II

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Su llanto era lo único que se escucha en su habitación, una habitación que en poco tiempo se volvió descuidada y oscura. Años habían pasado desde ese trágico día donde le colocaron ese collar, recibía descargas todos los días y las peores son cuando se baña.

El aparato es a prueba de agua, los habían mejorado pues antes frecuentemente se dañaban por uso rudo (siendo estos los intentos desesperados de los alfas por quitárselos) y por el agua, ya sea en las duchas o por la lluvia. Izuku estuvo a punto de morir varias veces debido a eso, el bañarse se volvió una tarea sumamente complicada, sin poder hacer movimientos bruscos.

Estaba cansado, el bullying interminable que sufría desde hace ya nueve años empezaba a hacerle considerar el acabar con su vida. No sería un caso sobresaliente, las cifras de suicidios en alfas había aumentado considerablemente desde aquella reforma de las leyes.

Su vista perdida en el techo blanco de su recámara se movió lentamente hacia su mesa de noche, estiró su brazo hacia el cajón para poder abrirlo y de ahí sacar una navaja. La observó por largos segundos sin saber exactamente lo que debía hacer.

¿Guardarla?¿Volver a cortarse aún si significaba resentir más los golpes que algunos de sus compañeros le daban en la escuela?¿O por fin acabar con su sufrimiento, haciendo un corte más profundo en su muñeca?

Tomó con firmeza el objeto punzo cortante y lo apoyó en el inicio de su muñeca. Su respiración volvió a descomponerse, volviéndose rápida, se sentía ahogado de nuevo. La presión en su piel aumentaba por segundo y el dolor en el área era imperceptible debido a su estado.

-¡Izuku, ven a cenar!

El grito de su madre lo sacó del trance, lanzó de inmediato la navaja lejos de él, llevándose otra descarga. Su cuerpo se entumece y el ardor en su cuello lo termina por calmar. Su respiración aún seguía descontrolada, pero ya no como hace segundos.

-¡Voy! -respondió una vez pudo hablar.

Antes de ir a la mesa, caminó hacia el baño para lavarse la cara y limpiar el resto de lágrimas que empapaban su rostro. El agua fría chocó contra su piel, calmando por el momento, su mente desordenada y caótica.

"Confía en que nacerás con otra casta en tu siguiente vida y salta de la azotea" esas fueron las palabras que hace meses su lindo ex mejor amigo le dijo. Esa misma tarde se encontraba sobre la azotea de la escuela, parado en la orilla y solo sus manos evitando que cayera al vacío al sostenerse del barandal. De no ser por el sonido de su teléfono, indicando que tenía una llamada, se habría soltado. Su madre siempre era quien lo salvaba de una "terrible" decisión.

Aunque él no creía que fuera tan mala, las personas a su alrededor tendrían un problema menos del qué preocuparse y él por fin descansaría de esa vida de mierda.

-¿Qué tienes, hijo? -aquella pregunta tan inútil salió una vez más de sus labios.

La escuchaba a diario.

-Nada, estoy bien -fingió una sonrisa y agradeció por la comida.

Inko lo miró preocupada, por supuesto que no le creía, pero ¿Qué podía hacer? Por mucho que quisiera ayudarlo en cualquier situación, tal vez termine perjudicando más y tampoco podía presionarlo a contarle sus problemas. Agradeció por la comida y comenzaron a comer en completo silencio, así era desde hace años. Su hijo rápidamente se fue cerrando a todos y aquél niño sonriente, ruidoso y feliz se sumió en una sombría forma de ser, con esa sonrisa torcida, sus ojos cansados e hinchados, con sus ojeras prominentes y su piel más pálida.

En otra parte, estaba la casa de los Bakugo. Igual de silenciosa a la hora de la cena, ninguno de los dos hombres de la casa levantaba la cara a pesar de sentir la mirada penetrante de la matriarca sobre ellos. Katsuki terminó rápidamente, se levantó y recogió su plato para ir a lavarlo. Un nudo en su garganta le impedía disfrutar de la comida desde hace tiempo, pero sabía que si no comía adecuadamente su madre le gritaría e incluso golpearía como alguna vez lo hizo.

Sociedad de mierda [DkBk]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora