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Diana.


Decir que estoy aturdida es poco, no puedo moverme mis ojos siguen observándolo, temiendo de que en algún momento desaparezca y entre un médico diciendo que he enloquecido.

Lo escaneo una y otra vez, le queda bien esa chaqueta de cuero, los mechones de cabello que caen sobre su frente dándole un toque despreocupado, veo sus botas negras que le lucen bien con esos pantalones negros.

Lamo mis labios que están secos y no se adonde se fue toda la saliva de mi boca.

—¿Qué haces aquí? —hablo por fin y mi voz sale más fría de lo que esperaba.

—Vine por ti, aunque lograste engañar a toda la arena a mi no.

Ruedo los ojos.

—Como puedes ver estoy perfectamente bien, ahora puedes irte.

Suspira e intenta tocar mi rostro, pero se detiene a medio camino.

—Necesitas salir de aquí sin ser vista y afuera está lleno de paparazis, así que tu única salida soy yo.

—¿Y cómo es que salir contigo no llamaría la atención?

—Porque tengo una salida planeada.

—Gracias, pero no gracias, Eric me ayudara con eso.

Una sonrisa pícara toma su rostro para después decir:

—Eric ya se fue, apetición mía.

Traidor.

En conclusión, estoy acorralada.

Suspiro, derrotada y me levando de la cama.

—Bien, te sigo, Meyer.

Se sorprende al escuchar que lo he llamado por su apellido, pero recompone su postura con una sonrisa de triunfo.

Se quita la chaqueta de cuero que traía puesta quedando con una playera negra debajo, revelando un nuevo tatuaje que cubre su brazo izquierdo.

—Ponte esto sobre la cabeza.

Obedezco y al hacerlo su fragancia invade mi olfato estrujándome el corazón, tentándome a cerrar los ojos para inhalarla mejor.

Lo sigo por el pasillo de urgencias donde siguen llegando personas heridas, salimos por una puerta alterna donde sorprendentemente no hay nadie esperándonos, solo una motocicleta negra.

Espera, ¿desde cuándo conduce una motocicleta?

—Tu plan tiene una falla, genio.

—¿Ah, sí?

—Si, en la moto llamaremos la atención.

—Confía en mí, cría, nadie nos vera —contesta tendiéndome su casco.

Sube y yo hago lo mismo, me sostengo de las agarraderas del asiento trasero y él mueve la cabeza en señal de negación.

—Tan caprichosa como siempre —murmura antes de arrancar.

Veo pasar la ciudad de Londres, siento el aire fresco sobre mi cuello y por un momento la tranquilidad me llena, junto al hombre que rompió mi corazón, irónico, ¿cierto?

Llegamos a mi departamento y entramos por la puerta de emergencia, sin que nadie nos vea o sospeche de que estamos aquí.

—Gracias por traerme, ahora puedes irte, Meyer —contesto deteniéndome frente a la puerta de mi departamento.

Paradies [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora