Al ver a Vanesa en la galería londinense después de tanto tiempo, a Mónica se le heló la sangre.Era incapaz de decir nada e incluso se sintió tentada de salir corriendo y fingir que no se habían encontrado.Pero, tras una larga pausa, al fin reaccionó.
—Hola...—dijo sin poder pronunciar una sola palabra más.
—Hola —respondió Vanesa, todavía sorprendida.
—He visto tu obra —añadió Monica torpemente.
—Lo sé.Me han dicho que has venido a menudo —dijo Vanesa poniendo las cartas sobre la mesa.
Mónica bajó la mirada al sentirse descubierta, y fue entonces cuando la situación la superó y decidió salir de la galería sin decir nada.
—¿Eso es todo?¿Vas a volver a huir?—le dijo Vanesa enfadada al ir tras ella.
Y Mónica frenó sus pasos, quedándose allí de pie sin poder girarse, porque ni siquiera sabía la respuesta a sus preguntas.Podía comprender su enfado, pero no sabía cómo aliviarlo.
—Vine aquí huyendo de tu recuerdo, así que si no tienes nada que decir será mejor que te vayas y que no vuelvas nunca más —dijo Vanesa rotunda.
Mónica quería salir corriendo y negar haberla visto, pero lo que sentía por ella era demasiado fuerte para ocultarlo.Se quedó de pie recibiendo el impacto de cada una de sus palabras en la espalda, y cuando consideró que Vanesa había terminado con los reproches se giró despacio.
—Sé que te hice daño, que te rompí el corazón, pero si he venido a la galería casi a diario es porque soy incapaz de olvidarte.Puedes odiarme, pero no he dejado de pensar en ti —le dijo mirándola a los ojos sin saber si su confesión despertaría más la furia de Vanesa.
—¿Qué quieres, Mónica?—le preguntó molesta.
Tras unos instantes pensando la mejor respuesta, a Mónica solo se le ocurrió una.
—Ven a tomar un café conmigo —le pidió con miedo.
—¿Por qué debería hacerlo?—preguntó Vanesa sin darle tregua.
—Porque te lo pido de corazón —dijo Monica sincera, y por suerte eso hizo que Vanesa se calmara un poco.
La siguió observando desafiante, rabiosa, pero, ante la mirada indefensa de Mónica, Vanesa no pudo hacer otra cosa que aceptar.
—Si quieres espérame en esa cafetería —le dijo Vanesa señalando la misma en la que Mónica había pasado tantas tardes—.Yo iré enseguida, antes tengo que resolver algunas cosas en la galería —añadió con frialdad.
Aunque era demasiado temprano para tomar alcohol, al entrar en el local Monica se pidió una cerveza porque una infusión o un café no la hubieran ayudado a relajarse ante lo que la esperaba.Por suerte, el camarero no pareció juzgar su elección y, cuando le sirvió su bebida, Monica tomó dos tragos seguidos para calmarse un poco.No sabía cuánto tardaría en llegar y aprovechó para pensar qué le diría y cómo hacer que la perdonara, pero después de darle muchas vueltas supo que lo mejor que podía hacer era hablarle con franqueza, como siempre hizo con ella.
Aunque a Mónica le pareció una eternidad, Vanesa solo tardó un cuarto de hora en aparecer, el tiempo suficiente para que ella se hubiera terminado la cerveza. Vanesa se sentó a su lado, y con un gesto le indicó al camarero que les sirviera dos más.
—Aquí me tienes.¿Qué me querías decir?—le dijo sin darle tiempo a pensar.
—¿Cómo estás?—murmuró Mónica.
—¿En serio?—replicó Vanesa despechada y con ganas de irse.
—¡Espera!—se precipitó a decir Mónica mientras sujetaba su brazo.
Vanesa observó en los ojos de Mónica una súplica que la obligó a quedarse, y ella respiró aliviada y agradecida pero sabiendo que, si no decía nada, no la podría retener.
—Fui una cobarde, te dejé a pesar de ser lo mejor que me había pasado en la vida.Sé que te rompí el corazón, pero dudo que sufrieras tanto como he sufrido yo.No tengo excusa, me escudé en los deseos de mis padres para no apostar por los míos, y me he odiado por eso mucho más de lo que me habrás odiado por renunciar a ti.Si supieras cuánto lo siento...
—Nunca te he odiado —le dijo Vanesa tras una larga pausa—.No se puede odiar a quien amas como yo te amé —añadió sin poder mirarla.
