolor del que no era merecedora.Podía visualizar cómo le había roto el corazón, pero tenía demasiado miedo para dar marcha atrás.
Esa noche no durmió ni un segundo fantaseando con un mundo en el que se había enfrentado a sus padres.Pero la realidad era otra, y acababa de apartar de su lado a la única persona que una vez le preguntó si era feliz. Vanesa no llegó a responder a su mensaje, y Mónica interpretó su silencio como un gesto más de su amor por ella, sabiendo que, aunque posiblemente se planteó intentar convencerla, no le dijo nada para respetarla.Eso la hizo llorar más profundamente, sintiéndose egoísta y despreciable por haberla abandonado y porque desde el silencio Vanesa aceptaba una decisión que les arruinaba la vida a las dos.
Al día siguiente Mónica permaneció en la cama sin poder dormir, comer o ni siquiera levantarse.No le importó lo que sus padres podían estar pensando, porque al fin y al cabo tenían lo que habían pedido y los odiaba por eso.Su madre se acercó a su puerta al mediodía pero Monica la echó gritándole que la dejara tranquila, que una vez más habían conseguido hacerla infeliz.
Mónica pasó el resto de la bendita Semana Santa en su habitación evitando cualquier contacto con sus padres y, cuando a media noche sabía que ellos ya se habían acostado, bajaba a la cocina y se preparaba una infusión, lo único que era capaz de ingerir.Después volvía a su cuarto y se tiraba en la cama sin llegar a ducharse para no borrar el recuerdo de Vanesa de su cuerpo.Muchas veces deseó mandarle un mensaje o llamarla, decirle que había cambiado de opinión y que la esperara en su casa, pero la amenaza de sus padres pesaba tanto como sus miedos.
Sin darse cuenta llegó la hora de volver a la facultad, y no tuvo más remedio que prepararse para retomar unas clases que le provocaban un rechazo absoluto.Rosa se reincorporó al trabajo y la cuidó sin llegar a preguntarle el motivo de su tristeza, pero había tal conexión entre ellas que Mónica sabía que podía sentir su dolor como si fuera propio.Cumplía con sus horarios sin cuestionarse nada, y frenó cualquier impulso de ir a la biblioteca que tantos recuerdos le traía.Al finalizar cada jornada volvía a casa, estudiaba y cenaba con sus padres en el más absoluto de los silencios.A esas alturas eran conscientes de que su hija había tomado la decisión que ellos consideraban acertada, pero Monica cada día tenía más claro que había elegido el peor de los caminos.Con el paso de las semanas, Mónica perdió mucho peso y empezó a tener fuertes ataques de ansiedad que le impedían seguir estudiando con normalidad.A veces se ocultaba en el baño de la facultad y conseguía calmarse antes de volver a clase, pero en otras ocasiones el sudor frío, la taquicardia y la falta de aire la obligaban a refugiarse en su coche hasta que lograba tranquilizarse.A su madre le empezó a preocupar —por lo menos de eso sí que se dio cuenta— ver que su hija cada vez parecía más ausente, que estaba muy desmejorada y que llegaba antes de la hora prevista, así que le concertó una cita con un psicólogo que le recomendaron unos amigos.Aunque Mónica rechazaba someterse a terapia y sabía los motivos de su ansiedad, aceptó ir porque los ataques eran cada vez más seguidos e intensos y temía perder la cabeza.
En su primer encuentro con el psicólogo, un hombre mayor con una imagen tan antigua como la decoración de su despacho, Mónica casi no habló porque no le despertó la más mínima confianza.Escuchó atenta sus teorías mientras analizaba los libros de sus estanterías y los títulos que colgaban de las paredes, y después fue a ver al psiquiatra de la misma consulta, que le recetó unas pastillas que supuestamente aliviarían sus síntomas.
Mónica siguió con sus clases tomando apuntes de temas que no le interesaban en absoluto y, al notar la más mínima reacción en su cuerpo, recurría a su pastillero esperando el milagro.Una vez por semana regresaba a la consulta del psicólogo sin demasiadas ganas, pero cuando ese desconocido intentó convencerla no muy sutilmente de que lo que había vivido con Vanesa no era lo normal y que podía ayudarla a corregir ciertos instintos, Mónica se negó a volver.
Para evitar tener que darles explicaciones a sus padres, Mónica fingió estar «curada» y sentirse mejor gracias a la terapia.Por lo menos así la dejaron tranquila sufriendo en silencio un dolor que no podía compartir con nadie.
