C A P Í T U L O 1 7

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Era un día de nieve, había nevado toda la noche, era el día perfecto para prácticamente cualquier niño. Veía por mí ventana a los hijos y nietos de mis vecinos correr por la calle lanzándose bolas de nieve o haciendo vagos intentos de fuertes y muñecos de nieve.

Es imposible no pensar en mi niñez, hacia lo mismo en días así, me quedaba en mi ventana a ver a los niños de mi edad jugar. Mai había adaptado su niñez a la mía, entre las dos, adaptamos los juegos a mi y aún que nos vimos reducidas en posibilidades, sin duda tuvimos una hermosa niñez.

Estuve el resto de la tarde de ayer en el hospital, no había pasado nada, pero los médicos me hicieron quedar, ahora me encontraba en pijama mirando a la ventana intentando ignorar las ganas de llorar por saber que nadie me dejara ir a París. Los médicos me lo prohibieron ayer cuando mis padres lo comentaron.

—Cariño, tienes visita.

Escuche la voz de mamá a través de la puerta al tiempo que está era abierta y los pasos de mamá se alejaban, tocaba el posible regaño de Maite.

—No necesito que lo digas, ¿bien? —abracé mis piernas aun viendo la calle—. No debí alterarme así, lo sé, solo… ¿puedes ignorarlo? Lo que ahora menos quiero es que me des un sermón Maite, eso ya lo hicieron mis padres, los médicos y la enfermera que me dio ese horror de gelatina, no necesito uno de mi mejor amiga.

—Siento decepcionarte entonces —mis ojos se abrieron en exceso—. Ya que no estoy en esa lista, podría darte un sermón.

Me puse de pie rápidamente viendo a Cinco delante de mi, sus mejillas y nariz estaban levemente rosadas por el frío, sonreía de lado mientras sus manos eran resguardadas en los bolsillos del short de su uniforme.

—¿Qué haces aquí? —cerré mis ojos negando—. Quiero decir… ¿Cómo sabias de esto? ¿O solo es coincidencia?

—Se que terminaste en el hospital ayer por la tarde y que saliste hoy a las cuatro de la mañana, hace un rato me encontré con Maite y me dijo.

—¿Como te la encontraste?

—Técnicamente fue a buscarme, tocó mi ventana, le abrí y solo dijo —aclaró su garganta—... Ve a verla, haz algo bueno y habla con ella —dijo imitando la voz de Maite, reí—. ¿Quieres contarme?

No quería decirle que me prohibían lo de París, yo no quería arruinarnos esto, quería creer que si podría ir a París. Le sonreí intentando ignorar el nudo de mi garganta y mentí con lo primero que me vino a la mente.

—Es estúpido, es que… Hay un tratamiento experimental que quieren que pruebe, pero no quiero —cruce mis brazos.

—¿Por qué? —se acercó a mi.

—Porque que tal que no funciona, perdería tiempo, tiempo en donde podría estar haciendo lo que quiero hacer, pero los médicos lo recomiendan y mis padres aceptaron la decisión y… ¿qué hay con lo que quiero yo?

Mentira no era. Es lo que yo pensaba sobre el trasplante.

—Quizá podrías intentarlo.

—¿Y lo que yo quiero? Quiero poder vivir el tiempo que me quede haciendo cosas que me gustan, quiero poder decidir vivir mi corta vida.

Cinco echó ligeramente la cabeza hacia atrás como si le hubiera dado un ligero golpe, tomó aire y me sonrió de lado. Supongo que escuchar a alguien asumir su muerte era un poco extraño, quizá yo reaccionaria igual en su lugar.

—Tienes razón, debe ser así, pero si los médicos creen que es lo mejor, quizá sea así, ellos son los que han estudiado muchos años, ¿no? —puso sus manos en mis hombros—. Quizá hasta podría darte más tiempo. 

La fuerza del corazón || CHDonde viven las historias. Descúbrelo ahora