—Pues yo sí, me he odiado a diario por no haberme enfrentado a mis padres.Estoy en Londres porque necesitaba estar sola, y me apunté a un máster para alejarme de ellos.Nunca les he perdonado que me obligaran a dejarte, pero como te digo fui una cobarde y opté por el camino aparentemente más fácil.
Ahora sé que fue la peor elección posible —le confesó Monica con absoluta sinceridad.
Vanesa se cubrió la cara con las manos intentando aclarar las ideas.Quería irse y olvidarse de Mónica y de sus excusas, pero reconocía su honestidad y había algo en ella que la retenía allí a pesar del dolor que sentía en su presencia.
Mónica observó cada uno de sus movimientos consciente de que estaba a un paso de salir corriendo.La conocía muy bien por muchos años que hubieran pasado, pero no sabía qué hacer para convencerla de que se quedara.
— Vanesa...mírame...—le pidió casi implorando—.Me conoces mejor que nadie y sabes leerme a la perfección.Mírame a los ojos y dime que no sientes nada por mí.Porque podría decirte muchas cosas y justificarme una vez más, pero si apartas tu rabia verás que te sigo queriendo...
Vanesa tenía muchas cosas en la cabeza, en ella resonaban las horas que pasó llorando por Mónica, lo rechazada que se sintió y lo que le costó volver a retomar su vida.Pero al mirarla de nuevo se sintió hechizada por ella y, al ver sus manos temblorosas, no pudo reprimir el instinto de sujetarlas.Sabía que una vez más estaba perdida.
Sin soltarle las manos, la observó de reojo intentando tomar alguna decisión.Podía huir y no mirar atrás o creer lo que le estaba diciendo y darle la oportunidad que ella nunca tuvo y por la que en el fondo nunca luchó.En ese momento se sintió culpable por no haber insistido, por aceptar el mensaje en el que Mónica le dijo que la dejaba y no intentar convencerla de lo contrario.Y seguramente fue esa sensación de culpa la que la retuvo allí, junto a una Monica completamente rota.
Sin decirle nada, se bebió su cerveza y pidió otra ronda para las dos porque sabía que la iban a necesitar.
Mientras esperaban al camarero fueron incapaces de hablar o mirarse. Vanesa intentaba decidir qué hacer y Mónica repasaba cada una de las palabras que le había dicho y que ahora se le antojaban inútiles.
Cuando llegaron las cervezas, Vanesa cerró los ojos, cogió aire y por fin se sintió capaz de perdonar algo de lo que sabía que Mónica en el fondo no era responsable.
—Por los reencuentros —propuso Vanesa mirándola a los ojos a modo de tregua.
—Por ti —respondió Mónica brindando con ella.
—Me hiciste mucho daño —dijo Vanesa con la voz rota.
—Lo sé...y lo siento —respondió Monica sujetándole las manos.
Entonces se miraron y el dolor quedó muy lejos:lo único que importaba era que finalmente se habían reencontrado.De no ser capaces de olvidar, de nuevo ganaría el mismo miedo que en su día las apartó. Vanesa empezó a aflojar la tensión de sus manos y a aceptar las caricias de Mónica, que no dejaba de mirarla intensamente.Enlazaron los dedos en silencio, bajo la mesa, no por vergüenza sino porque querían que fuese un gesto íntimo.La ternura en sus ojos hablaba por ellas, y cualquier extraño que las viera imaginaría que eran amantes.Por lo menos lo habían sido y ahora todo volvía a ser posible, pero las dos estaban asimilando lo que sentían y prefirieron no hablar más.
El camarero se acercó pasado un rato con semblante serio, tal vez molesto porque llevaban tiempo sin consumir y ocupaban una de las mejores mesas, y Vanesa propuso ir a dar un paseo.
