Capítulo 2

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Mi juventud
Mi juventud es tuya
Tropezando sobre los cielos
Tomando sorbos de cascadas
Mi juventud
Mi juventud es tuya
Huyamos ahora y por siempre 
Mi juventud
Mi juventud es tuya
Una verdad tan fuerte que no puedes ignorar

La respiración de Porchay era irregular debido al gran esfuerzo, pero eso no lo detuvo de seguir corriendo. Una vez más había escapado de su nana, ya le era costumbre porque estaba realmente cansado de practicar en incontables repeticiones la etiqueta real. Con pesadez volteó su rostro solo para darse cuenta de que ya no había nadie siguiéndolo, disminuyó lentamente la velocidad de sus pasos y no pudo evitar soltar una pequeña carcajada. Le resultaba divertido hacer que su cuidadora perdiera la cabeza cada vez que huía de sus obligaciones, si eran así de aburridas ahora, no imaginaba como serían al crecer. 

Escuchó algunas risitas y por inercia se escondió detrás de un gran pilar, aún era bastante pequeño por lo que si no prestaban la debida atención no podrían notarlo. Sus ojos enfocaron la fuente de donde provenían las risas y una pequeña mueca se dibujó en sus labios. 

Con bastante frecuencia Porchay podía ver a los niños correr y jugar libremente por el palacio, al menos por los lugares donde la familia real no pasaba su tiempo, esto instalaba en su pecho un sutil sentimiento de envidia. Los hijos de los trabajadores que realizaban tareas dentro y en los alrededores del imponente castillo ciertamente tenían mucha más libertad que él y eso le molestaba un poco. Él también quería eso, deseaba divertirse y dejar los aburridos estudios por un rato, poder jugar con los demás como solía hacerlo cuando su madre aún vivía. 

Desde la muerte de Samorn hace algunos meses, en más de una ocasión surgió en sí el ligero pensamiento de ir a buscar a su hermana, la cual estaba seguro hubiera sido una buena opción para pasar el rato. Lamentablemente sabía que, como siempre, la pelinegra solo lo echaría fuera de su habitación con la misma excusa: "Tengo cosas que hacer Porchay, no molestes". A pesar de su tierna edad de siete años él no era tonto y notaba perfectamente que la actitud de su hermana mayor había cambiado desde que fue nombrado príncipe heredero. Recuerda con claridad que antes de que eso sucediera la princesa Anong solía jugar y comer dulces con él, extrañaba aquello, pero entendía muy bien que esos tiempos no volverían jamás.

La vida en palacio no era fácil, más aún con el saber público de que él y la primogénita no eran exactamente hijos de la misma madre, lo que había creado una brecha demasiado grande entre ellos. Las facciones políticas de la nobleza solían discutir con frecuencia, aunque no entendiera la mayoría de los temas que se trataban sabía que su hermana mayor y la emperatriz no estaban felices con la decisión de que él, quien era solo el hijo de una amante, ocupara el trono en un futuro por el solo hecho de ser varón. Una lágrima rebelde rodó por su mejilla al recordar a su querida madre y caer en cuenta de que, aunque quisiera, no podría salir corriendo a su encuentro nunca más. 

—¿Estás bien pequeño príncipe? —Una mano cálida y solo un poco más grande que la propia se posó en el hombro de Porchay asustándolo y haciéndolo saltar de su escondite. El niño se volteó rápidamente alejándose unos pasos de la voz y preparándose mentalmente para dar una excusa cuando sus ojos se quedaron fijos en el chico frente a él, nunca lo había visto antes, parecía ser unos cinco o seis años mayor. 

—¿Tú quién eres? —La pregunta apenas había sido un susurro, el príncipe incluso dudaba que el otro lo hubiera escuchado correctamente, sin embargo, para su sorpresa, una incipiente sonrisa se dibujó en los labios del mayor y Chay rápidamente sintió como sus mejillas comenzaban a arder. 

—Soy uno de los nuevos aprendices, mi nombre es Kim. —Solo al escuchar las claras palabras del contrario Porchay desvió la vista de su rostro y pudo notar que, en efecto, Kim llevaba puesto el traje morado que solían usar los nuevos postulantes al ingresar a cumplir labores en el palacio. —Entonces... ¿Está bien? ¿Puedo acompañarlo a algún lugar? —El aspirante a guardia procuraba utilizar el tono más suave posible, preocupado por la posibilidad de asustar a su alteza. 

