C A P Í T U L O 8

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Mis padres vinieron por la mañana en cuanto las visitas se abrieron. La doctora dijo que me quedaría hasta la mañana siguiente y eso me agradaba, lo malo fue reafirmar lo que ya sabíamos y lo que para todos eran buenas noticias, para mi era algo que no valía nada.

—Tu si que estas loca —Maite entró corriendo y me abrazó—. ¿Cómo se te ocurre gritarle a ese hombre? ¡Estaba armado!

—Mi mejor amiga estaba en peligro —reí.

—¿Y por lo mismo empujaste a Cinco por la bala?

—Sabes que haría lo que sea por los que quiero, ustedes tienen mucho por delante —sonreí.

—Estas demente —rió.

—¿Estás bien? —tome su mano.

—Si, descuida —sonreímos.

Maite se quedó conmigo hasta casi las cuatro de la tarde, la doctora hizo un chequeo de rutina y me llevaron esa comida de hospital que seguramente todos odiamos. Iba a empezar a comer cuando Cinco apareció delante de mi cama, tomó una silla y la puso junto a mi cama.

—Hola, gruñón —sonreí.

—¿Cómo estás?

—Estoy bien —miro mi brazo vendado por la herida de bala.

—¿Duele?

—No mucho —tomo mi mano y beso mis nudillos.

—Sentí que te perdía —lo mire con ternura—. TN, sobre lo de tu...

—¿Tu padre no te regaño? —le cambié el tema antes de que lo iniciará.

—No —bufo—. Estaba tan ocupado en sus negocios que ni siquiera se enteró que no estuve en la Academia.

Había logrado distraerlo y comenzamos a platicar de cualquier otra cosa mientras él me obligaba a comer lo que tenía delante, la comida era desabrida y lo único bueno, era la gelatina.

—¿Alguna vez has pensado en hacer algo más que ayudar a los demás? —pregunte.

—¿De qué hablas?

—Ya sabes, estudiar algo o dedicarte a otra cosa.

—Supongo que sí —murmuró, lo pensó un poco—. Es tonto.

—Vamos, dime —dudo un momento y después suspiro.

—Es absurdo, pero... Hay una escuela en París, todas las artes están ahí y... Me gusta pintar, sería un gran lugar para estudiar.

—¿Pintas? —asintió—. Yo no sabía eso —sonreí—, amaría ver lo que haces.

—Casi no lo hago, papá ama el arte, pero no para sus hijos.

—¿Por eso no te postulas? —asintió—. Pues yo digo que deberías hacerlo, eres hijo de Sir Reginald Hargreeves, seguro te darían una beca.

—No lo sé —se quedó en silencio—. ¿Qué hay de ti? ¿Qué quieres hacer al terminar la escuela?

—Pues tenemos algo en común, en París hay una gran escuela de fotografía —murmuré.

—No sabía que tomará fotos más allá de las del periódico.

—Solo Maite lo sabe y bueno, ahora tú —sonreí—. Me gusta mucho —me devolvió la sonrisa—. ¿Sabes? Deberías postularte a esa escuela porque sé que entrarías y yo podría alcanzarte un año después cuando entre a la de fotografía, ¿no sería genial?

—Lo sería, pero no me postularé, mis pinturas no son tan buenas —se encogió de hombros.

—No lo sabrás si no lo intentas —sonreí, mi doctora entró.

La fuerza del corazón || CHDonde viven las historias. Descúbrelo ahora