Al salir del bar, Monica se agarró del brazo de Vanesa y se dejó guiar por los rincones de unas calles que la artista conocía mejor que ella.Esa familiaridad la hizo sentirse bien, en casa a pesar de estar a kilómetros de distancia del que nunca consideró su hogar.Dicen que el hogar es donde dejas el sombrero, pero para Mónica eran los brazos de Vanesa, y por fin estaba allí.Charlaron mientras miraban escaparates y edificios singulares con pequeñas puertas de los colores más vivos. Mónica le contó brevemente, porque tampoco le apetecía recrearse en los detalles, que, tal y como le había dicho antes, al terminar la carrera se apuntó al máster para poder estar sola antes de incorporarse al bufete de su padre. Vanesa no la juzgó ni valoró sus decisiones, pero se sorprendió al saber que había sido capaz de ser libre aunque fuera algo temporal. Mónica también le confesó que en los últimos años no había tenido pareja porque, aunque se sintió indefensa al decirlo, le pareció justo hacerle saber que nadie había ocupado su corazón desde que la abandonó. Vanesa le contó que consiguió una beca y terminó la carrera en Londres, donde se instaló huyendo de ella.Al licenciarse se buscó la vida, y no le iba mal del todo porque su obra gustaba a los descubridores de nuevos talentos.Sin pretender hacerle daño le dijo que cuando la dejó pasó una temporada muy mala y y bebió y salió para olvidar, para olvidarla.Estuvo con varias chicas cuyos nombres no recordaba debido al estado de embriaguez en el que las conoció, pero con eso intentó no pensar en ella.Aunque no lo consiguió. Mónica aguantó estoicamente las explicaciones imaginando a Vanesa con otras en un sinfín de imágenes que se agolparon en su cabeza y le cerraron el estómago. Vanesa pudo sentir la tensión en el brazo de Mónica y decidió cambiar de tema.Le habló de su pequeño apartamento y descubrieron que vivían a pocas calles de distancia y que, de no haberse encontrado en la galería, podrían haberse cruzado por sorpresa en el momento más inesperado.
Era la hora de comer y Vanesa sugirió ir a un restaurante cerca de su casa que sabía que le gustaría, así que cogieron el metro y bajaron en la parada que tan bien conocían las dos.De repente el barrio era más bonito y especial para Mónica, que alquiló su apartamento tras verlo en internet porque, aunque era muy pequeño para el alto precio que pedían, estaba muy cerca del centro y eso le permitiría ir a muchos sitios a pie.De nuevo se agarró al brazo de Vanesa y dejó que la llevara al lugar del que tan bien le había hablado
Al llegar a la puerta, Vanesa dejó pasar primero a Mónica y al entrar saludó a la propietaria, una mujer robusta de pelo corto que parecía conocerla.Era un local pequeño y acogedor y Vanesa eligió una mesa junto a la gran ventana que daba a la calle.Se sentaron la una frente a la otra, nerviosas pero sonrientes, con la sensación de que el tiempo no había pasado para ellas. Vanesa le recomendó que dejaran que la dueña les sirviera lo que quisiera, porque estaba convencida de que a Mónica le iba a encantar todo.La especialidad de la casa era la comida de fusión, platos ligeros de distintos lugares del mundo para picotear y así poder degustar varios sabores. Mónica no tenía mucho apetito, pero cuando llegó la comida empezó a picar y poco a poco consiguió relajarse.Tzatziki, un tartar de atún, fideos chinos con verduras y unas brochetas de pollo a la menta fueron los platos de su menú de reencuentro y, aunque no pudieron terminárselo todo, disfrutaron y charlaron evitando reproches o recuerdos dolorosos.
Cuando les limpiaron la mesa volvieron las miradas de complicidad y el silencio. Mónica alargó su mano para coger la de Vanesa, que se dejó acariciar y sintió cómo los muros que había levantado tiempo atrás para protegerse de ella se iban derrumbando.Entonces Vanesa acercó la mano de Mónica a su cara, buscando una caricia y oliendo el perfume que tanto había echado de menos.No sabía la marca pero era su olor, y cuando alguna vez se había cruzado con alguien que usaba el mismo se había sentido enormemente removida.Acercó su nariz a la muñeca de Mónica y, tras olerla con los ojos cerrados, le besó la palma de la mano con dulzura.—Cómo he echado de menos tu olor —le dijo todavía inspirando su aroma.