Porchay rápidamente apartó sus ojos de Kim y negó furiosamente antes de responder. —No gracias, estoy bien y no necesito de tu ayuda... puedes irte. —No obstante, Kim no obedeció, no se fue de su lado y en su lugar siguió sonriendo, entonces, por extraño que parezca, el joven príncipe pudo sentir que quizás ya no estaría tan solo en el futuro. 

Los golpes en su puerta lograron que el heredero volviera a la realidad. No pasaba con frecuencia, pero a veces solía perderse en sus pensamientos y volver a los tiempos de su niñez cuando, si bien todo era complicado, vivía consciente de que no sería obligado a hacer nada que no quisiera, extrañaba esos días. 

—¿Puedo pasar? El baile está a punto de comenzar y necesitas estar abajo con todos los demás. —Kim le habló intentando que su voz sonara lo más serena posible, pero no se conocían desde hace años para que Porchay no supiera que algo le molestaba. 

—De verdad no tengo deseos de ir, ¿qué te parece si simplemente nos fugamos al pueblo o algo así? —el más joven trató con todas sus fuerzas que Kim no notara sus nervios, más por la expresión en el rostro del otro supo que había fallado irremediablemente. 

—No podemos hacer eso, a menos que desees que me cuelguen o algo así... Mira, sé que este baile no es lo que quieres, pero tienes que asistir y se nos está haciendo tarde. —Kim se acercó y le dio unas pequeñas palmaditas en la cabeza al menor como solía hacer cuando todavía era un niño, luego lo guió al salón principal en un cómodo silencio. 

El banquete se había desarrollado sin ningún contratiempo, claro que fue extremadamente aburrido, pero fuera de eso todo había estado, en líneas generales, tranquilo. Fue quizás cuando los invitados pasaron al salón de baile que Porchay no pudo contener para sí mismo su disgusto frente a los recién llegados, su prometida junto al padre y hermano mayor de esta se deslizaban al interior del recinto con aires presuntuosos. 

—Ven aquí Porchay, tenemos que saludar a los invitados de honor. —Al susodicho se le hizo difícil no rodar los ojos ante tal calificación, al instante su padre prácticamente lo había arrastrado hacia la familia real vecina y por mucho que se esforzara en guardar las apariencias la sonrisa que intentó darles se asemejó más a una mueca incómoda. 

—Sean bienvenidos, el salón muestra su verdadero resplandor ahora que la pequeña Nin ha llegado. —El comentario del rey Chakrii fue lo suficientemente bueno como para que los tres integrantes de la realeza sonrieran complacidos. —Porchay, ¿por qué no saludas adecuadamente? Discúlpenlo, probablemente se distrajo con la belleza de Nin. 

—Es un placer tenerlos aquí, espero que la velada sea de su agrado.
—Porchay dio una pequeña reverencia y trató de no mostrar su descontento con el comportamiento excesivo y exageradamente adulador de su padre. 

—Joven príncipe, has crecido bastante desde la última vez que te ví —comentó Khemkhaeng, el monarca extranjero, dándole al heredero una mirada de arriba a abajo— ¿Qué te parece si sacas a bailar a mi hija? Estoy seguro de que ella estará realmente complacida de ser tu acompañante. 

Los ojos de Porchay se dirigieron a la princesa quien apenas y se había movido del lado de su padre, estiró su mano para que ella pudiera tomarla.
—¿Me concedería este baile princesa Nin? Puedo garantizar que no soy tan malo. —La sonrisa en los labios de la chica fue más que suficiente para que los mayores que estaban alrededor de ellos estuvieran satisfechos y los alentaran a bailar. 

Decir que el resto de la celebración no fue una tortura para Porchay sería una completa mentira, estaba cansado tanto física como emocionalmente. Su prometida resultó ser bastante habladora y algo irritante si se lo preguntaban, incluso llegó a pensar que bailar toda la noche con Kim hubiera sido mil veces mejor. 

El príncipe no podía dejar de pensar en que el maldito de Kim se la había pasado toda la noche ignorando las súplicas silenciosas por ayuda que él le enviaba cada que sus ojos se conectaban. Cuando el baile estaba llegando a su fin Porchay no pudo hallar al guardia en rincón alguno del salón, lo que  ciertamente acrecentó su mal humor, él solo quería encontrar al mayor y quizás darle unos cuantos golpes por abandonarlo sin piedad.

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