Pasaron los meses, los cursos, y Mónica logró sacarse la carrera de Derecho con muy buenas notas.Al fin y al cabo era una chica inteligente y lo único que había hecho durante todo ese tiempo era estudiar, refugiarse en su cuarto evitando al máximo el contacto con sus padres y esquivar la ansiedad con una medicación que a veces la dejaba aturdida, pero nunca olvidó que sus logros eran el resultado de sus renuncias.
Cuando se licenció, su padre organizó una gran fiesta en su honor y, aunque Mónica hubiera preferido ausentarse, hacía demasiado tiempo que vivía con el piloto automático activado.Brindó con falsos amigos y con los pocos familiares que tenían y aceptó regalos que no compensaban su infelicidad.
Al día siguiente de la gran celebración, su padre la citó en su despacho y le propuso orgulloso que se incorporara a su bufete como reconocimiento a su gran esfuerzo, pero Monica le dijo que prefería irse al extranjero para hacer un máster y perfeccionar su inglés.En realidad, lo único que quería era alejarse de ellos, perderlos de vista y vivir en un estado de semilibertad antes de volver a someterse a unas exigencias que la estaban ahogando, pero fue lo suficientemente astuta como para saber venderlo bien.
A su padre le pareció una gran idea y no tardó en matricularla en una de las más prestigiosas universidades privadas de Londres para que mejorara un currículum del que a la larga se iba a beneficiar. Mónica preparó un par de maletas con sus pertenencias y viajó a la gran capital británica con el alivio de saber que durante dos años no vería a sus padres a menos que decidieran visitarla, cosa que no deseaba y que tampoco parecía demasiado probable.
Al poco de aterrizar, se instaló en el piso que le habían alquilado en el centro de Londres y allí empezó una nueva etapa de su vida.Pero para Mónica no era del todo nueva porque había un elemento de continuidad, algo que la retenía en el pasado: Vanesa.Hacía casi tres años que no sabía de ella, y en todo ese tiempo no se la había quitado de la cabeza.No había salido con nadie ni había mostrado el menor interés cuando alguno de sus compañeros de promoción había intentado seducirla porque, a pesar de su terrible decisión, su corazón seguía estando ocupado.Desde el día en el que le mandó el durísimo mensaje del que tanto se arrepentía, Vanesa no volvió a ponerse en contacto con ella, pero eso no impidió que no dejara de recordarla y de revivir cada uno de sus encuentros.
Mónica se adaptó enseguida a la vida londinense y al finalizar sus clases pasaba por el apartamento a dejar los libros y salía a recorrer la ciudad.Sus padres solían llamarla una vez por semana, no más, para saber de sus avances en el máster y para asegurarse de que sus necesidades estaban cubiertas, y en cada una de las llamadas Mónica fingía estar perfectamente.Pero lo cierto era que al llegar la noche se metía en la cama y lloraba al sentirse atrapada por una soledad que la ahogaba.En más de una ocasión se planteó renunciar a todo e intentar localizar a Vanesa, pero el vértigo hacia lo desconocido la superó y siguió cumpliendo con lo que se esperaba de ella.Pasó el primer año como pudo y, ocultando su dolor, superó cada uno de los exámenes con nota.Era una de las mejores de la promoción y el idioma no le suponía ningún problema porque lo hablaba a la perfección, pero ni los halagos de sus profesores le hicieron sentir que encajara en ese mundo.
Al llegar el verano prefirió no volver a España porque la idea de convivir de nuevo con sus padres le provocaba el mayor de los rechazos, así que les dijo que iba a aprovechar las vacaciones para seguir estudiando y se quedó en la ciudad.Asistió a varios seminarios e hizo alguna escapada en solitario para descubrir pueblecitos cercanos, pero la mayor parte del tiempo lo pasó encerrada en su apartamento recordando a Vanesa.Para mitigar el dolor, a veces le escribía cartas que luego quemaba, y por lo menos de ese modo sentía que había podido expresarle todo lo que sentía por ella.A menudo imaginaba qué habría sido de Vanesa, si terminó la carrera de Bellas Artes, si seguía en Barcelona, si la habría perdonado, si estaba con alguien...pero esto último era demasiado doloroso, así que intentaba revivir el tiempo compartido y soñar que, como ella, Vanesa seguía deseando volver a verla.