A Mónica se le aceleró el corazón y acercó la mano de Vanesa a sus labios para devolverle un beso que hubiera preferido darle en la boca.Se lo pensó unos instantes y, consciente de que no podía dejar escapar el momento, alargó su mano por debajo de la mesa y acarició la pierna de Vanesa, que, sorprendida, sonrió e inclinó la cabeza indicando que comprendía lo que estaba buscando. Vanesa se dejó seducir y Mónica aceptó el reto, así que siguió acariciándola despacio hasta donde su mano logró alcanzar. Mónica la miró a los ojos durante un buen rato sin dejar de recorrer su pierna, y entonces abrió ligeramente la boca y pasó el dedo índice de la otra mano por encima de su labio inferior sin dejar de observar a Vanesa, que intentó mantener la compostura para no ponérselo fácil, aunque empezó a sentir un leve calor en su interior.Todavía mirándola, Mónica entreabrió un poco más la boca y se chupó muy sutilmente —de modo que ninguno de los presentes pudiera darse cuenta— la punta del dedo y eso hizo que Vanesa cerrara por un momento los ojos al notar cómo se le aceleraba el pulso. Mónica la siguió acariciando por debajo de la mesa y jugó seductoramente con su dedo y sus labios, y cuando Vanesa ya no pudo más la cogió decidida de la mano, la ayudó a levantarse y le indicó que cogiera sus cosas. Vanesa le dijo a la dueña que ya pasarían cuentas en otro momento y salió del restaurante a toda prisa sin soltar a Mónica.
Durante el camino, Vanesa decidió no mirarla porque de hacerlo no hubiera podido dar un paso más sin besarla.Por suerte vivía cerca, así que en dos minutos estaban frente a la puerta de su edificio.
Vanesa marcó el código de seguridad requerido para poder acceder al portal y, tras dejar pasar a Mónica, entró pegada a su cuerpo.Cuando escuchó el sonido de la puerta al cerrarse, Vanesa cogió a Mónica por la cintura y la empujó contra la pared.La miró un segundo mordiéndose los labios y se lanzó a sus brazos para besarla con toda la pasión reprimida. Mónica le devolvió el beso con la misma fuerza y se comieron la una a la otra al mismo tiempo que recorrían sus cuerpos con las manos, apurando cada curva y casi pellizcándose para asegurarse de que realmente estaban juntas.Necesitaban sentirse sin miedo a cruzarse con algún vecino, así que Vanesa guio a Mónica por los dos tramos de las estrechas escaleras que llevaban a su piso, sin poder evitar detenerse a cada pocos peldaños para besarse y abrazarse ansiosas.Al llegar a su apartamento, Vanesa buscó las llaves en el bolso mientras Mónica le besaba el cuello por detrás y le acariciaba los pechos.Le costó encontrarlas al no poder concentrarse movida por las caricias de Mónica, pero cuando lo consiguió abrió deprisa, y esta vez entró la primera para enseguida estirar a Mónica por el brazo y hacerla pasar.Por fin estaban a solas, así que Vanesa se acercó y la empotró contra la puerta, que se cerró ante el contacto de su espalda. Vanesa la volvió a besar y no esperó ni un segundo para empezar a desnudarla.Le quitó la camiseta deprisa y la tiró al suelo, y después le subió el sujetador con la mano y le chupó los pechos impaciente. Mónica gimió ante cada lametazo y, mientras se dejaba llevar, le quitó también la camiseta y el sujetador.Siempre le encantaron los pechos de Vanesa, pero esta vez se le hicieron más apetecibles que nunca, así que, incorporándola de golpe, la apoyó ahora a ella contra la puerta para poder recorrer sus pezones con la lengua. Vanesa le sujetó la cabeza para acercar más la boca de Mónica a sus pechos y, cuando no pudo aguantar más, la acercó a su boca y la besó con locura sabiendo que había perdido los papeles como tantas otras veces tiempo atrás.Mientras la besaba le quitó el sujetador, le susurró que se desnudara del todo para ella, y Mónica se quitó la ropa a toda prisa mientras Vanesa hacía lo mismo.Cuando ya estaban completamente desnudas, la dirigió sin dejar de besarla y tocarla hacia una cama situada en un rincón del apartamento.Una vez allí, se dejaron caer sobre las sábanas y se besaron sin parar recorriendo sus cuerpos con las manos. Vanesa sintió de repente una imperiosa necesidad de hacerla suya, así que se levantó fugazmente de la cama ante la mirada de intriga de Mónica y regresó con un pañuelo de seda.En un tono serio pero tremendamente erótico, le pidió que juntara sus manos y las colocara sobre su cabeza; entonces se acercó despacio y, tras sentarse sobre el vientre de Mónica, la ató a uno de los barrotes del cabecero metálico.Apretó el nudo con fuerza para que no pudiera soltarse, pero le dejó un poco de espacio a fin de no hacerle daño.Aunque Mónica se sentía desprotegida, sabía que estaba en buenas manos; un escalofrío recorrió su cuerpo al ver a Vanesa sentada encima de ella atándola y sentir la humedad de su sexo en su abdomen.Cuando terminó con el nudo, Vanesa se apartó y salió de la cama para poder ver mejor la escena. Mónica sintió un ataque de timidez y dobló las rodillas inclinándose hacia un lado para cubrir su cuerpo tanto como pudo.
—No...Quédate como estabas, por favor —le pidió Vanesa mirándola con deseo.Querría pintarla en ese momento, pero sabía que esa imagen quedaría grabada en su memoria para siempre y necesitaba tocarla de nuevo, así que se acercó a los pies de la cama y la sujetó por los tobillos decidida.
—Separa las piernas para mí, para que pueda ver si estás mojada —le propuso casi pidiéndoselo.
Mónica, que seguía bailando entre la timidez y el deseo, acató las órdenes consciente de lo que su sexo iba a desvelar.
—Ufff...—dijo lamiéndose el labio superior—, estás hinchada y empapada, y no sabes lo mucho que me pone eso...—añadió alargando el momento.
—Cómeme, por favor, cómeme, Vanesa —le pidió Mónica, desesperada por sentir su lengua en su sexo.
Pero Vanesa se hizo esperar; no pretendía torturarla ni vengarse por los años que pasó deseando tenerla así de nuevo, sino prolongar un juego que le causaba una enorme excitación que también ella podía sentir entre sus piernas.Entonces se inclinó sobre los pies de Mónica y empezó a lamer sus tobillos, subiendo despacio por el interior de una de sus piernas.Al llegar a su sexo, alargó la punta de la lengua y lo rozó despacio de abajo arriba y después de arriba abajo sin casi tocarla. Mónica gimió del gusto y levantó la pelvis intentando acercarse más a su boca.Quiso mover las manos para cogerle la cabeza y hundírsela en su sexo, pero enseguida se dio cuenta de que estaba atada y que era Vanesa quien controlaba la situación. Vanesa empezó a bajar propuso casi pidiéndoselo. Mónica, que seguía bailando entre la timidez y el deseo, acató las órdenes consciente de lo que su sexo iba a desvelar.
Vanesa empezó a bajar por la misma pierna recorriendo su piel muy despacio con la lengua hasta llegar a su tobillo.Después cambió de pierna e hizo lo mismo en sentido ascendente y, al llegar a su sexo, lo volvió a rozar con la punta de la lengua, haciendo que Mónica gimiera ante el placer del contacto. Vanesa estaba muy excitada y quería llevar a Mónica al límite más absoluto, así que, muy despacio, empezó a mover la lengua en círculos siguiendo el ritmo que la respiración de Mónica le marcaba.Separó sus labios con los dedos para poder acceder a su clítoris mejor y lo chupó y lamió muy despacio. Mónica le puso las piernas sobre los hombros y las apretó para acercarle más la cabeza. Vanesa sonrió y la miró desafiante porque sabía lo que Mónica quería, aunque todavía no había llegado el momento de dárselo.Cuando los gemidos de Mónica empezaron a crecer, Vanesa fue disminuyendo el ritmo porque no quería que llegara al orgasmo. Mónica le suplicó que no parara; le dijo que estaba a punto de correrse, pero Vanesa tenía otros planes y la observó con picardía.Fue separando su lengua lentamente para que Mónica disfrutara del contacto hasta el último instante y después se levantó de nuevo para verla desde los pies de la cama. Mónica negó con la cabeza y se rio sabiendo que ese era un juego en el que ella no marcaba las reglas.
—Ven aquí —le dijo insinuante.
—¿Quieres que vaya?—respondió Vanesa en el mismo tono.
—Sí, tengo que decirte algo al oído.Ven —le susurró sugerente.