Pasadas unas semanas, Mónica se reincorporó al máster con la única idea de superar el último curso antes de ser esclava de su propio padre.Estaba convencida de que le pagaría un buen sueldo cuando trabajara para él, y ya le habían prometido que al regresar a Madrid compensaría su esfuerzo regalándole un piso, pero eso solo la hacía sentirse sucia por aceptar que la compraran.Y si no se enfrentó a ellos fue porque vivía como una sonámbula que deambulaba sin rumbo y prefería no juzgarse más para no caer en una depresión.
Con las clases volvió la rutina, y por lo menos el hecho de estar ocupada estudiando la ayudó a no pensar tanto.Al caer la noche todo le resultaba mucho más duro, pero acabó acostumbrándose al silencio y a la soledad.
Un sábado de principios de otoño aprovechó que la lluvia constante parecía tomarse un respiro para salir a pasear por el barrio de Notting Hill, donde tantas horas había perdido recorriendo sus calles.Al pasar por una pequeña galería de arte en la que se exponían obras de artistas internacionales, entró movida por un impulso repentino.Gracias al recuerdo de Vanesa se había hecho una gran amante del arte contemporáneo y le gustaba visitar exposiciones para estar al día.Recorrió cada una de las paredes observando las obras hasta que una de ellas le removió las entrañas.Enseguida reconoció los trazos y, al leer el nombre de la autora, confirmó sus sospechas:era un cuadro de Vanesa.Se giró deprisa por si estaba allí, pero ella y el encargado de la galería eran los únicos presentes.El mundo empezó a darle vueltas al ver que Vanesa podía estar cerca, y cuando consiguió calmarse preguntó por la autora.El chico le dijo que era una española que vivía en Londres y que empezaba a despuntar gracias a sus atrevidos retratos, pero a pesar de las preguntas inquisitorias de Mónica no consiguió darle más información porque no sabía ni dónde vivía ni cuándo iba a aparecer por la galería. Mónica llegó a su apartamento con el cuadro de Vanesa, que había comprado sin dudarlo ni cuestionar su precio.Lo puso encima de su mesita de noche y se durmió analizando con detalle el retrato de un desconocido con el que Vanesa seguramente habría compartido largas charlas antes de plasmarlo en el lienzo.Al día siguiente volvió a la galería, pero de nuevo no había rastro de Vanesa. Mónica no se rindió y siguió presentándose en la galería cada tarde al terminar sus clases intentando coincidir con ella, como años atrás había hecho en la biblioteca.
A veces entraba y revisaba la obra de los otros artistas, pero en la mayoría de las ocasiones se sentaba en la cafetería de enfrente con la mirada clavada en la puerta de la galería esperando verla entrar.Si alguien se había dado cuenta de sus constantes visitas, pensaba Mónica, creería que era una acosadora o que estaba obsesionada con alguno de los cuadros, pero cuando uno está en una ciudad extranjera tiene menos miedo a ser juzgado, y por eso siguió presentándose allí una y otra vez.Pasaron varias semanas y solo faltó cuando tenía que entregar trabajos o preparar algún examen, porque era incapaz de tirar la toalla.
Al acercarse la Navidad sus padres le propusieron celebrar las fiestas juntos en Ibiza, pero Monica rechazó su oferta escudándose en sus estudios.Además, sabía que tampoco a ellos les apetecía especialmente verla y que se lo habían dicho para no sentirse mal por no elegir Londres como destino.
Esas fechas tan señaladas y cargadas de recuerdos fueron las más difíciles para Mónica, que decidió no hacer nada especial ni en Navidad ni en Fin de Año y se esforzó para que las luces y los adornos que decoraban las calles y los escaparates de las tiendas no la arrastraran a un estado de profunda tristeza.
A primeros de enero, habiendo ya retomado las clases, una tarde entró nuevamente en la galería, cuya obra se sabía de memoria, y saludó al encargado con esa extraña familiaridad que da coincidir con alguien a menudo.Para su sorpresa, había un nuevo cuadro ocupando el espacio vacío que quedó al comprar el de Vanesa, el que ahora reposaba en su mesita de noche.
Esbozos de «Tú».Así firmaba Vanesa una serie de láminas en las que había una sola protagonista: Mónica.Eran los mismos apuntes que Vanesa había hecho sin dejar de mirarla años atrás, y Mónica sintió un pinchazo en el alma al reconocerse.Se quedó inmóvil frente a los dibujos con un sentimiento mezcla de halago y nostalgia, y decidió comprarlos porque sabía que en el fondo le pertenecían, pero cuando se giró para notificárselo al encargado chocó de bruces con ella. Vanesa finalmente estaba allí.