Aunque Vanesa estaba pensando en otra cosa, aceptó la propuesta y se acercó a ella gateando, dejando sus rodillas entre las piernas de Mónica, con las manos apoyadas bajo sus axilas.Acercó el oído a la boca de Mónica, que separó los labios fingiendo ir a decirle algo y jadeó mientras le lamía la oreja.Eso excitó tremendamente a Vanesa, que emitió un largo suspiro.Movida por unos jadeos que la volvían loca, la besó con la boca muy abierta. Mónica pudo sentir el sabor de su sexo en su lengua.Mientras la besaba, Vanesa acercó una de sus rodillas al sexo de Mónica y la empezó a mover despacio para recorrer con ella unos labios completamente abiertos y húmedos.Los gemidos de Mónica resonaban en todo el apartamento, y eso puso más caliente, si era posible, a Vanesa.No podía aguantar más, así que separó sus rodillas y se sentó sobre el vientre de Mónica, a la distancia justa para poderle coger los pechos.Apoyó su sexo mojado sobre su abdomen y, mientras recorría sus pezones con las yemas de los dedos, empezó a cabalgar despacio encima de ella. Mónica intentó una vez más librarse del pañuelo, soltar sus manos para poder tocarla, pero el nudo estaba hecho a conciencia y no tenía escapatoria. Vanesa fue acelerando sus movimientos y le cogió los pechos fuerte, juntándolos y comprobando lo duros que estaban sus pezones.
—Muévete así —le dijo Mónica mirando el cuerpo excitado de Vanesa, que a veces cerraba los ojos para sentirla mejor entre sus piernas—.Córrete para mí, Vanesa —añadió mirándola fijamente.
Vanesa, que estaba a punto de llegar al clímax, aumentó la velocidad de sus movimientos, cabalgando sobre ella sin soltarle los pechos.Las dos gemían ante un placer desbordante, y finalmente Vanesa llegó al orgasmo y se dejó caer sobre Monica, que la rodeó con sus piernas y la besó en la cabeza.
Permanecieron quietas un rato hasta que Vanesa pudo empezar a respirar con normalidad.El olor a sexo inundaba el ambiente, y eso las mantuvo a ambas en un constante estado de deseo. Vanesa recobró un poco las fuerzas; se fue incorporando despacio para besar a Mónica con suavidad, metiendo su lengua en su boca sugerentemente, y esta devolvió el beso con mucha ternura.Entonces Vanesa se puso de cuatro patas y muy lentamente, sin dejar de mirar a Mónica, fue retrocediendo hasta volver a situarse entre sus piernas.Se las separó despacio, notando cómo Mónica se estremecía ante el contacto de sus manos.Le acarició los muslos observando cómo cada roce le ponía la piel de gallina y volvió a hundir la cabeza en su sexo descubriendo que estaba más húmedo que antes.De nuevo alargó la lengua y empezó a recorrerla despacio para saborearla bien. Mónica respondió doblando las rodillas y gimiendo cada vez que la tocaba con su lengua.Para Vanesa era un sabor familiar, que, como tanto tiempo atrás, conseguía remover sus instintos más profundos.Conocía perfectamente los puntos más sensibles del sexo de Mónica, y se perdió en ellos con su boca consciente de lo mucho que estaba disfrutando.Le gustaba darle placer y saber cuánto la deseaba.Con la ayuda de los dedos de ambas manos le separó los labios y de nuevo chupó su clítoris con suavidad, pasando a veces la punta de la lengua en círculos. Mónica empezó a perder el control y los gemidos y jadeos fueron subiendo de intensidad. Vanesa sabía que iba a aguantar poco más, así que empezó a mover la lengua deprisa hasta que finalmente Mónica se corrió en su boca gritando de placer.
Vanesa se quedó un momento de rodillas mirándola:le pareció tan hermosa en ese instante... Mónica tenía una sonrisa dibujada en el rostro y los ojos cerrados. Vanesa se acercó despacio a ella y con mucho cuidado aflojó el pañuelo con el que le había atado las manos.Entonces Mónica la abrazó muy fuerte y Vanesa se tumbó encima de ella y la besó en los labios muy despacio.Sin darse cuenta, se quedaron dormidas en esa posición, plenamente felices.
Cuando despertaron, la habitación estaba a oscuras. Vanesa besó suavemente a Mónica y se levantó a encender algunas velas. Mónica, todavía medio dormida, la observó con los ojos entreabiertos disfrutando de la visión de una Vanesa desnuda solo para ella.
—Ven...—le dijo a media voz.
—¿Otro secreto?—respondió Vanesa divertida.
Mónica asintió con la cabeza y Vanesa se acercó despacio a la cama, se tumbó a su lado y la besó con mucha delicadeza.
—Te quiero —le dijo Mónica al oído.
Vanesa cerró los ojos saboreando esas palabras que tanto había anhelado oír.Después, acarició con dulzura la cara de Mónica, besó sus párpados y se acercó a su oído.
—Yo también te quiero.